José Luis Alvite, LA RAZÓN, 16/4/12
A mí me gustaría conocer las actividades del Rey para hacerme una idea aproximada de su verdadera personalidad y descartar el perfil que se deriva de los chismes que circulan sobre su vida privada. Aun comprendiendo su derecho a la privacidad, no deja de ser inquietante que sus rasgos biográficos aparezcan con tanta frecuencia asociados a sus partes médicos. Son muchos los ciudadanos españoles preocupados por la posibilidad de que la estabilidad de la Corona resulte afectada por la facilidad con la que pierde el equilibrio el monarca. Y más inquietante aun es que los españoles no conozcan con precisión el paradero de quien por ostentar la jefatura del Estado está en cierto modo obligado a dar cuenta de sus movimientos, puesto que si se nos hurtan sus actividades, en cierto modo se nos está ocultando también su conducta. No se trata en absoluto de averiguar el comportamiento privado del Rey cuando cierra su oficina y se retira a sus habitaciones o acude a sus citas privadas. Lo que les preocupa a los ciudadanos no es tanto el perfil moral de la conducta del jefe del Estado, como su coste en un momento en el que mientras él gasta miles de euros en un viaje para cazar elefantes con un rifle y una linterna, muchos de sus compatriotas rompen la hucha porque necesitan los ahorros del niño para salir a comprar alas de pollo en el supermercado. A pesar de los hitos violentos de nuestra Historia, los españoles somos un pueblo comprensivo con las flaquezas ajenas y si a veces condenamos los errores de los otros no es por intolerancia, sino por envidia. Al Rey se le ha roto la cadera en la peor circunstancia, en un momento en el que, al cabo de muchos años de insensatez y de alegrías, los españoles nos hemos dado cuenta de que lo que aún nos consiente la conciencia, ya no nos lo permite el bolsillo.
José Luis Alvite, LA RAZÓN, 16/4/12