IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La pregonada infalibilidad estratégica sanchista queda desmentida por una abultada colección de derrotas consecutivas

El indiscutible talante pugnaz de Pedro Sánchez, su determinación para sobrevivir a los problemas que él mismo crea, ha terminado por provocar una cierta sobrevaloración política y mediática de sus facultades que le hace pasar por infalible experto en técnicas electorales. La realidad, sin embargo, es que el juego ventajista con que abusa del cargo no le ha evitado una demoledora concatenación de fracasos que en buena medida han resultado consecuencia de estrepitosos errores de cálculo. Desde la repetición de las generales de 2019, que forzó en busca de un triunfo arrollador para acabar perdiendo tres escaños y echándose en los brazos de un Iglesias al que un mes antes había rechazado, cada convocatoria parcial durante su mandato se ha sustanciado con un descalabro. A saber: Galicia, País Vasco, Madrid, Castilla y León y Andalucía. Se salvó en Cataluña con una victoria pírrica de Salvador Illa que a la postre no logró satisfacer las mínimas expectativas de aliarse con los separatistas y la franquicia de Podemos en una coalición tripartita. Su supuesta intuición estratégica queda desmentida por ese contundente balance de derrotas consecutivas, que cuestiona también el concepto de mayoría social pregonado por la trompetería oficialista. Su único éxito real es la creación de una aureola de maquiavelismo maniobrero sostenida por la aplicada eficacia de una potente, abrumadora maquinaria propagandística.

Acaso el propio presidente haya caído en la trampa de creer en las martingalas que produce su fábrica. De otra manera no se entiende la contumacia de repetir, como en el sainete protocolario del Dos de Mayo, trucos ya vistos y estratagemas gastadas. No es que su equipo no haya sacado conclusiones del fiasco de la navajita ensangrentada, sino que él mismo sigue pensando que resulta posible levantar una legislatura de mentiras y despropósitos en un mes y medio de campaña. Tan aficionado como es –igual que todos los políticos– a las encuestas, debería haber aprendido en los metadatos que los ciudadanos ya no tienen fe en sus promesas y que el desgaste de tanto incumplimiento afecta a la credibilidad de planes tardíos como el de la vivienda. Más ingenuo aún es confiar en la virtualidad de esas `performances´ de factura casera con que trata de humanizar su perfil mediante imposturas patéticas. Ese tipo de artimañas no ha funcionado ni una sola vez en tres años, pero hasta la oposición piensa que quedan conejos por salir de la chistera. La última esperanza del entorno sanchista se cifra en el turno de presidencia europea, planificada como una operación publicitaria a gran escala para encumbrar al líder como artífice de una negociación por la paz en Ucrania. Si falla esa bala no habrá más opciones de reválida. Y las condiciones para que acierte en la diana son tantas y tan complicadas que casi entran en el improbable territorio de la magia.