EL MUNDO – 11/10/15
· Los alcaldes de la CUP son la punta de lanza de la independencia de facto: advierten de que no entregarán los impuestos al Estado y promueven desobediencia generalizada.
En la plaza de los Països Catalans de Berga riela a la luz de las farolas la bandera lustrosa de la república independiente que enarboló por la fuerza de los hechos Lluís Companys, el malhadado president a quien recuerda un rótulo desgastado al pie del pendón. El trapo ondea con natural autoridad y parece como si tuviera conciencia de que no podría hacerlo ahí ningún otro. A su derecha hay una pequeña tienda de encurtidos, ultramarinos y gollerías –anchoas de La Escala, bacalao de Nueva Escocia, garbanzos pedrosillanos– que se llama sin embargo muy castizamente Casa Madriles, en recuerdo del abuelo que se ganó ese sobrenombre cuando emigró en los 60 desde la capital del foro e inició a la familia en el negocio de la aceituna.
– Buenos días, señora alcaldesa.
– La alcaldesa está, pero la señora se ha quedado en casa.
Montse Venturós, la risueña Venti para todo el pueblo, tiene 29 años de arrogante lozanía y es la dueña de la tienda, la nieta del Madriles y, desde junio, también la alcaldesa de la mayor localidad de la quincena que gobierna directamente la CUP, la formación de izquierda radical independentista que propugna una ruptura abrupta y traumática con España y la UE, y que adquirió una posición parlamentaria relevantísima el 27-S.
– Sabemos que no vamos a cambiar nada en función de la legalidad vigente. Todo cambio va a venir de la desobediencia y no va a haber independencia si no hay desobediencia a la legalidad española.
– ¿Y en qué van a desobedecer?
– Pues en los impuestos que tienen que ser retornados al Estado. El mal cálculo y el mal criterio que nos imponen hace que ahora tengamos que pagar 190.000 euros. Yo he dicho: «Nosotros no vamos a pagar ese dinero». Y se aprobó en el Pleno.
– ¿Alguna cosa más?
– No debemos ni podemos aplicar normas que son una vergüenza. La ley Wert, la anulación por el Constitucional de la ley catalana de pobreza energética… Todo esto se desobedece y punto, lo ha decidido una institución catalana, es bueno para las clases populares y punto.
– ¿Y piensa que los funcionarios y la ciudadanía les van a seguir?
– Bueno, bueno, ya veremos… Lo primero es trabajar la conciencia. Por ejemplo, el 12 de octubre vamos a venir todos los concejales, porque es una festividad que nos impone el Estado y no la queremos cumplir. Este año, los funcionarios tienen la opción de venir o no venir. El año que viene, cambiaremos esa fecha.
– Pero si fundamentan el nacimiento del nuevo Estado en la desobediencia a la ley, ¿con qué autoridad van a exigir su cumplimiento en la Cataluña independiente?
– Es que en esa Cataluña las leyes van a ser legítimas porque las va a hacer el pueblo y no 12 tíos sentados en un sillón.
La alcaldesa presume de militar desde que tenía 14 años en la «izquierda independentista catalana». Bajo ese entrecomillado se identifican los grupos antisistema que van surgiendo desde finales de los 80 en torno a la organización juvenil Maulets y que están mucho más allá de ERC, excluida explícitamente por su «aburguesamiento» producto de su adaptación a las instituciones. He aquí el verdadero vivero ideológico de la CUP a través del activismo cultural y de propaganda que se hace en los casals –casas okupas– y ateneos libertarios extendidos, tolerados e integrados por toda Cataluña.
El casal más importante de Berga lleva el nombre de Panxo en homenaje a Marcelino Massana, la figura local del maquis rural que volaba torres de alta tensión durante la postguerra. En sus paredes se pueden leer repetitivamente las consignas que ya ganan elecciones en Cataluña y que serán determinantes para investir a su presidente, para decidir las políticas que afectan a siete millones de ciudadanos y para resolver su relación con el Estado. La principal establece el siguiente objetivo con el fin de «construir una sociedad libre de toda opresión y explotación»: «La independencia de los Países Catalanes para defendernos de los ataques de los Estados español y francés, que desde hace más de 300 años intentan borrar la identidad de nuestro pueblo. Trabajaremos para nuestra emancipación nacional y así construir un país al servicio del pueblo trabajador catalán».
Berga, escenario de la asombrosa fiesta medieval de la Patum –celebración con gigantes y dragones que es patrimonio de la humanidad–, tiene 17.000 habitantes y la mayoría hace tiempo que ha desconectado emocionalmente de España. El 75% votó secesión el 27-S, el PP y Ciudadanos no existen y el PSC ha quedado reducido a cenizas. Se ven muchas banderas, pero ninguna que no sea la estelada, y el repudio a España forma parte de la vida diaria, sin tensiones ni ceños fruncidos: el escaparate de la zapatería de Francesc expone las pantuflas de la independencia entre el género de la temporada y allí a nadie se le ocurre que eso pueda enfadar a alguien.
