La barbarie de Mosul

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR, EL CORREO – 28/02/15

· Es irónico que lo más peligroso para una antigüedad que ha sobrevivido cientos o incluso miles de años bajo tierra sea precisamente que los arqueólogos la descubran y la instalen en un museo. Bajo tierra, los restos del pasado pueden conservarse indemnes durante milenios enteros, inmunes a todo género de catástrofes naturales o violencias humanas, pero una vez descubiertas pierden esa protección.

También es irónico que lo mejor que le puede pasar a una antigüedad de un museo sirio o iraquí es que la saqueen. Cierto que se dispersa la colección y la pieza desaparece, pero en realidad no se ha perdido y acabará, vía mercado negro, en la colección secreta de algún multimillonario poco escrupuloso. Es un fenómeno bastante frecuente que sustenta un mercado clandestino mundial que mueve cientos de millones de euros. Al final, los hijos o los nietos del magnate venden la colección o la donan para desgravar impuestos, regresando así las piezas al Patrimonio de la Humanidad.

El Daesh, que se denomina a sí mismo Estado Islámico, no ha permanecido al margen de esa saneada fuente de ingresos, sin papeleo ni engorros aduaneros. La horda de espontáneos que se había lanzado sobre el patrimonio histórico del Creciente Fértil se encontró con que los nuevos conquistadores les imponían tasas del 20% para tolerar su actividad. Sin embargo, pocos meses después el Daesh decidió monopolizar la totalidad del negocio, incluso llevando a cabo sus propias excavaciones, aunque es mucho más barato y cómodo desvalijar a fondo los museos ya existentes. También controlan el contrabando hacia Turquía o Líbano.

El tráfico de antigüedades ha llegado a tales niveles que se ha convertido en una de las principales fuentes de ingresos de los fanáticos, superado únicamente por el contrabando de petróleo. El pasado 13 de febrero, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una propuesta rusa para bloquear la financiación del Daesh, incluyendo la exportación ilegal de antigüedades. Este tipo de resoluciones suelen ser meras declaraciones de buena voluntad, pero en este caso parecen haber ejercido algún efecto.

Piénsenlo: el Daesh se apoderó de Mosul el 10 de junio de 2014. ¿De verdad han necesitado ocho meses para decidirse a destruir las estatuas del Museo de la Civilización de Mosul? Por otra parte, existen testimonios de que numerosas piezas ya habían sido robadas por los yihadistas. Este vandalismo, con mazos y martillos neumáticos manejados por supuestos guerreros sagrados que se comportan como hinchas del fútbol borrachos, podría ser una forma de intimidar a la comunidad internacional. «Si no podemos financiarnos vendiendo las piezas, las destruiremos», vendrían a decir.

Las destrucciones públicas de estatuas, libros y obras de arte se han ido sucediendo de manera recurrente durante los últimos meses, pero al mismo tiempo, por cada pieza destruida en público se contrabandeaban cientos. Dos días antes de la destrucción del museo, les había tocado el turno a las bibliotecas de Mosul. Ardieron cientos de libros, periódicos, manuscritos y mapas, pero algunos testigos aseguran que numerosos ejemplares fueron sacados intactos en camiones por los propios yihadistas.

También es posible que la dramática destrucción del museo obedezca a tensiones internas dentro del Daesh. Los verdaderos fanáticos que exigen una brutalidad sin concesiones se oponen a los más realistas o más cínicos que intentan conseguir dinero para ellos o para la causa. Puede que los intransigentes hayan dado un golpe de autoridad, o que un oficial corrupto intente demostrar su adhesión a la causa arrasando lo todavía no saqueado de la forma más espectacular posible, para librarse de reproches o sospechas.

Lo cierto es que el vídeo resulta estremecedor, pero no he podido evitar fijarme en que el museo parece bastante vacío, que algunas de las estatuas son desenvueltas de plásticos como si acabasen de llegar al lugar –cuando supuestamente llevan allí desde el 2009, cuando el museo se reinauguró– y que muchas piezas parecen muy blancas, muy toscas, liberan mucho polvo cuando las golpean y se rompen con sorprendente facilidad cuando las derriban, como si fueran copias de yeso. ¿O acaso el autor de estas líneas se engaña a sí mismo? Porque contemplar esta barbarie me ha resultado muy doloroso.

Lo cierto es que la idea de que el islam prohíbe las imágenes no es más que un mito. Las imágenes religiosas sí que están prohibidas para evitar la idolatría. En cuanto al resto, existen innumerables divergencias de opinión pero no hay una norma vinculante. El integrismo consiste en escoger la opinión más restrictiva e imponerla como vinculante por la fuerza, persiguiendo inquisitorialmente a todas las demás.

Antes de esta guerra, Siria poseía una gran industria audiovisual que rivalizaba con la egipcia. Sus series de televisión eran famosas en todo el mundo árabe. En Irak también existían cierta industria audiovisual, pero nadie ha arrasado los estudios en nombre del islam. Todo lo contrario, muchos técnicos trabajan ahora para el Daesh. Resulta contradictorio destrozar imágenes, mientras usan imágenes para difundir la atrocidad. Si la fotografía o el vídeo están permitidos, es absurdo condenar la escultura o la pintura.

El Daesh es una secta de lunáticos que parece sacada de una pesadilla. Pero son los musulmanes, no nosotros, los que viven dentro de esa pesadilla. Por lo tanto no hay término medio: o los propios musulmanes destruyen al Daesh o esos fanáticos arrasarán Oriente Medio como si los mongoles de Genghis Khan hubieran vuelto.

JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR HISTORIADOR Y ESPECIALISTA EN EL MUNDO ÁRABE CONTEMPORÁNEO, EL CORREO – 28/02/15