IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Tiene sentido que Puigdemont exija el mínimo rito de bienvenida que merece un miembro decisivo del bloque progresista

Irá, vaya si irá. Como Puigdemont no puede venir hasta que se apruebe la amnistía tendrá que ser Sánchez quien le rinda visita. Lo apropiado sería aprovechar las Navidades para celebrar la entrevista en un contexto de fiestas de familia. Y si no, qué mejor regalo de Reyes que esa foto en Bruselas, o en la ‘Casa de la República’ decorada para la ocasión con lacitos amarillos y senyeras. Pero ir tiene que ir porque el anuncio delegado de Turull no constituye una invitación sino una orden, una exigencia. No se trata de un «a ver si te dejas caer por allí»: es un apremio en toda regla. Ve, y pronto, el ‘president’ te espera. Busca hueco en la agenda o te meterás en problemas, que con nosotros no se juega. Y no se le puede negar lógica al asunto habida cuenta de que el jefe del Ejecutivo no puso pegas para retratarse sonriente con los legatarios de ETA. La estrategia de normalización peldaño a peldaño ha llegado al último tramo de la escalera.

Bueno, al penúltimo. Aún quedará pendiente el regreso a Barcelona, el triunfal ‘ja soc aquí’ con miradas de desprecio a los pardillos que se quedaron para pasar en la cárcel tres años y medio. Tanta burla de la huida en el maletero pero al final ha puesto de rodillas al Gobierno, va a humillar al Supremo y ha redactado la ley de impunidad que está tramitando el Congreso. Y encima le han pagado la estancia, con residencia, coche y escolta incluidos, y le han seguido llamando, aunque a regañadientes, presidente legítimo. Hasta los socialistas hablan ahora de ‘exilio’, y quizá no tarden en devolverle el título de ‘molt honorable’ a poco que se empeñe en pedirlo. Sólo falta un escollo por salvar, y es la sentencia europea sobre su inmunidad parlamentaria. Si se la deniegan antes de que la amnistía esté aprobada, el juez Llarena podrá volver a pedir la extradición a España. Trabajo para la Abogacía oficial, convertida en inesperada defensora de su causa.

Tal vez por eso, entre otras cosas, tenga prisa en recibir su certificado de rehabilitación política. El mismo que ha sido otorgado a los amigos de los terroristas. Bien mirado, parece de justicia; ha sido Sánchez quien le ha concedido una posición decisiva y tiene poco sentido que se avergüence de hacerla explícita. Total, si es sólo una cita, un apretón de manos, el mínimo rito de bienvenida que merece un nuevo miembro, tan determinante, del bloque progresista. Los españoles lo entenderían. A los sanchistas les da ya igual y los adversarios están deseando ver al presidente pasar el trago, aunque sea para demostrar hasta qué punto llega la degradación del Estado. Cuando se decide entregar cualquier cosa a cambio del poder, hay que estar preparado para aceptar el escándalo. Y Puchimón pecaría de cándido si no apurase la baza que le han entregado. Los inventores de relatos pueden empezar a escribir el guion de las capitulaciones de Waterloo.