Insumisión de boquilla

Editorial, ABC, 7/10/12

ESDE que algunas formaciones políticas y grupos independentistas llamaran a los catalanes a pagar sus impuestos directamente a la Agencia Tributaria de Cataluña, y no a la estatal, sólo 30 ciudadanos han optado por esta insumisión fiscal. La cifra es, sencillamente, ridícula y demuestra que la realidad es mucho más compleja de lo que pretende la demagogia separatista. La Agencia catalana es una entidad que actúa como mera intermediaria con la Agencia Tributaria estatal y, para evitar males mayores —y no convertirse en cómplice de un fraude fiscal—, está transfiriendo los fondos que estos insumisos ingresan en su cuenta. Este fracaso es un síntoma de la contradicción de actitudes que genera el soberanismo, similar a la que se vivió con la parodia de consultas independentistas, que se consumaron con participaciones irrelevantes de votantes y con toda suerte de trampas —además de la trampa misma de una consulta ilegal—, como las de hacer votar a menores de edad o a inmigrantes sin derecho a sufragio.

Sería bueno que los instigadores de este proceso soberanista recordaran la frase «es la economía, estúpido», para que cayeran en la cuenta de que, en efecto, la independencia puede ser ruinosa para Cataluña. Porque si los ciudadanos catalanes han demostrado que no quieren jugarse una sanción tributaria pagando impuestos a una Hacienda catalana inexistente, tampoco habrá entusiasmo con la economía de un nuevo Estado, excluido del euro y de la Unión Europea y espectador de la fuga de empresas a su mercado inmediato, que es el conjunto de España. Mientras tanto, el Gobierno de la Generalitat vuelve a suspender pagos de servicios sociales esenciales y reclama del Estado central la intervención del Fondo de Liquidez, para que transfiera cuanto antes 560 millones de euros. El razonamiento inverosímil del nacionalismo catalán es que ese dinero pertenece a Cataluña y que no habría salido de Cataluña si hubieran tenido soberanía fiscal. Para los nacionalistas no existe la alternativa, más razonable, de que con soberanía y Estado propio Cataluña no estaría en condiciones de generar la misma riqueza que ahora, como parte de España.

Puede parecer anecdótico el dato de que sólo treinta catalanes han secundado la desobediencia fiscal, intentado eludir a la Agencia Tributaria estatal, pero demuestra que si los ciudadanos de Cataluña realmente creen que la independencia lleva a la inseguridad económica, el soberanismo debería moderar su optimismo ante las próximas elecciones autonómicas. Una cosa es manifestarse y otra, muy distinta, arruinarse.

Editorial, ABC, 7/10/12