FRANCISCO ROSELL-El MUNDO

Hubo un tiempo político –septiembre de 1988– en el que el Gobierno de Felipe González, para eximirse de los crímenes de los GAL, se valió de unas apócrifas cartas portuguesas con el beneplácito del otrora fiscal general del Estado Javier Moscoso. Nada que ver, desde luego, con las célebres epístolas de amor que tres siglos atrás escribiera Mariana Alcoforado desde su retiro conventual de Beja, en el Alentejo, al conde Chamilly, capitán de la caballería gala participante en el asedio de Ferreira, y compendiadas con ese título estampillado en la cubierta.

En aquellas espurias misivas para embarullar la investigación sobre los GAL, tres mercenarios encarcelados en el país vecino se desdecían de las imputaciones hechas ante el juez contra los policías españoles Amedo y Domínguez, finalmente condenados en este sumario. Pronto se supo que la firma del director de la prisión certificando la autoría de las confesiones había sido suplantada. En 1995, se reincidiría en este tipo de fullerías cuando el departamento del biministro Belloch se inventó un inexistente «capitán Khan» de la Policía de Laos para camuflar el retorno a España del ex director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, en plena torrentera de escándalos socialistas.

Si bien aquellas cartas portuguesas de los GAL ya se pierden en la noche de los tiempos, su carácter fraudulento entronca –y se ponen de actualidad– con la baza lusa que ahora emplea el candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez. Maniobra para despistar a la opinión pública, enredar a sus contrincantes, tener esperando al Rey y recurrir, si la partida le va bien, a una repetición electoral en la que endosar a sus rivales su incompetencia para granjearse su investidura. Nada nuevo bajo el sol.

Ya lo hizo con la convocatoria del último domingo de abril para pillar a contrapié a los demás. No obstante lo cual, se le quedó corto de sisas el chaleco que se confeccionó con cargo a los Presupuestos Generales del Estado en una campaña en la que contó con todas las bicocas y canonjías del poder. De hecho, fue lo que movió, con los peores resultados del PSOE desde la restauración democrática, a montar su moción de censura Frankenstein con podemitas e independentistas: acudir a las urnas cuando él lo dispusiera y en modo Falcon. Esa heterogénea conjunción, eficaz para defenestrar a un Rajoy enajenado de la realidad, resultaba y resulta, por contra, descabellada para construir otra cosa distinta que la bíblica Torre de Babel con el riesgo añadido de aplastar al promotor del desvarío.

Si desde la remoción de Rajoy hasta el 28-A, Sánchez estiró el chicle todo lo que pudo para labrarse una imagen de presidente sin votos para sostenerse en La Moncloa, esta vez hace igual tras vencer con 123 pírricos escaños y llevarse tres meses entregado al canto de la cigarra. Al fin, en este inicio de ferragosto, al constatar cómo el tiempo se le echa encima, la chicharra Sánchez ha intensificado su rechinante canto para culpar a las hormigas de no llenarle la despensa con los escaños que anhela para ser presidente por ser quien es. Cuando ningún aspirante en minoría ha tenido ocasión de aprovisionarse a derecha y a izquierda como en su circunstancia. Por contra, enreda y aprovecha el periodo vacacional por excelencia para que le luzca más.

Es tan recurrente este juego de cartas marcadas que se trae Sánchez que evoca al personaje de Walter Matthau en La extraña pareja, la genial comedia de Willy Wilder que coprotagonizó con Jack Lemmon, cuando reclamaba imperativamente a los demás jugadores: «¡Sostened bien altas las cartas que quiero ver dónde las he marcado!». Dando tumbos en una dirección y en la contraria, su palabra sufre tal depreciación que sólo compromete a quienes necesitan creerlo, bien por conveniencia, bien por mero arrimo al sol que más calienta, por aquello de ande yo caliente y ríase la gente, mientras gobiernan sus días mantequillas y pan tierno, como resumió de modo cristalino el más culterano de nuestros poetas. Si Sánchez no es un político de fiar para los propios, como ya acreditó ante los suyos, no iba a serlo para los ajenos, a quienes ya ha dado muestras más que suficientes en este terreno.

A este respecto, volviendo a la vía portuguesa que dice que le gustaría implantar en España, conviene aclarar que a Sánchez sólo le interesa a los exclusivos efectos de gobernar en solitario sin la rémora de las fuerzas dueñas de los escaños que precisapara ser investido. Pero no para importar las reformas que han obrado un auténtico milagro de la mano de una izquierda que siguió los pasos de sus predecesores de centroderecha para rescatar a Portugal de la crisis mediante la intervención comunitaria de su economía. Así Sánchez no busca aplicar las políticas que han revertido el déficit público ni rebajado la presión fiscal. Dos lastres de los que se ha liberado el Gobierno del socialista Costa con el apoyo parlamentario del pretérito (pero no periclitado) Partido Comunista y la formación aborigen de Podemos (Bloco de Esquerda).

