JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 02/09/16
· El 76% de los diputados catalanes votó contra Rajoy el pasado miércoles frente a la media española del 51%.
El ‘president’ Puigdemont, irritado por la actitud de Mariano Rajoy en el debate de investidura, proclamó ayer que “el líder del PP ha recibido una sonada bofetada catalana”. Y efectivamente, 36 diputados catalanes sobre 47, exactamente el 76%, votó contra Rajoy mientras que la media total (180 contra 170) fue solo del 51%. Si los diputados catalanes hubieran votado como la media, Rajoy ya sería hoy presidente del Gobierno.
Se ha vuelto a evidenciar pues que el líder del PP, que dirigió la campaña del PP contra el Estatut, que no ha abierto ninguna vía de diálogo con Cataluña en sus casi cinco años de Gobierno y que -al contrario que Aznar- no ha incorporado ministros de la sociedad civil catalana (Josep Piqué y Anna Birulés) a su Gobierno, tiene un problema con Cataluña.
Y que esto no solo contribuye a su derrota en la investidura sino que complica la gobernación de España, porque los partidos nacionalistas -que siempre habían ejercido un más bien positivo papel de bisagra en la política española- se han excluido y han sido excluidos del juego. No pueden contribuir a la gobernación de España partidos que han pasado de un nacionalismo de intensidad variable a un independentismo casi fundamentalista. Hasta el punto de que la aversión hacia Rajoy no lleva a los grupos de ERC y del PDC (la antigua CDC) a inclinarse por el candidato del PSOE. Y que este ni se haya molestado en pedir su colaboración.
Pero las cosas son más complicadas de lo que el incisivo Joan Tardà (ERC) y el más contenido Francesc Homs (PDC) hicieron constar en el debate. Es verdad que 36 diputados catalanes -el 76% del total- votaron contra Rajoy, pero solo 17 (nueve de ERC y ocho del PDC), el 36%, lo hicieron por ser independentistas. El resto pertenecen a En Comú Podem (12) y al PSC (7), el 40%, que defienden o un referéndum o alguna fórmula de tercera vía. Los independentistas son pues solo una minoría -ciertamente relevante- entre los diputados catalanes.
En Cataluña muy pocos creen que un nuevo Ejecutivo del PP pueda suavizar el ya largo enconamiento de las relaciones entre los dos gobiernos.
No obstante, la desafección catalana respecto a las instituciones españolas es bastante superior a ese 36%, ya que los diputados de ECP (Podemos Cataluña) defienden la celebración de un referéndum. Así, los diputados catalanes que exigen algo difícil de incardinar en la Constitución española (CE) se elevan al 55% del total. Y es que, como dijo Alfredo Pérez Rubalcaba, el político español con más inteligencia táctica: “¡Como fórmula de ‘marketing’ el derecho a decidir es imbatible!”.
Poca gente piensa que no debe tener el derecho a decidir. El éxito de la fórmula es tan alto que en el debate el propio Mariano Rajoy no se limitó a declamar sobre la indisoluble unidad de España, o a recordar que es la nación más antigua de Europa, sino que quiso emular a Tardà, Homs y Xavier Domènech, el portavoz de ECP, que tiene un lenguaje bastante más correcto que Pablo Iglesias, y repitió varias veces que estaba en juego el derecho a decidir sobre el futuro de su país de todos los españoles.
De acuerdo con la CE, Rajoy -y en esto Pedro Sánchez no discreparía mucho- tiene toda la razón, pero el hecho incontrovertible -y preocupante para España- es que hoy el 55% de los diputados catalanes sostiene una reivindicación que muy difícilmente cabría en la CE, un texto que en su momento obtuvo en Cataluña un porcentaje de votos positivos superior a la media española.
Pero Rajoy también tiene su parte de razón. Hay un 55% de diputados catalanes que pide algo similar a un referéndum de autodeterminación, pero los independentistas son menos, y además Cataluña es muy plural. Así, hay un 36% de diputados independentistas, un 24% de satisfechos con la CE y un 40% (PSC y ECP) que aboga por una especie de tercera vía. En realidad, ECP se parapeta en el referéndum porque alberga corrientes diversas, algunas independentistas y otras federalistas o confederalistas, y el referéndum, el derecho a decidir, es el talismán que preserva su unidad, que podría explotar si ese referéndum se celebrara.
Rajoy debe reflexionar sobre que tras sus 4 años de Gobierno el 55% de los diputados catalanes pida un referéndum, pero Puigdemont se equivoca al no sacar la conclusión de que solo el 36% son independentistas.
Rajoy, que pareció algo inseguro ante Pedro Sánchez, se creció mucho ante Pablo Iglesias (que cree que por derecho natural es propietario de “la gente” y de “la calle”) y en menor medida ante Tardà y Homs. Y aunque -hubiera sido una gran sorpresa- no hizo ninguna propuesta dirigida no ya a solucionar sino a aliviar el contencioso con Cataluña, sí dijo algunas verdades que escocieron a los independentistas.
