MIQUEL ESCUDERO-El CORREO

Estos días navideños he dado en releer al jesuita valenciano José Ignacio González Faus, alineado con la Teología de la Liberación. Para él, la Iglesia no podrá hacer más evangélicas sus conductas hacia fuera si no convierte en más evangélicas sus estructuras hacia dentro. En su día, tomé notas de algunos artículos y libros suyos. Con él aprendí que la célebre frase de Marx de que ‘la religión es el opio del pueblo’ correspondía a estas líneas concretas: «La religión es el corazón de un mundo sin corazón. El espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo», que resuena de un modo bien diferente. En todo caso, González Faus encara la obtención de esperanza para ‘los pobres’ en devolverles su dignidad y animarles a ser autores de su propio destino. ¿Quiénes son ‘los pobres’? Pienso que son los urgentemente necesitados de apoyo personal, lo cual traspasa toda frase hecha y no se queda solo en asuntos de dinero.

En ‘La rebelión de las masas’, Ortega y Gasset soltó que ser de derechas o de izquierdas son dos de las infinitas maneras que se pueden elegir para ser un imbécil; son, decía, «formas de hemiplejía moral». No era una mera ‘boutade’ del filósofo: esas etiquetas, repetidas sin cesar, evitan tener que pensar y explicar acciones y opiniones concretas. Todo está ‘resuelto’ con ellas. Haciéndose trampas jugando al solitario, de forma pueril y maniquea, unos son los buenos y otros son los malos. A no ser que se haya caído en el absoluto desespero por el dolor o la opresión, nadie puede reconocerse de veras en quienes abusan de tales etiquetas; porque no dejan de ser un juego con el que se nos toma el pelo.