Gregorio Morán-Vozpópuli

La singular pelea política tuvo lugar en una de las ciudades periféricas de Barcelona, lo que en otro tiempo se llamaba “Cinturón Rojo”, y que ahora ni es cinturón sino periferia y menos aún rojo sino de un color marrón tirando a gris. Lo único que se mantiene en Santa Coloma es la pobreza, ahora menos llamativa. Este pueblo que no es pueblo sino excrecencia, primero fue reducto de la emigración española del sur, a los que luego se sumaron chinos, latinos, musulmanes y los que no están en el censo. Hay un barrio -Fondo- que posiblemente tomó el nombre porque más allá está la nada.

Las batallas suelen producirse por decisión de los Estados Mayores. En Santa Coloma fructificaron escasos talentos locales y con poca fortuna mediática. Residencia veraniega de un notable escritor hoy indexado, Josep María de Segarra, del que queda un abandonado mausoleo sin estatua. También un campeón del mundo del billar a bandas, Dani Sánchez Gálvez. La vida es tan absurda que basta el hecho de que un chaval, charnego del barrio Fondo, locuaz y avispado -Gabriel, como los arcángeles, y Rufián, como los hombres-, fuera presentado a modo de señuelo a la alcaldía de Santa Coloma para que esta ciudad de 120 mil censados entrara en el emporio de las redes. Él iba a representar la nueva cara del independentismo. Le forzó, a la manera abacial que menudea, el prior de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras. Creía llegado el momento de desalojar a los sociatas del PSC de las alcaldías del entorno emigrante. Y no para hacerlo a la manera que lograron con Pepe Montilla, primer cordobés de Iznajar que pidió permiso para que le concedieran el honor de ser President de la Generalitat.

Lo único que se mantiene en Santa Coloma es la pobreza, ahora menos llamativa. Este pueblo que no es pueblo sino excrecencia, primero fue reducto de la emigración española del sur, a los que luego se sumaron chinos, latinos, musulmanes y los que no están en el censo

Esta vez, con un Rufián, llegarían más lejos en las perspectivas de futuro. Fiel y descarado, un independentista debería poner fin a la hegemonía funcionarial de los socialistas de Santa Coloma. Hoy como ayer la veterana alcaldesa, Nuria Parlón, se permitió utilizar como eslogan de campaña un gerundio: “Trabajando para un sueño”. Heredó el cargo tras Manuela de Madre y el borrascoso episodio de Batomeu Muñoz, un corrupto que participaba en aquel negocio de altos vuelos que encabezaba Lluis Prenafeta, socio para todo del padrino Jordi Pujol. (Si el periodismo de investigación tuviera algún futuro habría que incluir un máster obligado en Cataluña; aprenderían lo que nunca les enseñarán en Madrid, Andalucía, Valencia o Chicago). Que Santa Coloma de Gramanet es población para merecer más de una tesis doctoral basta recordar que su primer alcalde democrático fue un cura comunista, Luis Hernández, desde 1979 hasta 1991.

Gabriel Rufián llevó como emblema en la batalla un sinsentido: “El futuro de Santa Coloma no puede votar. Tú sí”. El fracaso de Esquerra Republicana en las recientes elecciones -lo ocurrido en Barcelona merecería un relato a parte- ratifica que se trata de un partido insólito en España. Simplificando, ha sido de todo, incluso de Izquierda y Republicano. Algunos llegamos a conocerlo en tiempos socialdemócratas (Francesc Vicens), luego bordeando los tribunales (Ángel Colom y Pilar Rahola), con un presidente masón y xenófobo (Heriber Barrera), o dirigido por los hijos de un Guardia Civil aragonés (hermanos Carod Rovira). Ahora está en independentista pero con los ojos puestos en el pujolismo sin complejos, acendradamente católico. Por supuesto jamás se sentaron en el diván del psicoanalista y eso quizá les ayuda a sobrevivir.

No creo que le estemos dando la importancia que tiene a lo ocurrido en Cataluña. La izquierda que había pasado de okupa a institucional se encontró sin tropa. Es probable que sus ocurrencias a modo de discurso provocaran un desdén cuando no un rechazo; no se puede estar todo el día diciendo que se tiene razón y mirando con fatuidad al futuro mientras el presente se deteriora a ojos vistas. “Ada Colau ha perdido las elecciones por la feroz campaña de destrucción de su imagen personal y política lanzada por los lobbies económicos”, escribe Enric Company en esa parte de “El País” que ustedes no leerán por ser para la parroquia. Prefiero no mirar el gasto de propaganda de la Alcaldía de Barcelona porque sé que estará envuelto en las nubes de la informática y no vale para hacerse una idea cabal.

Gabriel Rufián llevó como emblema en la batalla un sinsentido: “El futuro de Santa Coloma no puede votar. Tú sí”

Pero se pierde o se gana por las políticas que emprendes y ejecutas, no por el volumen de los asesores a favor o contrarios. Más de un centenar de esa tribu se han ganado pasar al paro por incompetencia política. Se dejarán de gastar en ellos 6 millones, oficialmente, aunque la realidad supera siempre a la ficción presupuestaria. ¿No sería más agudo pensar que los talentos programadores lo hicieron tan sectariamente que se lo pusieron muy fácil al adversario?

Blindarnos frente a la crítica es un recurso para mediocres. Y además de torpe, humillante; “lo hacemos bien, incluso mejor que bien, pero no se han dado cuenta”. Si gobiernas con arrogancia y descaro no puedes pedir benevolencia. Ahí está el sentido y el resultado de la batalla de Santa Coloma. El Rufián salió escaldado y la alcaldesa socialista apenas afectada. Habrá un puñado de asesores que deberán cambiar de jefe; lo desconsolador es que no variarán de discurso y se confirmará un acertijo para desganados: ¿el pujolismo en Cataluña ha vuelto o sencillamente nunca se fue? Quizá estaba en letargo esperando la oportunidad que le pudieran dar los temerarios forjadores de humo. Humo identitario, por supuesto. Ha sido una amnistía general para la xenofobia que blanquea la delincuencia política. Las identidades, más allá del carnet, las carga el diablo y gracias más a la literatura que a la teología sabemos que el Demonio cree en Dios.

En una de esas baladronadas a las que era muy dado Ortega y Gasset, don José, hay una que llama la atención: “¡Españoles, a las cosas!” Si nos atuviéramos al pedido orteguiano deberíamos pensar que el voto en Cataluña ha bajado al 52,4%. Ese fue el anhelo de Jordi Pujol durante muchos, muchos, años. Que voten los que nos deben votar y que los demás se atengan a vivir “en catalán” sin mayores inquietudes. Esa fue la dinámica agazapada en el pensamiento conservador, el mismo que ahora ha ganado. Para conseguirlo era imprescindible que los demás colaborasen en el empeño, incluso con su silencio. La izquierda institucional en Cataluña ha regalado la victoria en Barcelona al doctor Trías y a su achacoso espíritu pujoliano.