Iñaki Ezkerra-El Correo

  • ¿En qué mundo vive ese alcalde que entona una letra sobre la violación a una niña?

Sí, de acuerdo, la cancioncilla de ese alcalde de un pueblo de Ávila que narraba literalmente la violación de una menor con un tono jocoso es de una bestialidad estremecedora. Pero vayamos más lejos de la mera y obligada condena que debería forzarle a la dimisión inmediata. La primera pregunta que me suscita ese caso es cómo es posible que en la España de la Ley de Violencia de Género y la ultracorrección política se le haya podido ocurrir a un sujeto que desempeña un cargo público entonar semejante letrita sin esperar la menor consecuencia. ¿En qué mundo vive Antonio Marín, el alcalde de Vita? ¿Es que no lee los periódicos? ¿Es que no sabe que se halla en una sociedad en la que la sensibilidad ante la lacra de la pederastia es general afortunadamente aunque hayan hecho de su denuncia una bandera ideológica algunos que solo la señalan en el adversario político y la silencian cuando compromete a un colega de partido? ¿Es que padece Antonio Marín unas inclinaciones tan inquietantes e irreprimibles que le llevaron a ignorar en un momento de euforia festiva dichas consecuencias? ¿Es que Antonio Marín se vino arriba gracias al ambiente de relajación propiciado por las fiestas de su pueblo? ¿O es que pretendía reivindicar la legitimidad de esa práctica criminal de modo consciente? ¿No será que nos hemos creído que la nuestra es una sociedad avanzada en la protección de los débiles gracias a un pomposo discurso oficial bajo el que subyace la brutal realidad de toda la ‘vita’?

Sí. Vivimos en un país en el que el mismo personaje al que no se le caen de la boca los «ciudadanos y las ciudadanas» ni todos los retóricos clichés inclusivos es capaz de actuar en lo cotidiano y personal como un machista, un abusador y un maltratador de manual. La explicación está en que hemos sustituido la ética civil, la pedagogía social, la educación sexual y la cultura democrática por el adoctrinamiento. Nos hemos creído que una sociedad se convertía en el paraíso a base de demagogia y palabrería. Pero el adoctrinamiento no nos hace mejores. Nos hace adoctrinados y doctrinarios; o sea, sectarios e irrespetuosos con quien no adopta ese superficial e impostado discurso. La incoherencia entre pomposidad verbal y comportamiento real es un hecho rutinario que no se limita a unas concretas siglas políticas sino que afecta a todo nuestro espectro ideológico y sociológico. Dicho de otro modo, acémilas hay en la derecha, en la izquierda y en el centro.

Del inquietante episodio de Vita a uno le choca también la ausencia de sentido común en ese público que jaleó la canción atroz. ¿Es esa masa de palmeros la alegoría de un sector de la sociedad española que aplaude y corea lo que haga falta mientras venga del tipo al que ha votado?