MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Lo más grave de la debacle es el alejamiento de la realidad que muestra

El batacazo socialista que se produjo en Andalucía hace cuatro años llegó casi por sorpresa y, por la novedad, parecía un azar pasajero. Lo sucedido ahora revela la profundidad de la desafección electoral. No sólo por los votos y parlamentarios perdidos, sino porque agrava el que había sido peor resultado de su historia. El PSOE ya no es el primer partido en Andalucía y el PP logra una mayoría absoluta en lo que parecía el cortijo socialista. Además, la caída llega tras tres años de agresiva presidencia del Gobierno, cuando «los progresistas» han acuñado una especie de doctrina que plantea su primacía como una especie de necesidad moral. Han fracasado.

En los partidos suele producirse una lucha entre los imaginarios y la realidad. Por su inclinación al aislamiento, tienden a gestar unas visiones privativas, ideologizadas y separadas de las vivencias de la gente. Si sus fantasías y la realidad se separan radicalmente, llega el desastre, en forma de fuga de electores. En general, a los ciudadanos no les gustan los relatos idílicos basados en las virtudes morales de sus mandos.

La gravedad de la debacle andaluza del PSOE radica en que muestra un asombroso alejamiento de la realidad. Se pudo ver en la campaña electoral, cuyo diseño escapa al sentido común.

La primera sorpresa fue el discurso anticorrupción socialista, cuando aseguraba que el PSOE «no es el (partido) de los mangantes que trincaban a manos llenas». Consiguió avivar la memoria de alegrías socialistas poco edificantes. En el recuerdo de Andalucía todavía están presentes los ERE -cuya vía judicial aún no está extinguida- o los cursos de formación… Mentar la soga en casa del ahorcado suscita reacciones encontradas. Si es el ahorcado quien menciona la soga, se condena.

Otra prueba del despiste fue su decisión de agarrarse al discurso frentista que arremete contra la derecha como la fuente de todos los males, el mantra «parar a la derecha». Tiene atractivo épico la evocación al «no pasarán», pero pierde tensión si la derecha está ya en el poder sin que se hayan producido los cataclismos anunciados. El «que viene Vox», que sube la apuesta, pierde impacto si tienes un Gobierno sostenido por Bildu y ERC, que no son precisamente unos corderitos democráticos.

En otra variante del dislate, Yolanda Díaz llamó a votar(les) «en nombre de los represaliados franquistas». No explicó qué le autorizaba a representar a estos represaliados, patrimonio de todos los demócratas, pero el llamamiento situó las elecciones en un limbo que huye de políticas concretas.

La intervención más increíble fue la de Zapatero, cuando en el colofón de la campaña se fue a Andalucía a ensalzar a Chaves y Griñán, haciendo una loa de su honradez. Como si no hubiese una sentencia condenatoria o como si un expresidente de Gobierno y un partido democrático pudiesen estar por encima de la justicia. Remató la gesta electoral el candidato Espadas, pues se volcó en el panegírico de los expresidentes de la Junta. Sólo le faltó decir «lo volveríamos a hacer». Como si la ciudadanía considerara el asunto de los ERE una bagatela o una acción bondadosa del PSOE.

Del principio hasta el final: el propio PSOE se encargó de recordar al electorado su pedigrí corrupto y ausencia de arrepentimiento, sin el que no cabe propósito de enmienda. ¿Los socialistas pensaban que esa evocación enaltecedora de Chaves y Griñán les traería votos? ¿O lo dijeron porque se lo pedía el cuerpo, como el escorpión que muere con la rana por picarle, pues va en su naturaleza? Ambas explicaciones evocan un partido desconectado de la realidad, ensimismado e incapaz de salirse de su círculo mental.

En la precampaña, los socialistas aseguraban que estas eran «las elecciones más importantes de nuestra generación». La exageración sugiere que no pueden solventar el tropezón alegando que todo es una cuestión local o con el disparate de que la Junta ha ganado por disponer de la ingente cantidad de dinero que le da el Gobierno, como ha asegurado Lastra. Es algo más que un resbalón electoral. El discurso del PSOE (y del progresismo en general) se ha basado estos años en despotricar contra la corrupción de la derecha (atribuyéndose implícitamente una moral excelsa), amenazar con la llegada de Vox y apelar a las represalias franquistas. Es, precisamente, lo que ha fracasado en Andalucía.

Seguramente termina aquí la oportunidad de discursos estereotipados que amenazan con el apocalipsis. No funcionan. Sin embargo, resulta improbable la rectificación. Los políticos suelen preferir mantenerse en sus trece a cambiar el rictus. Tras localizar un chivo expiatorio, quizás lleguen a la conclusión de que han fallado por no insistir más en los argumentos rastreros. El fin de ciclo adquirirá un aire melodramático.