Ignacio Varela-El Confidencial
El PSOE es hoy un partido más desvalido y atemorizado tras la pésima noticia de que le ha fallado el corazón. Si ha caído Andalucía nadie está a salvo en ese partido. Y mayo, a la vuelta de la esquina
El 12 de marzo de 2000 el PSOE sufrió su primera debacle en unas elecciones generales. Fue la primera vez que competía sin Felipe González y la jornada se saldó con mayoría absoluta para el PP. Sin esperar a que terminara el recuento, Almunia anunció su retirada, se subió a un coche y se largó para no volver. Al día siguiente, Manuel Chaves, secretario general del PSOE de Andalucía y presidente de la Junta, se fue a Madrid y se hizo cargo del partido hasta que unos meses después se eligió a un nuevo líder. Nadie protestó: a todo el mundo le pareció que aquello era lo natural ante la orfandad.
La anécdota muestra lo que el PSOE de Andalucía ha sido para el PSOE nacional durante cuatro décadas. La organización andaluza ha ejercido en el Partido Socialista la misma función que la columna vertebral en el organismo humano: sostener al esqueleto en pie, permitir su desplazamiento y proteger la médula espinal, además de sujetar el cráneo.
Por eso sus adversarios siempre supieron que desmantelar el poder socialista andaluz es el primer paso imprescindible para convertir al PSOE en un ente invertebrado. Y por ello puede decirse que lo ocurrido en este diciembre de 2018, siendo trágico para los socialistas andaluces, lo es aún más para el conjunto del PSOE (aunque quizá no tanto para los taxiderrmistas que hoy mandan en él).
Andalucía aportó invariablemente un porcentaje sustancial de los votos socialistas en España y también de su militancia y de sus equipos dirigentes, pero sería simplificador reducir su importancia a una cuestión de peso numérico.
Para empezar por el principio, es difícil discutir que el PSOE moderno se gestó en Andalucía. Allí se incubó una renovación ideológica que lo llevaría a converger rápidamente con la socialdemocracia europea. También la concepción de un partido institucional, dispuesto a volcar su acción política en los gobiernos y a fusionar sus intereses con los del Estado.
No sin resistencias, los andaluces impusieron en el PSOE del postfranquismo algunos criterios estratégicos que resultaron aciertos decisivos
No sin resistencias, los andaluces impusieron en el PSOE del postfranquismo algunos criterios estratégicos que resultaron aciertos decisivos: tanto la voluntad férrea de defender un proyecto autónomo dentro de la izquierda como la de mantener a toda costa un sindicalismo de inspiración socialista (si hoy existe la UGT es porque los ganadores de Suresnes se empeñaron en ello, nadando contra la corriente). La formulación de la “ruptura pactada” para superar la antinomia entre reforma y ruptura, lo que conducía necesariamente al diálogo con los herederos reformistas del franquismo. O el plan de conquistar progresivamente parcelas de poder desde el momento mismo de su legalización. Todo ello parece obvio ahora, pero les aseguro que no era pacífico en absoluto en el seno de la izquierda –ni del propio partido socialista- tras la muerte del dictador.
Concibieron también un modelo de partido en el que la fortaleza del liderazgo conviviera con una organicidad bien engrasada y con contrapoderes territoriales igualmente fuertes. El modelo resultó tan competitivo que fue posteriormente replicado, en sus rasgos principales, por la mayoría de sus adversarios.
Tras todo ello latía la convicción (más intuitiva que teóricamente elaborada, como reconoce Alfonso Guerra) de que un partido de izquierda podía representar en la sociedad española la centralidad política: un concepto que no tiene nada que ver con el manoseado centrismo, porque no es topográfico sino sociológico (los anglosajones lo denominan “mainstream”). Alcanzar y ejercer duraderamente el poder partiendo de una alianza cómplice con la mayoría social. Solo así se explican 21 años de gobierno en España.
En términos históricos, la victoria arrolladora de 1982 no habría ocurrido igual sin el precedente del referéndum andaluz de 1980 y las posteriores elecciones que dieron al PSOE la hegemonía en esa región. Como no habrían sido posibles las victorias de Zapatero sin el poderío electoral del PSOE de Andalucía (53% en 2004 y 2008).
Cuando vinieron mal dadas a nivel nacional, Andalucía siempre resistió. Ocurrió en 2000, tras el final de la era de González y la mayoría absoluta de Aznar que dejó al PSOE desnudo y tiritando en casi toda España. O en 2011, tras el derrumbamiento del zapaterismo en plena crisis económica. Hubo momentos en que el PSOE pareció ser una sucursal del PSOE de Andalucía, que actuó como motor cuando tocó avanzar y como refugio a la hora de capear el temporal.
Los socialistas andaluces tuvieron en su poder el código genético del socialismo español, al que en buena parte modelaron. Fueron agudamente conscientes de su responsabilidad de hacerse cargo del conjunto cuando fuera necesario; y con más o menos entusiasmo, nadie les discutió la primacía. Aunque la sede estuviera en Ferraz, Sevilla fue durante mucho tiempo la verdadera capital del PSOE.
Aunque la sede estuviera en Ferraz, Sevilla fue durante mucho tiempo la gran capital del PSOE. ¿Cuándo y por qué comenzó a joderse el invento?
Cuándo y por qué comenzó a joderse el invento, es tema para otro artículo. Ahora han perdido el poder en Andalucía y quizá sea el momento de hacer algo de justicia histórica.
Por una parte, es indiscutible que su ejecutoria se asocia al progreso y la modernización de Andalucía, a su salida del subdesarrollo y a un aumento espectacular de su peso político dentro de España. No es pequeño legado. Por otra, su forma de ejercer el poder condujo a la formación de un gigantesco aparato clientelar de control político y social. Toda la administración dependiente de la Junta de Andalucía (y sus innumerables entes) está diseñada para que sólo pueda gobernarla el PSOE. Ahora el PP y Ciudadanos ocuparán la presidencia y las consejerías, pero lo pasarán mal para siquiera arañar la superficie de esa densa telaraña de estructuras, con miles de personas seleccionadas y adiestradas para obedecer a sus mandos de origen.
Moreno y Marín (este aún más, porque tras la sigla no hay casi nada) deben sentirse como quien se ve a lomos de un elefante, armado únicamente de un par de riendas. ¿Quién decide el rumbo, el jinete o el elefante?
Esta no es una alternancia normal. Veremos si se cumple la ley inercial de que los partidos-nación siempre regresan (PP en Galicia, PNV en el País Vasco, Convergencia en Cataluña) y que sus alejamientos del poder son circunstanciales.
Lo cierto es que el PSOE es hoy un partido más desvalido y atemorizado tras la pésima noticia de que le ha fallado el corazón y que, a partir de ahora, deberá vivir con marcapasos. Digan lo digan los fusileros de Sánchez, si ha caído Andalucía nadie está a salvo en ese partido. Y mayo, a la vuelta de la esquina.