TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • El coste del escándalo va a ser alto. Un precio más encarecido por los idiotas que por los cafres

Desde los cafés en la casba de Tánger a la parada de metro de Charing Cross, junto a Trafalgar Square, desde las cantinas de La Boca hasta las gradas del Ganges en Benarés, la marca España se conjuga con racismo en la sintaxis de todos los idiomas, ya sean lectores de diarios o tiktokeros. No hay noticia fechada en España con mayor alcance planetario que lo sucedido con Vinicius, con la potencia icónica de las imágenes a la medida del ‘homo videns’ de Sartori. En todo el planeta se reproduce el ‘reels’ de Instagram colgado por Vinicius –más de 35 millones de seguidores– con cánticos racistas junto a videos de las entradas criminales toleradas por los árbitros como acompañamiento de la caza. España no es un país racista, pero a la Marca España le acaba de caer una marea negra de chapapote equivalente al Prestige. O mejor ‘Desprestige’ porque este baldón va a pesar. Se puede perder el Mundial 2030.

El coste del escándalo va a ser alto. Un precio más encarecido por los idiotas que por los cafres. Tal vez algún lumbreras en la Federación o en la Liga piense en afrontarlo con un hashtag buenista y un plus de publicidad institucional, sin entender que estaban sentados sobre un volcán que ha entrado en erupción. Y no todo lo que se viraliza es real, pero tanto peor si además es real como la barra libre con Vinicius en la Liga. Son imágenes bárbaras, aunque en cada estadio se glorificase al jugador local que pateara a Vinicius culpando a éste de los cánticos de mono enfurecido. La tolerancia de un fútbol pervertido ha permitido llegar hasta aquí. Si ahora hay una imagen distorsionada de España como país racista es sobre todo aportación de los Tebas y Rubiales con sus corralitos pingües, desentendidos de esto como del escándalo de la Federación, el escándalo Negreira, el inevitable escándalo del VAR con Roures detrás, o ahora los apaños de la Juve con Barça y Valencia.

«El racismo se persigue», dice la portavoz del Gobierno con el acojono de un mal paso en la recta final de la campaña. Es falso. Ayer detenían a cuatro colchoneros por un ahorcamiento alegórico de Vinicius, estilo Tamaulipas, para aparentar que actúan después de cuatro meses mirando para otro lado. Y los exhibían como a capos de la ‘Ndrangheta calabresa para darse pisto. No van a engañar a nadie. Ahora llegarán los golpes de pecho y la variante nacional del ‘black lives matter’ con excesos propagandísticos, ya ensayados impúdicamente por Podemos, pero el fútbol español no ha perseguido el racismo, dando carta blanca al desahogo de los verracos. Y en el exterior no se andarán con matices o subordinadas al generalizar lo de país racista. En un mundo persuadido, como Bill Shankly, de que «el fútbol no es un asunto de vida o muerte, sino algo mucho más importante», el campeonato pervertido va a golpear a la Marca España, aunque ya no exista la oficina de la Marca España cuyo interés se le agotó al sanchismo. Pon ahora a Albares a apagar un incendio viral de sexta generación entre la ceniza de la leyenda negra.