Jesús Nieto Jurado-EL ESPAÑOL
La carta a la militancia de Pedro Sánchez ha sido lo que ha sido. Un mamotreto mitinero con muchos folios a imprimir, párrafos enteros destacados tipográficamente en negrita y mucho vacío mental.
Para dirigirse a la militancia, la férrea, la ciega, la que no se entera de la misa la media, no hay más remedio que una carta: quizá hayan oído algo del pacto con Bildu, de refilón. Y hay que darle un argumento difuso de que esa coincidiencia obedecen a un bien supremo. Claro…
Invertir en mercadotecnia en la nueva democracia pasa por estas epístolas que arrancan con una prosa ñoña, culpan al periodista y a quien pase por ahí, y quizá arrancase una lágrima a los más convencidos.
Nada hay de autocrítica, sino un principio como de Paulo Coelho según el cual la peste que nos abate es una oportunidad, que tampoco se especifica para qué: si para comprarnos un parchís, volver a aplaudirle en los balcones o para invertir en el muy decente negocio de las pompas fúnebres.
La larga misiva de Pedro a los sanchistas, esa consagración de sí mismo, tiene algo de expiatorio en la sintaxis redundante. Con profusión hace un repaso a beneficio de parte de que eso que nos cuentan de las colas del hambre, de la insuficiencia de los fondos europeos es un embute: y ponen Pedro y el negro toda la carga argumental en que hay «un griterío partidista» que canalizarán las «fake news» ( el anglicismo tenía que aparecer como fuera).
Esta carta marcada de Sánchez, más íntima que sus comparecencias televisivas, más digerible que su defensa de la Ley Celaá no llegó ni en el peor ni en el mejor momento: era algo que teníamos pendiente desde hace unos días para dejarnos el cuerpo igual de mal y la cabeza zumbona de tantos lugares comunes.