Por ejemplo, que en la provincia de Barcelona -de largo la más poblada- el PP, con precisamenteJorge Fernández Díaz como cabeza de lista, sacó más votos que la antigua CDC, algo que no había sucedido nunca. Y que los diputados de la provincia de Tarragona se repartieron a partes iguales (un escaño) entre los seis partidos catalanes con representación parlamentaria.
Rajoy tiene su parte de razón: Cataluña es muy plural y es falsificar la realidad proclamar que el independentismo es el sentimiento dominante, aunque sí parece el más movilizado en una coyuntura en que, tras la sentencia del Estatut y la crisis económica, España sufre la grave crisis de desafección de la que ya avisó el ‘president’ José Montilla. Pero lo indudable es que el independentismo se ha multiplicado por dos -de algo más del 20% a más del 40%- en los últimos años y que además se ha radicalizado.
A muchos televidentes españoles les debió sorprender el tono del diputado Tardà de ERC, que casi aprovechó la sesión para proclamar la independencia y que llegó a comparar la situación de Cataluña en la España actual con la de Argelia durante la IV República francesa. Pero el explosivo romanticismo independentista -maximalista y unilateral- de Joan Tardà es en parte consecuencia de la radicalización que se ha producido en los últimos años.
La prueba es que el diputado catalán (al que José Bono se refirió como “el bueno de Tardá” cuando presidía el Congreso de los Diputados) apostó por la España plural que prometía un nuevo estatuto de autonomía (fijémonos, de autonomía) y consecuentemente votó con los diputados de ERC la investidura de Rodríguez Zapatero en 2004. Cierto que ya no lo hizo en 2008, pero entonces Zapatero contó con la abstención de CiU, que ya había votado las de Aznar en el 96 y en 2000.
El próximo día 28, la tensión entre Madrid y Barcelona puede subir cuando Puigdemont, para salvar su moción de confianza, acepte la exigencia de la CUP de un referéndum unilateral de independencia.
¿Por qué unos grupos parlamentarios que votaron las investiduras de presidentes populares y socialistas parecen inclinarse ahora a algo tan extremo como un referéndum unilateral de independencia (el llamado RUI), que es lo que seguramente se oficializará el próximo día 28 cuando el presidente Puigdemont tenga que obtener el apoyo de la CUP para su cuestión de confianza? Porque se han radicalizado y porque su dogmatismo les ha llevado a quedar prisioneros de la CUP para mantenerse en el poder, pero también porque tanto la campaña del PP contra el Estatut -un momento en el que todos los partidos catalanes y españoles cometieron graves errores- como el trámite de recurso en el Tribunal Constitucional y la sentencia posterior hicieron perder a muchos la confianza en una España plural en la que Cataluña podría tener un autogobierno satisfactorio. Y quizá más importante todavía, porque desde que el PP volvió al Gobierno a finales de 2011, no ha hecho ningún gesto encaminado a rebajar la tensión.
Es por este motivo que la confianza en el PP y en Rajoy está bajo mínimos en Cataluña. Es por eso que muy pocos catalanes esperan algo positivo si Rajoy vuelve a ser presidente del Gobierno. Es por eso que ahora en Cataluña la sociedad se va a volver a dividir cuando el independentismo -incapaz de revisar su línea de actuación- apueste por un RUI el próximo 28 de septiembre. Y la mitad de Cataluña (quizás algo más) va a atribuir laculpa de la división y la tensión al PP y al Gobierno de España.
Puigdemont tiene razón cuando dice que Rajoy ha recibido una bofetada catalana en el debate de investidura. Pero se lanza a una vía que no lleva a ninguna parte -salvo a un peligroso enconamiento- al no sacar las consecuencias de que los diputados independentistas son solo 17 sobre 47. No obstante, es Rajoy el que debería hacer la reflexión principal. Sus políticas, por acción u omisión, han contribuido a que hoy el 55% de los diputados catalanes en el Parlamento español pida algo muy similar a un referéndum de autodeterminación.
Que el diputado del primer grupo parlamentario que apoya al Gobierno de la Generalitat -que presume de gandhiano- llegue a comparar el estatus jurídico de la Cataluña de 2016 en España con el de Argelia bajo la dominación francesa en los años cincuenta, es un disparate total. Pero es algo que sin duda no beneficia ni a España ni a Cataluña. Y que muy probablemente un Gobierno español con más cintura e inteligencia podría haber evitado.
Esta semana el enfrentamiento entre una parte relevante de Cataluña y el Gobierno de Madrid no solo no se ha suavizado sino que ha escalado un grado. Y el 28-S las cosas aún pueden complicarse más.
JOAN TAPIA – EL CONFIDENCIAL – 02/09/16