ABC-LUIS VENTOSO

A veces una sociedad valiosa se extravía y empieza a declinar

ES un error común dar por garantizado que países, regiones y ciudades que son un éxito continuarán para siempre instaladas en la prosperidad. La historia nos imparte reiteradas lecciones de que a veces, sin que nadie lo espere, una sociedad puede malearse. La carcoma, al principio invisible, va infectando la médula social. Hasta que un día, contra todo pronóstico, comienza un dramático y acusado declive. ¿Quién podía imaginar que la rica Venezuela, a la que emigraban aldeas gallegas enteras a comienzos del siglo XX, degeneraría hasta convertirse en un Estado semifallido, con apagones, sanidad tercermundista, tiranía y desabastecimiento? ¿Quién podría pensar que Yugoslavia, ejemplo de un cierto desarrollo en el mundo comunista, implosionaría en una cruel guerra xenófoba? ¿Cómo pudieron las cultas e industriosas Alemania y Austria dejarse engatusar por un animal como Hitler y perder por completo la brújula moral?

«The Motor City». Tal era el apodo de Detroit a mediados del siglo XX. La pujante capital de la industria del automóvil de Estados Unidos. Hoy tiene un 60% menos de población que entonces y en 2013 se declaró en bancarrota. Su perímetro dibuja el perfecto paisaje de la derrota, lo que los urbanistas anglosajones denominan «greyfield»: manzanas y manzanas de naves industriales y edificios vacíos, espectro doliente de una pretérita prosperidad. A comienzos del siglo XV, cuando los europeos nos pasábamos el día beodos, a mamporrazos y temblando con la peste, China ya era un sofisticado imperio. Zheng He, el gran almirante eunuco, iniciaba sus legendarias expediciones navales. China, como durante tantos siglos, lucía como vanguardia de avances. Pero entonces tomó la errada decisión de aislarse y enfiló la cuesta abajo. En el siglo XIX se vio abiertamente humillada por las potencias europeas en las Guerras del Opio. Hoy vuelve a rugir, pero le ha costado un par de siglos rehacerse.

Hoy Cataluña cuenta con 4,8 millones de habitantes más que Galicia y mayor riqueza. En 1787 todo era diferente: había 1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Galicia disfrutaba en el XVIII de una economía próspera, armónica, que se derrumbó a finales de ese siglo, abriendo paso a un éxodo que la desangró. Por el contrario, Cataluña, merced a la prebenda del arancel del textil otorgado por el Gobierno de España y al carácter industrioso y sagaz de sus gentes, inició un espectacular despegue, que la convirtió en el siglo XX en punta de lanza del país. ¿Va seguir siendo así? Ojalá, por el bien de los catalanes y de todos los españoles. Sin embargo, se acumulan indicios de que la carcoma está infectando a Cataluña: incumplimiento de las leyes, fractura social, fuga de capitales y empresas, deterioro del orden público, payasadas y paletismos impropios del pueblo sabio y cosmopolita que acuñó la palabra «seny». Si los catalanes no se libran de la fijación xenófoba que intenta pastorearlos, todos los datos indican que dentro de veinte años ya no vivirán tan bien. La prosperidad de Detroit también parecía eterna..