Bilbao

Jon Juaristi, ABC, 7/10/12

Bajo el discurso del cambio de ciclo en el País Vasco, late el temor acuciante de un retorno al pasado

HACE calor en Bilbao este 5 de octubre, primer día de la campaña para las elecciones autonómicas del día 21. Un calor estival y húmedo, como el que recuerdas de otros octubres en la misma ciudad, que fue la tuya durante medio siglo. El insoportable calor del Domund de tu época de colegial, tercer domingo del mes, domingo mundial de la propagación de la fe, cuando salíais a postular con huchas y banderitas, vestidos con los uniformes otoñales, chaquetas de paño y pantalones (cortos) de franela, bajo el inclemente sol de un veranillo retardado y vengativo. Supones que algún Domund fue lluvioso, de chaparrón o sirimiri, pero sólo te ha quedado en la memoria del epitelio, pegado a la piel como una camisa sudorosa, el sufrimiento aquél de los días de insolación y de bochorno, que ofrecíais al Altísimo como oblación suplementaria para la salvación de los chinitos. Con éxito más que discutible, vista la deriva del planeta.

Sales del hotel, muy de mañana, a fumar el primer cigarrillo postprandial de la jornada, el del desayuno. Durante los cinco minutos escasos que inviertes en la operación, cruzan, al fondo de la calle cuatro tranvías-lanzadera cubiertos con las imágenes de los candidatos a lendakari: Urkullu, López, Basagoiti y Mintegi. Los eslóganes, en tipos suficientemente grandes para que la velocidad de los tranvías aerodinámicos no impida su lectura, van todos ellos en eusquera y castellano. Y entonces, a saber por qué, piensas en Orwell y en su Sin duda, semejante asociación mental no es justa y hay probablemente en el fondo algo de resentimiento. Bilbao, te dices, ha cambiado y tú, que no has asistido a esa transformación, no la entiendes. Es lo que tratan de explicarte los pocos amigos que conservas en la ciudad. Que no te enteras. Que la situación es muy distinta de la que dejaste. Los años del gobierno de López, el fin del terrorismo, el nuevo clima de convivencia, todo ha contribuido a un vuelco definitivo. Incluso la candidata de Bildu, Laura Mintegi, no es aquella pequeña delatora que llamaba la atención de ETA sobre tu insignificante persona. Ahora ella misma se compadece de las víctimas (bien es cierto que de las víctimas «del conflicto», no de las de ETA).

Sí, quizá sea como te lo cuentan. Pero, entonces, ¿por qué esta sensación de cosa ya vista, archiconocida y vieja como tú mismo? ¿Será porque Urkullu recobra la tabarra de Ibarretxe sobre el pacto soberanista? ¿O porque Mintegi anuncia, como Herri Batasuna en otro tiempo, que va a nacer un nuevo Estado en Europa? ¿Será porque en las columnas de la prensa local —no en las portadas, dedicadas a la bronca de Bielsa a los jugadores del Athlétic tras la derrota en Praga— hay quienes se preguntan si los resultados del 21 no supondrán un regreso al pasado?

Bilbao cosmopolita. Entre los edificios de Pelli, de Moneo, de Frank Gehry, pasean estos días los escritores Ismail Kadare y Tibor Fischer, cruzándose con las imágenes a propulsión de los candidatos a lendakari. Seguro que ninguno de los dos piensa en Orwell. Compras, antes de volver a Madrid, De Neguria Lausanne. Diarios de una transi-ción,1977-1980, de Alejandro Gaytán de Ayala (Muelle de Uribitarte, 2012), una visión melancólica del derrumbe de la oligarquía bilbaína por uno de los pocos escritores de raza, si no el único, que produjo aquel mundo endogámico, ya desaparecido. Cuando se ha perdido el poder, escribió Burke, sólo queda la literatura. Envidiable ironía la de Gaytán de Ayala —la ironía es el único lenguaje accesible al melancólico—, cuya Bilbao no fue la tuya, pero cuya escritura sientes extrañamente cercana.

Jon Juaristi, ABC, 7/10/12