Eduardo Uriarte-Editores

Uno de los aspectos que más me llamó la atención de la lectura de la Historia de la Revolución Francesa de Michelet es que sus protagonistas no eran conscientes de la dimensión del hito histórico que estaban desencadenando. Es decir, que no tenían ni idea de dónde podían llegar. Maleducado uno en textos marxistas padecía el prejuicio de que todo revolucionario tiene los acontecimientos bien embridados, conoce lo que va a pasar. Lenin, y especialmente Trotsky, sabían bastante bien dónde podían acabar, no en vano se habían estudiado el precedente revolucionario francés, del que se consideraban continuadores, pero aun así se les escaparon muchas consecuencias. Que lo diga Trotsky, que hizo una revolución proletaria para acabar en el lugar del zar Stalin.

Dejando la revolución bolchevique, volviendo a la francesa, en ésta los acontecimientos se le fueron escapando a sus protagonistas tomando propia vida, pues desde un intento moderado de aplicar reformas, todo lo más el republicanismo parlamentario como llevaba tiempo en el Reino Unido, se encontraron con un republicanismo sin rey debido al enfrentamiento con Luis XVI y sus aliados de las monarquías europeas. Los revolucionarios -breve y atronadora la decisión a muerte de Danton- sacrificaron la cabeza del rey para conseguir una nación.

Probablemente Sánchez no sabe nada de esto. Aun no queriendo la ruptura política -que es un benévolo suponer-, aunque es clara su frívola inclinación por el izquierdismo de salón, incluida su inconsistencia sobre los fundamentos del republicanismo -como la unidad de la nación, la separación de poderes, el respeto de la ley-, aun no queriendo desatar una revolución antisistema, como si lo desean sus socios de Podemos, no sepa que lo está haciendo. De momento, con su decisión de vetar la presencia del rey en Cataluña, con la sísmica excusa para el Estado de no provocar a sus aliados sediciosos, está, al contrario de los jacobinos, entregando la cabeza del rey -que es constitucional y consiguientemente republicano- está destruyendo nuestra nación. La guillotina en la que soñaba Iglesias, no para construir una nación sino para destruirla.

Porque en nuestro ordenamiento constitucional el rey no es un florero, es el jefe del Estado y simboliza su unidad. El veto gubernamental a su presencia en Cataluña ha convertido al representante máximo del Estado y símbolo de la unidad nacional en un elemento perjudicial. Se ha entregado por decisión del Gobierno en bandeja de plata  la cabeza del rey precisamente ante el problema institucional más sensible para el futuro de España como nación, la secesión de Cataluña. El que ha huido a Varennes asociándose con todos los que quieren romper la Constitución es Sánchez.

Así, el camino al cadalso político de Felipe VI se agrava por dos razones. La primera porque, aunque los actos del rey tengan que ser refrendados por el Gobierno, éste debiera haber manifestado mayor prudencia y sensibilidad ante un encuentro convocado por otro de los tres poderes del Estado, el Poder Judicial, lo que provoca una crisis interna con éste precisamente en Cataluña, lugar donde la ineficacia política convirtió precisamente al rey y a la Judicatura en el último valladar del Estado frente a la secesión.

Y, finalmente, no sólo es inconcebible en un sistema político estable las acusaciones de ministros contra el monarca, no sólo es inaceptable el silencio del presidente del Gobierno, sino que las pocas explicaciones dadas por portavoces del Gobierno más que defender al monarca de las acusaciones causadas por sus colegas inciden en la acusación al rey. La explicación de que estaba justificada su ausencia por prudencia es un insulto al sistema, que el rey ha sido neutral es decir que ha estado bien confinarlo. El colectivo España Une, a cuya cabeza del mismo están destacados socialistas del pasado, critican que «el necesario refrendo de los actos del monarca por el presidente y los ministros se ha pervertido al utilizarse como un arma política con la que entorpecer su papel de garante del funcionamiento regular de las instituciones y de símbolos de la unidad y permanencia del Estado». Una clara denuncia de la ruptura de las reglas del juego mantenidas hasta hoy, aunque en el Congreso Sánchez se libera de defender al monarca acusando al PP, como no podía ser de otra manera, de utilizar la figura real.

Leyendo a Jean Pierre Faye aprendí que existen revoluciones reaccionarias. Él analiza el tema en el ascenso al poder de los nazis y su posterior acción en el Gobierno del Reich. A pesar de fórmulas de propaganda que intentaban emparentar al nacionalsocialismo con el socialismo y al descarado populismo que logró la adhesión de las masas, nunca Europa ha vivido mayor reacción. A pesar del nuevo orden, nueva Europa, nuevo hombre, nunca este continente había vivido un retroceso a un pasado tan bárbaro. Las apariencias engañan en política. Lenín le recordó a Trotsky -de poco le sirvió- algo procedente de los evangelios: “por sus obras los conoceréis”, no por su propaganda.

El rey, en el caso español, es garantía y símbolo de la convivencia política que disfrutamos tras casi dos siglos de enfrentamientos, proceder a su confinamiento ante la secesión nacionalista implica sumir al país en el inicio de la ruptura de dicha convivencia. Hay gestos en política que no se pueden conceder porque permiten que los acontecimientos nos dirijan como monigotes de feria.

Este comportamiento de apariencia inofensiva, el creer que no pasa nada porque el rey no vaya a Barcelona, lo ha conducido ya hacia el cadalso, y, con ello, a España a la inestabilidad política más lamentable, solo comparable a hechos de la II República que tan grave consecuencias arrastraron. El “exprópiese” caprichoso de Chaves, comandante de la revolución bolivariana. se imita en el gesto mucho más trascendente del mismo decisionismo nada democrático de mandar al rey a casa. Tal comportamiento nos conduce a convertir España en la Venezuela europea, lo que ni siquiera ocurrió en la Grecia de Tsipras.