ABC 10/02/16
IGNACIO CAMACHO
· Trascendental decisión unánime del Congreso ante la intemperie financiera: redistribuir los asientos de Podemos
VIENE una tormenta de las gordas y nos va a encontrar con la techumbre en obras. Si los expertos llevan razón, la catástrofe financiera en ciernes puede derribar las estructuras que sobrevivieron a la última gran crisis monetaria, la de las hipotecas subprime; pero incluso si no la llevan basta la psicosis de miedo para activar un siniestro proceso de profecía autocumplida. En las esferas huidizas del dinero, la economía es a menudo un estado de ánimo sometido a oscilaciones compulsivas. Sólo que entre el mundo blindado de los grandes gestores de fondos y la fatigosa existencia de la mayoría de los mortales funciona un complejo pero inapelable sistema de vasos comunicantes. Una suerte de efecto mariposa por el que si un bróker de Wall Street sufre un ataque de pánico acaba despedido el comercial de un concesionario de coches en Málaga. Lo escribió Homero muchos siglos atrás: las guerras de los dioses siempre las pierden los aqueos.
En este panorama de incertidumbre planetaria, las nubes amenazan descarga sobre una España expuesta a la intemperie. No sólo porque el país carece de gobierno, sino porque está a punto de dotarse del gobierno menos adecuado para reparar las goteras. La incipiente recuperación tiene la solidez de la casa de paja del cuento de los tres cerditos y el lobo de la recesión ha vuelto a asomar el hocico. Como se ponga a soplar en serio nos dejará al raso. Una sociedad madura aprovecharía la ocasión para forjar una fuerte alianza política transversal, capaz de resistir el vendaval con cierta cohesión, pero aquí nos encaminamos a un pacto sin otros cimientos que un vago proteccionismo clientelar y sin más argamasa que el radicalismo ideológico. El modelo que fracasó hace cinco años pero con un sesgo sectario mucho más pronunciado.
El descalabro de hace un lustro ha dejado un poso de desamparo en la nación con mayor sentimiento anticapitalista de Europa, y esa sensación de orfandad tiende a buscar abrigo entre las tentaciones facilistas del populismo. El discurso contra los mercados tiene fácil venta entre nosotros, pero con una deuda billonaria la economía española depende por completo de unos prestamistas externos para quienes los repartos subsidiales son sinónimo de disipación de las garantías de cobro. Nos aproximamos a una política a contracorriente que ni siquiera está construida; una mera improvisación fundamentada en el control del poder, no en la gestión de la economía.
Porque la llamada nueva política tiene sus propias prioridades. Y así ayer, mientras se hundían las Bolsas, se disipaban las rentas de los ahorradores y tiritaba el valor de las empresas que crean empleo, el Congreso de los Diputados llegó por unanimidad a un trascendental acuerdo. Un reparto literal de las sillas para evitar que las recién llegadas señorías de Podemos tengan que sentarse en los escaños del gallinero.