LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

Hasta el Rey ha manifestado su inquietud. Dice que la repetición de las elecciones es una previsión constitucional, pero no le gusta. Prefiere un acuerdo que permita la formación del Gobierno. Pasan los días, las semanas y los meses y los españoles seguimos en la provisionalidad política. Pedro Sánchez se mantiene en la Moncloa aunque sea a título de presidente en funciones. Políticamente siempre lo estuvo (en funciones), aunque tras la triunfante moción de censura tuviera toda la legitimidad constitucional. Se alzó con el poder prometiendo la inmediata convocatoria electoral. Una inmediatez que duró nueve largos meses, que utilizó para ganarse el favor del electorado a punta de decretos leyes. Se mantuvo en el poder hasta que se vio obligado a convocar elecciones. Lo hizo cuando los secesionistas catalanes tumbaron su proyecto de Presupuesto. Tras ganar en las urnas declaró que no cabía alternativa a PSOE y se dispuso a esperar que la oposición lo invistiera. Tres meses después de proclamarse vencedor el 28-A y tras fracasar en la investidura de julio, se reúne con asociaciones de ecologistas, feministas y sindicales simulando recabar apoyos para su investidura.

Pedro Sánchez sabe perfectamente que no son las asociaciones ‘progresistas’ ni las ONGs quienes pueden investirle presidente, sino los miembros del Parlamento. Pero poco le importa. Lo importante es que se le perciba activo y pedaleando, aunque sea montado en su bicicleta estática. Dale que dale, pedaleando sin descanso, aunque no avance un centímetro y España se encuentre bloqueada sin un Gobierno que enfrente los duros embates que se avecinan. El otoño nos puede pillar traspuestos y sin Gobierno.

El otoño próximo se conocerá la sentencia del Tribunal Supremo sobre los líderes del golpe de estado perpetrado por el secesionismo catalán. También el próximo otoño se producirá el desenlace del Brexit, que promete ser duro e improvisado. La economía mundial sufre un frenazo de imprevisibles consecuencias, mientras que en España la inercia del relativo crecimiento se desacelera con preocupantes síntomas de una próxima parálisis, que no puede sino acentuar la negativa evolución del paro. Las cuentas de las Seguridad Social se hallan al borde de la bancarrota y nada es más inseguro que el mantenimiento de las futuras prestaciones y pensiones. La deuda pública española continúa creciendo sin control, mientras China y Estados Unidos libran una guerra económica a la que Europa asiste ausente y con las nuevas instituciones sin asentar. Este es el negro panorama que nos espera tras las vacaciones estivales. Cuando es muy probable que todo lo que va mal empeore, los españoles nos encontramos presos de una situación de la que los únicos responsables son nuestros representantes electos al Parlamento, incapaces de acordar una mayoría gubernamental. Electos, cautivos de sus partidos, que solo miran por su medro particular.

A estas alturas, está claro que Sánchez no aspira a una mayoría gubernamental que dé estabilidad a un gobierno capaz de aprobar unos presupuestos. Solo espera que se le permita gobernar en solitario con sus 123 diputados. Y, mientras eso ocurra, pedalea sin pausa montado en su bicicleta estática esperando un milagro u otra feliz ocurrencia de su asesor Ivan Redondo que le permita continuar en la Moncloa. Es curioso que quien se autodefine como el capitán del progresismo cultive el deporte de la bicicleta estática, que es la negación de la progresión.

Durante los tres meses transcurridos desde la cita electoral del 28 de abril, Sánchez ha aparentado buscar una mayoría de Gobierno, pero lo ha hecho sin ofrecer contrapartidas reales a sus hipotéticos socios. Con Unidas Podemos ha jugado al desgaste sin jamás buscar, de verdad, el acuerdo. Con los posibles socios constitucionalistas se ha limitado a pedirles su abstención sin ofrecer nada a cambio, mientras los condenaba al extrarradio democrático.

Pedro Sánchez quiere formar Gobierno, pero pretende hacerlo en solitario, y no parece que lo tenga fácil. La ruptura con Pablo Iglesias parece definitiva y tanto Pablo Casado como Albert Rivera no parece que estén por la labor de ayudarle en la formación de un Ejecutivo socoalista. Si alguna duda cabía, la coyunda del PSN con EH-Bildu parece haber roto los ya ruinosos puentes. El Gobierno de María Chivite representa la antinomia de un Ejecutivo estable y democrático. Se trata de un fraude político, instituido bajo la tapadera de un falso progresismo que ahonda en la escisión de la sociedad navarra.

Llegados a este punto de bloqueo institucional y democrático, la convocatoria de nuevas elecciones parece inevitable, pero existe también otra posibilidad y es la de que el Rey encargue la formación de un Gobierno constitucional a otro líder del PSOE que no sea Pedro Sánchez. El expresidente Felipe González, el ministro Borrell o un socialista de consenso como Nicolás Redondo podrían suplir con ventaja al actual líder del PSOE. Tal vez haya llegado la hora de pensar que el nudo gordiano de la actual situación política se llama Sánchez. Su egolatría, su solipsismo y su cesarismo nos han traído hasta aquí. Necesitamos a alguien que pedalee una bicicleta de verdad.