Kepa Aulestia, EL CORREO, 7/10/12
La independencia es un objetivo irrenunciable para el nacionalismo que dejaría de serlo si no mantuviese dicho horizonte. Su fuerza reside en que cuenta con una utopía cuando las demás opciones no pueden ofrecer nada parecido: ¿Una sociedad sin clases? ¿Un mundo plenamente liberal? El nacionalismo sería incapaz de obtener la anuencia que logra si se propusiera alcanzar la independencia mañana mismo, porque una parte de sus seguidores sucumbiría al vértigo. Pero se desharía en caso de admitir que el Estado propio es un imposible.
El secreto de su éxito no se encuentra solo en el mantenimiento de la meta independentista; depende sobre todo de la sabia manera en que dibuja el camino hacia ella. Se basa en presentar el derecho a decidir como un principio democrático incuestionable que en su realización incluiría el referéndum de autodeterminación. Rizando el rizo cabría consultar a la ciudadanía sobre si se considera con derecho a decidir para, una vez que se cuente con un abrumador sí, promover un segundo plebiscito que disloque a la sociedad entre la independencia y esto otro. El nacionalismo intuye que, si pone a rodar la bola soberanista, ésta se volvería imparable. Entonces, ¿por qué no la suelta ya? Sin duda porque sus efectos serían incontrolables. El poder resultante solo podría quedar en manos del nacionalismo, puesto que la mera aproximación al cauce independentista orillaría a las opciones no nacionalistas. Pero el PNV teme que la oleada acabaría modificando el panorama político a favor de la izquierda abertzale, y la izquierda abertzale no sabe cómo conducir a los jeltzales hacia tan arriesgado abismo.
Se ha dado por supuesto que la diferencia entre el caso vasco y el catalán es que nosotros contamos con un sistema de Concierto y Cupo que haría menos deseable el salto al vacío de la independencia, mientras que ellos se han sentido agraviados por un modelo de financiación que les ha impedido contar con toda la renta pública de su pujanza económica y les ha radicalizado de pronto. Se trata de una interpretación excesivamente circunstancial de lo que ocurre en Euskadi y en Cataluña. Porque también podría verse a la inversa.
El nacionalismo vasco está en mejores condiciones que el catalán para arrastrar a Euskadi hacia el camino de la independencia mediante una estrategia de hechos consumados que acabe desenganchando el autogobierno ‘realmente existente’ del Estado constitucional precisamente gracias al Concierto y al Cupo. Mientras que el fervor independentista que parece haber prendido en Cataluña puede venirse a menos si la Generalitat convergente intenta gestar «estructuras de Estado» sin otro basamento legal que el del Estatut. Sencillamente, porque los ciudadanos y las empresas catalanas se verían obligados a seguir contribuyendo a la Agencia Tributaria común. El nacionalismo catalán puede incrementar la tensión independentista, pero su apuesta unilateral no tiene otro remedio que avenirse a un más que incierto acuerdo con el Estado central.
Es lo que explica el balanceo de Artur Mas entre el anuncio de un Estado propio y la vindicación de un ‘pacto fiscal’. Sin embargo, el nacionalismo vasco lo tiene más fácil, y más fácil lo tendrá si llega a acaparar dos tercios de la Cámara de Vitoria. Claro que a ver quién pone a rodar la bola soberanista cuando al final del recorrido puede quedársela la izquierda abertzale.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 7/10/12