Ignacio Varela-El Confidencial
- La lógica de Abascal al ponerlo como mascarón de proa de este escarceo político no es muy diferente de la que en su día envió al festival de Eurovisión a Rodolfo Chikilicuatre
Soy poco entusiasta de la moción de censura constructiva que nuestros constituyentes, obsesionados en blindar la estabilidad de los gobiernos, copiaron de la Constitución de Bonn. Amalgamar en un mismo acto la destitución de un presidente y la elección de otro conduce a opciones absurdas y estimula la formación de coaliciones negativas de ocasión, como la que catapultó a Sánchez a la Moncloa.
Absurda, por no decir esperpéntica, es la alternativa que plantea el líder de Vox. Sobran los motivos para alejar a Sánchez del poder; pero si ello se liga necesariamente a poner en su puesto a Ramón Tamames, la decisión queda restringida a elegir entre dos variedades de cicuta.
Con todo respeto por el economista de cabecera de Santiago Carrillo, la lógica de Abascal al ponerlo como mascarón de proa de este escarceo político no es muy diferente de la que en su día envió al festival de Eurovisión a Rodolfo Chikilicuatre. Muestra un aprecio escaso por la Constitución, que no saldrá precisamente dignificada del vodevil. También delata un grave déficit de caletre político por atender las ocurrencias de un personaje tan desmedido y excéntrico como Fernando Sánchez Dragó, cuyos circuitos mentales son tan inextricables como su prosa. Y, sobre todo, es un ejemplo palmario de cobardía.
Puede presentarse una moción de censura aunque no vaya a salir adelante. Lo hicieron en su día Felipe González, Antonio Hernández-Mancha, Pablo Iglesias y el propio Abascal. Todos ellos expusieron su propia figura, con suerte diversa: González fue derrotado, pero salió por la puerta grande, Hernández-Mancha resultó mortalmente corneado, e Iglesias y Abascal suscitaron la indiferencia general, entre otros motivos porque ambos usurparon el papel del líder de la oposición, para quien el espíritu de la ley reserva el uso de este mecanismo parlamentario.
Cosa bien distinta es presentar una moción de censura precisamente porque se sabe que no prosperará. En los casos anteriores, la derrota fue un coste asumido de una iniciativa política más o menos acertada. En este, el fracaso de la moción es su presupuesto necesario. Abascal presenta a Tamames únicamente porque tiene la certeza absoluta de que perderá la votación; si existiera la menor probabilidad de éxito, jamás lo habría hecho. Esto lo sabe España entera, y es la gran falla de una operación destinada desde la raíz a volverse contra su promotor.
Al poner por delante a Tamames y no a sí mismo o a una figura más acorde con lo que Vox representa, Abascal deja al descubierto el muestrario completo de sus debilidades. Admite implícitamente que su partido no está en condiciones de hacerse cargo del país con un candidato verosímil. Hace subir a la palestra a quien él mismo o sus partidarios no entregarían jamás el poder. Pone de manifiesto su desaliño ideológico y programático al entregar su representación a alguien que, seguramente, formulará un discurso pulcro y bien construido, pero alejado en cuestiones esenciales del ideario voxista (si es que existe tal cosa).
Se trata de un candidato fuera de control: a la menor oportunidad que le dé el debate, Tamames hará en la tribuna todo lo posible por patrocinarse a sí mismo, poner distancia con su accidental espónsor y dejar claro que él no pertenece a la derecha cavernaria. Defraudará a quienes esperan ver a un viejo gagá incapaz de argumentar con consistencia porque, intelectual y culturalmente, con todas sus veleidades, Tamames sigue estando por encima del 90% de los diputados actuales, incluido Abascal; pero ello aprovechará muy poco al partido que lo promociona, más bien al contrario.
La vocación electoral de la iniciativa es obscena por clamorosa (una más de sus falencias), pero electoralista no es sinónimo de inteligente, igual que hacerse visible en una precampaña no equivale a hacerse deseable. Presentar esta moción con este candidato aquí y ahora es una torpeza enorme en todos los planos, principalmente en el electoral. Si se trata de competir eficientemente por el electorado fronterizo entre Vox y el PP, no hay forma de que los ciudadanos que habitan en ese espacio comprendan que el mejor candidato para sustituir a Sánchez en la presidencia del Gobierno es un dirigente histórico del Partido Comunista. Todo en la figura de Tamames choca frontalmente con la sensibilidad de la clientela potencial de Vox. Pocos percibirán la presunta astucia de la maniobra, que producirá en su clientela más confusión que aplauso. Considerando que falta ya muy poco para votar, si se trata de echar a Sánchez y montar un Gobierno alternativo que se sostenga, cualquier derechista cabal verá más plausible a Feijóo que a Tamames.
En esta movida se acumulan las contradicciones y, como en las malas películas de ciencia ficción, cantan demasiado las maquetas. Si realmente Abascal pensara que Tamames es el mejor para gobernar España en esta coyuntura, debería ofrecerle la cabecera de su lista para las elecciones generales, lo que no entra en sus planes ni de lejos. Pasada la moción de censura, lo despedirá del elenco y lo enviará de vuelta al retiro del que no debió salir. Nunca tuve aprecio especial por la valía política de Tamames, pero admito que fue una figura representativa, en un plano secundario, de un periodo crucial de la historia de España. Abascal quiere usarlo más bien como figurón, y lo peor es que la trampa se nota muchísimo.
El PP en esta ocasión no tiene que hacer nada especial, salvo evitar errores groseros. Esta no es su fiesta, por mucho que Sánchez se empeñe en ponerlo bajo el foco. En cuanto al presidente censurado (más bien obsequiado) con la censura fake, no sería de extrañar que aproveche el privilegio reglamentario que permite al Gobierno tomar la palabra en cualquier momento para responder personalmente al discurso de Abascal y dejar al pobre Patxi López que se ocupe de Tamames.
El jefe de Vox quería hacer olas en pleno periodo preelectoral, pero de ningún modo exponerse personalmente —ni exponer a uno de sus lugartenientes— a una golpiza como la que él mismo recibió en su anterior moción de censura. Por eso contrató un doble de pega para la parte arriesgada de la función, buscando recaudar él los beneficios.
Como no hay mal que por bien no venga, el episodio servirá para confirmar que quien aquí se ha vuelto cobarde y jeta no es la derechita, sino la derechona. Y para celebrar que, como dice Pablo Pombo, la extrema derecha española sea la más vaga e incompetente de Europa.