Todo se jodió el 2 de mayo. Félix Bolaños se coló en la fiesta de Ayuso como Peter Sellers en El guateque. Desde entonces, todo ha ido mal en la campaña de Sánchez. Una sucesión de errores que pulveriza la solvencia de la factoría de ficción de La Moncloa. Los Migueles por un lado (Barroso y Contreras) y Oscar López por otro parecen enfrascados en una disputa por ver quién la hace más gorda. En el entorno presidencial cunde ya una enorme perplejidad que, por momentos, se torna nerviosismo. Lambán, por ejemplo, ya da por perdido Aragón en tanto que Page bracea aparatosamente para salvar su sillón en Fuensalida.
Todo eran flores y violines antes del arranque oficial de la campaña. Los escribidores orgánicos ponderaban con entusiasmo el buen rumbo de la labor gubernamental, reflejada en venturosas cifras como un repunte del PIB (venía del subsótano), el alivio en el desempleo (los datos fake de Yolanda), la presión fiscal sobre los ricos (los del puro), el Salario Mínimo Interprofesional (que destroza empresas y empleo), la subida de pensiones (impagable en breve) y así sucesivamente. «Al fin se habla de gestión, de economía, de bienestar», se escuchaba a los voceros oficiales y a las cacatúas de micro y plató.
El guion perfilado por los 800 asesores se había puesto al fin en marcha. Mucha economía y bombardeo inclemente sobre Feijóo para pulverizar su imagen de político experimento y excelente gestor
Incluso emergieron en el horizonte los flamencos de Doñana, ¡arsa!, «esto será el sí es sí» de Feijóo, clamaban los coros y danzas del progreso. El Gobierno, al fin, dominaba la agenda, imponía el debate, llevaba la iniciativa, luego de meses de dispepsia y temblores a causa de la sedición, la malversación, los violadores de Irene Montero, el Tito Berni y su club de los diputados putañeros. El guion perfilado por los 800 asesores se había puesto al fin en marcha. Mucha economía y bombardeo inclemente sobre Feijóo para pulverizar su imagen de político experimentado y excelente gestor, con sus cuatro victorias absolutas a cuestas. Todo estaba tranquilo y hasta sonaba a venturoso.
Arrancó entonces el interminable rosario de promesas mediante un procedimiento peculiar y abiertamente tramposo. El caudillo socialista anuncia, cada fin de semana, una medida que se aprobará el martes siguiente en el Consejo de Ministros con lo que se concreta la fusión entre el Ejecutivo y el partido, un procedimiento muy poco frecuente en las democracias que merecen ese nombre.
La primera semana de campaña tocaba la vivienda, que tuvo un debut cercano a la caricatura, pues Sánchez se empeñó en prometer pisos y más pisos, casi 170.000 en cinco días, un alud enfebrecido de habitáculos confortables, baños alicatados, ascensor de subida y bajada, suelo laminado y dos armarios empotrados per cápita. Lo del garaje sería opcional. «El milagro de los panes y los pisos», se burlaba quedamente Feijóo, con su sutil ironía gallega.
Semejante despliegue propagandístico no se reflejaba en las encuestas. En Ferraz se hacían cruces, no entendían el escaso efecto demoscópico tras semejante oleada de anuncios y promesas agitadas por su el verbo tramposo de su egregia figura, que había convertido ya unos comicios locales y regionales en una especie de gran plebiscito sobre su persona.
Es el momento preciso en el que las tranquilas previsiones de Moncloa saltan por los aires, en el que Alberto Núñez Feijóo abandona su serena dialéctica y se lanza a la yugular
Entonces sucedió el cimbronazo. Bildu hizo públicas sus listas del terror en las que alineaba a 44 terroristas, de ellos siete asesinos convictos. Ahí cambia todo. Es el momento preciso en el que las tranquilas previsiones de Moncloa saltan por los aires, en el que Alberto Núñez Feijóo abandona su serena dialéctica y se lanza a la yugular, no del partido de los etarras, que a nadie engaña, sino del partido que pacta con ellos.
La espantosa noticia eclipsa el encuentro de Sánchez con Biden en Washington, tan acariciada por los Migueles. Todo se torna Bildu. Todo empieza a oler a ETA. El presidente no acierta a reaccionar. «Indecente», balbucea al referirse a la novedad, como si se tratara de un espectáculo subido de tono o de la factura excesiva de un restaurante japonés. Los ministros huyen despavoridos ante la presencia de los medios. Carreras ridículas se suceden por los pasillos del Congreso en un espectáculo grotesco. Varios días se demoran en acertar con la respuesta hasta que, poco a poco, las vocecillas socialistas empiezan a mascullar, casi con miedo, que se trata de «una iniciativa legal pero no decente». Un cacareo hueco, una firmeza impostada.
Sánchez se empeñó en convertir estas elecciones en un plebiscito sobre su persona con un resultado que se anuncia ya catastrófico. Ya hay nombres de los culpables.
Los guionistas del ala oeste, aturdidos por lo de Otegi, se adentran en la recta final hacia las urnas en sonámbula procesión, con una oleada de nuevas ofertas que resultan viejas. La paridad en organismos públicos (ya está implantada y ejecutada), fondos para la salud mental (estaban presupuestados), ayudas para la asistencia primaria (a buenas horas) y otras maravillas que suenan a estafa o a descargo de conciencia. Todo va tan mal que incluso Tezanos se ve incapaz de anotar una subida socialista en su sondeo de este lunes.
El nombre del próximo presidente se conocerá el domingo
Sánchez no disimula su ira. Algún valiente en privado le comenta que Ximo Puig se da por sentenciado, que la alcaldía de Sevilla se pierde y que varios gobiernos autonómicos en manos del progreso penden de un hilo.
Este domingo, a las diez, se sumarán los votos municipales y se despejará la duda de quién será el próximo presidente del Gobierno. Lo que se vota en mayo decide el resultado de diciembre. Si todo le sale mal este 28M, como así anuncia la demoscopia, Sánchez, fiel a su escuela, ya tiene decididas las cabezas que van a rodar antes del verano. Todos saben que sólo está a salvo la suya. En Ferraz y Moncloa ya se han puesto a temblar. La única cosa sin misterio en la familia de la izquierda es su querencia por la degollina.