La sentencia del Estatut, las «agresiones» a la lengua catalana –patrimonio que se vive como un auténtica obsesión– y el supuesto expolio fiscal conforman la conocida lista de agravios. Jaume Fíguls tiene una inmobiliaria y es responsable de la revista Aquí Berguedà y de Ràdio Berga. Afirma que desde 1986 ha emitido en la radio, como mucho, cinco cuñas en castellano –«el cliente lo rechaza, no lo quiere si no está en catalán»– y asegura que la amplia mayoría de Berga aceptará desobedecer la legalidad española si se lo proponen –«si hay que pagar a la Hacienda catalana y no a la del Estado, mejor para todos»–. La generalidad de espontáneos responde en idéntico sentido, a veces de forma elocuente: «¡Hosti, hoy mejor que mañana, tú!».
La impresión que se percibe en Berga crece a medida que se remonta el río Llobregat desde Manresa y se va mitigando el efecto de la inmigración interior y de la población castellanohablante, que además en estos núcleos va saltando del PSC a la CUP. Triunfa entre las bases de la izquierda su discurso de que «la independencia no es un cambio de bandera, es un cambio de modelo de sociedad». En Navàs, asolada por el paro desde que colapsaron las industrias textiles y la construcción, venció hace cuatro años y en 2015 arrasó con un 54%.
El alcalde es Jaume Casals, un profesor de Primaria de 40 años que mide 1,90 y va al Ayuntamiento en zapatillas de montaña y sudadera Quechua. Él ha sido el pionero en poner en marcha desde una institución pública las políticas asamblearias que la CUP considera su aportación más genuina. Los vecinos se dividen por distritos en siete grandes asambleas y pueden participar en la elaboración del presupuesto municipal. «Hay que promover el empoderamiento real del pueblo, devolver el poder de la calle», proclama. En concreto, según la documentación oficial, a los ciudadanos de Navàs se les ha dado en 2015 la oportunidad de decidir en qué se gastan 50.000 euros del total de seis millones que hay en las arcas locales. Un 0,8%.
– Si Artur Mas quiere realmente la independencia, tiene dos opciones: o ir pidiendo permiso al Estado y que le vayan dando portazos, o empezar a desobedecer. Así se han ganado muchísimos derechos, como cuando Rosa Parks se sentó en el autobús.
– ¿Qué actos de desobediencia está llevando a cabo el Ayuntamiento?
– Planteamos el pago de los impuestos a la Hacienda catalana y que no se entreguen al Estado. Aquí tenemos un nivel de emergencia social brutal como para ir repartiendo.
– Pero ese reparto responde a un criterio de solidaridad entre diferentes territorios del Estado…
– No tenemos un problema con la gente de Marinaleda, de Vallecas o de Avilés. El problema es la estructura que hay creada, que se estén manteniendo palacios reales o comprando helicópteros y no tengamos dinero para comedores escolares.
– ¿Cree que el proceso de independencia es irreversible?
– Sí. Si se echa atrás… Como Mas haya montado una farsa para envolverse en la bandera y protegerse de la corrupción, se va a encontrar con una rebelión.
– ¿Una rebelión de qué tipo?
– Una rebelión en toda regla.
La actitud de la directora del instituto-escuela público Sant Jordi de Navàs, Marìa Abad, es muy expresiva de hasta qué punto sí es posible que a esa estrategia de desobediencia generalizada se sume en estas zonas el grueso de la ciudadanía: «Los padres han planteado en el Consejo Escolar de forma muy mayoritaria que desobedezcamos la ley Wert. No quieren que se aplique el 25% de la enseñanza en castellano si nuestra lengua es el catalán. Si se aprueba, por supuesto que sí que la podríamos desobedecer».
La CUP triplicó su número de concejales en 2015: creció de 62.000 votos a 225.000. Otro nicho del poder municipal que acumula está en el pais petit al que cantó Lluís Llach. Los radicales gobiernan en un puñado de pequeños pueblos de piedra de aire toscano en las fértiles llanuras de El Ampurdán, en Gerona. Uno de los mayores es Verges, lugar de nacimiento del cantautor y también del padre del catalanismo posibilista, Francesc Cambó. Tienen mayoría absoluta. La edil de Promoción Económica, Núria Roca, dice que «el proceso constituyente que se va a poner en marcha en Cataluña debe aprender de los errores del 78, cuando no se rompió con la dictadura».
Muy cerca está Viladamat. Al frente de la carnicería Planas –sensacional butifarra de hígado– está Josep, encantado con que gobierne la CUP desde hace cuatro años. «Mentalmente hemos hecho un proceso que no tiene vuelta atrás. A la independencia sólo se va a través de la desobediencia. El Estado no nos deja hacer un referéndum, imputan al presidente Mas… España perdió las colonias por chulería y aquí le va a pasar lo mismo…». Mientras habla, entra una vecina a comprar pechugas de pollo y él ni se inmuta, hasta que ella interviene: «Hay que desobeceder ya y cuanto más, mejor».