Ello explica que sea un imán del ahorro y la inversión extranjera. Proveniente, por ejemplo, de España, cuya titular de Hacienda, María Jesús Montero, presume de que donde está mejor el dinero de los ciudadanos es en manos del Fisco. Ello es mucho decir teniendo en cuenta que su vicepresidenta, Carmen Calvo, opina que lo que es de todos no es de nadie y, en consecuencia, el Gobierno puede hacer lo que le pete, como ambas obraron en Andalucía. Si España resiste a duras penas los embates de la crisis, es porque Sánchez gobierna con los Presupuestos prorrogados del PP y, aun así, ya dilapidó fondos para que sus viernes electorales le llenaran las urnas de papeletas. Por eso, supone un mal menor que España carezca de Gobierno si lo que viene es el desgobierno de un mal Gobierno.

Menguando tributos y liberalizando su economía, en las antípodas de Sánchez y sus socios preferentes (Podemos e independentistas), Portugal recupera su autoestima. Lejos de cuando el escritor y diplomático Eça de Queirós viajaba en tranvía por París con otro cónsul y observó que una mujer, sentada enfrente, no les quitaba ojo. Al dirigirse el novelista al revisor en perfecto francés, la señora le inquirió: «Disculpe. Antes les oí hablar en una lengua que me es desconocida. No es inglés, ni alemán; tampoco italiano. ¿Acaso son españoles?». «Ay, señora –replicó irónico–. Peor aún: portugueses».

Aun estando tan cerca geográfica como políticamente también lo está hoy, Portugal se halla alejada de España por un factor que Sánchez no puede rehuir a la hora de formar un Gobierno a la portuguesa: el separatismo. De hecho, su Constitución prohíbe incluso los partidos de índole regional, además de ser uno de los numerosos Estados-nación que impide taxativamente una modificación constitucional que contemple la posibilidad de autodeterminarse mediante la inserción de lo que, en Derecho constitucional, se denomina cláusula de intangibilidad. Para remate, en Portugal, tradicionalmente es mayor el porcentaje de ciudadanos dispuestos a integrarse en España que partidarios de la secesión se registran en España. Alimentan el sueño iberista del Nobel Saramago en La balsa de piedra, donde fabula el desgajamiento de la Península a raíz de una grieta en los Pirineos.

Como dijo el Guerra (Rafael, el torero, claro), hay cosas que no pueden ser y además son imposibles, y el primero que lo sabe es Sánchez, quien sólo busca un trampantojo para debilitar al adversario. Así, con Podemos, emplea un ardid que explotó el PSOE en Andalucía cuando, en las autonómicas de 1994, se quedó en minoría y denunció la pinza del PP e IU. Tras hacerle ver a Chaves que se había finiquitado la arrogancia de la mayoría absoluta y de negarse a ser mera muleta para esa etapa de invalidez a causa de la corrupción y la crisis económica, la IU de Anguita y Rejón convino a última hora un reparto de consejerías, así como la conformidad con las cuentas del 95. Pero Chaves rompió el día de la firma por imperativo de González.

Para cargar el mochuelo a IU, como ahora Sánchez con Podemos, el PSOE agitaría a todos los colectivos meridionales que vivían del presupuesto en el régimen neocaciquil que presidía Chaves. Al tiempo, tentaba a quintacolumnistas de IU –singularmente Nueva Izquierda, de López Garrido, entre otros– para sabotear desde dentro la estrategia de Anguita de il sorpasso encaminada a erigirse en fuerza hegemónica de la izquierda.

El jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, como asesor en su día del ex presidente extremeño Monago, bien se sabe la historia. No en vano logró la abstención de los diputados de IU en contra de la directriz federal de Cayo Lara, sustituto de Anguita, de suscribir pactos con el PSOE. Ahora, al cabo del tiempo, Sánchez hace igual agitando el rico panal de los colectivos captores de rentas públicas y siembra a éstos de promesas que luego pueda cosechar en campaña. Amén de ello, amenaza a ayuntamientos y autonomías con la asfixia financiera si no hay Gobierno en las condiciones que él pretende. En definitiva, política de achique de espacios, de reducción de la maniobrabilidad del antagonista, similar al sistema que popularizó Menotti cuando llegó a entrenar al Barcelona de Maradona a base de presionar al contendiente adelantando la defensa.

En cualquier caso, Sánchez debe hacerse el cálculo de Felipe II cuando fue advertido de la desatentada empresa de don Sebastián de Portugal en Marruecos, donde perdería la vida convirtiéndose en involuntario fautor de la unión de ambos reinos. El Monarca escurialense, legítimo heredero de aquel trono y pendiente de la boda de su hija Isabel Clara Eugenia con el infortunado, sentenció: «Si Sebastián gana, gano un yerno; si muere, gano un reino». El Prudente regiría ambos reinos desde 1580 hasta 1598, en que falleció.