Miguel Ángel Aguilar, EL PAIS 13/11/12
Los conflictos al hilo de Cataluña y los medios de comunicación alcanzan altas temperaturas.
La campaña para las elecciones catalanas del próximo 25 de noviembre, domingo, permite observar cómo entran en celo los candidatos de las fuerzas políticas en liza y aquellas otras figuras afines que son llamadas a comparecer para que presten ayuda en la tarea de convencer a los electores y de encaminarles hacia las opciones en venta. Se prodigan los mítines de diferente radio de acción, en auditorios de diferente aforo, con oradores de diferente calibre, ante públicos más escogidos, más segmentados, más selectos o más multitudinarios y entusiastas. Luego, los medios de comunicación hacen su cocina particular, seleccionan lo que consideran relevante conforme a sus criterios y al pregonarlo le dan valor añadido.
Porque nada, ninguna realidad, permanece igual a sí misma después de haber sido difundida como noticia. A la vista está que la actitud de los medios de propiedad privada ha perdido el pudor de los inicios democráticos y ahora trabaja con descaro en favor de las opciones políticas con las que está alineada, y sucede que aquí, como en Europa del uno al otro confín, las banderas de la prensa van del centro derecha a la derecha extrema, salvo alguna rareza superviviente de anteriores glaciaciones que refleja los colores del centro izquierda.
Por lo demás, hace tiempo que los Gobiernos a escala nacional, autonómica o municipal aplicaron las enseñanzas de aquel Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, que escribió Maurice Joly, y para contrarrestar el poder de la prensa se hicieron editores y empresarios de radio y televisión o aprendieron a condicionar a los medios con subvenciones, atribuidas o denegadas de modo gracioso, para inducir comportamientos convenientes.
En cuanto a los periodistas que campaban por libre, enseguida se quiso poner coto a sus desmanes con la confección de listas de afectos y desafectos para ofrecerles tribunas o condenarles a las tinieblas exteriores, dejando siempre huecos a quienes pudieran figurar como testigos falsos de un pluralismo simulado. En las campañas se han generalizado además otras prácticas degradantes, como las ruedas de prensa sin preguntas que importunen al líder. El resultado es penoso, porque tenemos aprendido con Heisenberg que “no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestra manera de interrogarla”. Y sin interrogatorio tampoco hay conocimiento.
A la ocasión catalana, que vivimos estos días de pasión, se ha referido Gregorio Morán en La Vanguardia del pasado sábado 10 de noviembre con el título de Plebiscito para la impunidad. Dice rotundo que allí donde hay un patriota, un abertzale, la libertad vale menos que sus convicciones, y que no hay organización patriótica sin subvención porque ese es un principio básico de todo gobierno nacionalista, sea de CiU o del tripartito. Así parece corroborarlo la preferencia manifestada por Alfons López Tena (Solidaritat Catalana per la Independencia) a Víctor M. Amela a favor de una Catalunya independiente bajo una dictadura, frente a la opción de una Catalunya inserta en una España democrática.
La cuestión para nuestro columnista es si el próximo 25 se concederá a CiU el derecho a no explicar cómo facilitaron la ruina del país y cómo participaron en las operaciones más corruptas de los últimos años. Escribe que a él no le roba España, que sabe muy bien qué españoles le roban, pero que, como vive en Catalunya, entre los perpetradores del latrocinio padecido hay más catalanes que castellanos, santanderinos o bilbaínos.
En todo caso, los conflictos que se suscitan al hilo de la cuestión catalana y de los medios de comunicación han alcanzado esta semana pasada temperaturas de incandescencia. De ahí que su análisis requiriera el equipamiento instrumental brindado por Karl Mannheim en su ensayo Ideología y Utopía. Allí describe que el concepto “ideología” revela cómo el pensamiento de los grupos dirigentes puede estar tan profundamente ligado a una situación por sus intereses que les incapacite para percibir los hechos que impugnarían su sentido del dominio.
Considera nuestro autor que en la palabra “ideología” subyace además la intelección de que, en determinadas situaciones, el inconsciente colectivo de algunos grupos oscurece la percepción real de la sociedad, y de este modo tenebroso cree estabilizarla. En la otra vertiente, la del pensar utópico, se refleja el descubrimiento opuesto, según el cual ciertos grupos oprimidos están de modo intelectual tan fuertemente interesados en la destrucción y transformación de determinada condición de la sociedad que solo tienen ojos para ver aquellos elementos que tienden a negarla. Su pensamiento jamás es una diagnosis de la situación; puede servir solamente como guía para la acción. Veremos.