ABC-IGNACIO CAMACHO
La audacia de Casado ha enterrado el marianismo, desplomado con el estrépito de un vertiginoso fin de ciclo
FRENTE a la tentación continuista de un posmarianismo recalcitrante, el éxito de Pablo Casado consiste en haber intuido, o detectado, que la derecha también tenía ganas de renovarse. Que el desalojo brusco del poder, por injusto que fuese, había desencadenado en el PP las condiciones justas para una catarsis. Que alguien, él mismo, podía sacar energía de ese revés frustrante. Que en el interior de una organización desconcertada y exánime había una corriente de cambio, un movimiento de jóvenes decididos a volver a conectar con la calle. Que era el momento, en suma, de dar un paso adelante, de desafiar a unas élites de aparato que, como demostró Pedro Sánchez, en las primarias de las grandes formaciones suelen irse al traste. Y que existía una oportunidad para colocar ese mensaje.
Casado es un dirigente programado para el liderazgo. No exactamente una criatura de laboratorio, pero sí forjada en esas escuelas de aprendizaje que la política y la alta empresa utilizan como cantera de cargos. Su conexión con Aznar viene de ese trabajo en el que el ahora detestado expresidente lleva tiempo embarcado: la formación de cuadros. Su carrera estaba planificada de otro modo, más progresivo, más escalonado, pero la retirada abrupta de Rajoy le abrió una coyuntura inesperada, un espacio. Y contaba con la ambición y la audacia suficientes para atreverse a avanzar a trancos.
El triunfo de su candidatura ha enterrado el marianismo, desplomado en menos de dos meses con el estrépito de un vertiginoso fin de ciclo. Aunque le hubiese gustado otro desenlace, el propio líder se desentendió de su sucesión como había prometido; encajó mal la salida del poder y precipitó su propio retiro. Quizá pensaba en una transición más cautelosa porque minusvaloró el estado de ánimo forjado en las entrañas del partido. Rajoy nunca ha visto venir los fenómenos rápidos que caracterizan este tiempo político; siente aversión por las incógnitas, los interrogantes, los saltos al vacío.
Casado representa ahora todo eso: su capacidad para la reconstrucción de la derecha constituye un misterio. No así su determinación, su empuje, su atrevimiento, valores que en el largo y circunspecto mandato rajoyano parecían un demérito. Ayer, en sus discursos de candidatura y de proclamación, expuso ideas claras con fuerza, convicción y nervio. Conceptos clásicos del pensamiento liberal conservador, lamentablemente preteridos durante la etapa de Gobierno, que enunciados por un tipo de 37 años adquieren un tono fresco. Su tarea consiste en darle consistencia a un programa que refuerce esos valores sin alejarse de ese ámbito electoral decisivo que se conoce con el vago nombre de centro.
No va a ser fácil. El PP es un chicharro en el que le espera un trabajo duro. El principal, que no se aprende en los institutos de alta dirección ni en los centros de estudio, el de protegerse de los suyos.