IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/04/16
· En pleno vacío de poder, la cascada de escándalos ha vuelto a crear una atmósfera inflamable de desconfianza en el sistema.
Ha sido una semana negra para la confianza del sistema. Desde el terremoto de las tarjetas opacas de Cajamadrid, en noviembre de 2013, grado 9 en la escala Richter de la indignación social, no se había producido una acumulación semejante de escándalos en las élites dirigentes. Los papeles de Panamá, la aparatosa detención del alcalde de Granada, la vertiginosa caída del ministro Soria, el retorno delictivo de Mario Conde y el estrambote de los psicofantes: esos presuntos tribunos de la plebe que presumiendo de manos limpias comerciaban con sus propias denuncias en el mercado negro del chantaje.
Cada portada, cada noticiario, ha creado un vibrante crescendo de degradación que situaba a la opinión pública ante la sensación asfixiante de un expolio, con la unidad policial de delitos financieros erigida en brigada justiciera autónoma ante un manifiesto vacío de poder. Una atmósfera inflamable que no ha estallado en llamas porque la propia temperatura anímica de la sociedad parece sumida en una saturación depresiva, casi resignada.
La presencia de Conde, con su potente magnetismo mediático, en el ojo de este huracán de corrupción ha instalado además en el imaginario colectivo la alarmante impresión de una continuidad temporal en el latrocinio de las cúpulas de poder. Tanto el ex banquero como la mayoría de los elusores fiscales localizados en el paraíso panameño remiten la memoria del abuso a los años noventa, cuando los españoles sintieron que el Estado se había convertido en una cleptocracia.
Cuando la agonía del felipismo mostró la venalidad del jefe de la Guardia Civil, de los financieros de moda, de presidentes de empresas públicas, de la directora del BOE o del gobernador del Banco de España. Cuando hasta la Cruz Roja vio manchada su unánime reputación benéfica. De repente, aquella época de ignominia ha vuelto ante los ojos de los ciudadanos empalmada sin solución de continuidad con la actual ciénaga en que chapotea el crédito de la clase empresarial y política. Una peligrosísima situación de cataclismo moral agravada por el bloqueo partidista de las instituciones y un ambiente sociológico de conformismo desengañado.
Existe sin embargo una diferencia negativa que agrava aún más la delicadísima crisis ética del régimen democrático. El gonzalismo tenía alternativa dentro del sistema. La larga hegemonía socialdemócrata contaba con el relevo previsto de una derecha liberal dispuesta a asumir su papel de contrapeso bipartidista. Ahora, por el contrario, el colapso alcanza a todo el aparato dirigente sostenido por los desportillados partidos dinásticos.
Y en vísperas de una repetición electoral –o de un Gobierno débil amalgamado por voluntades sectarias– el recambio lo encarna una fuerza rupturista dispuesta a implantar sobre los escombros del Estado una siniestra utopía de populismo autoritario.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/04/16