José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Los oligarcas rusos forman la nueva y sofisticada KGB soviética, son puntales del poder de Putin e integran una red internacional de intereses estratégicos que hay que desmantelar
Estos párrafos de la sección de análisis de la política británica que se publica semanalmente bajo la rúbrica de ‘Bagehot’ en ‘The Economist’ del pasado 5 de marzo resultan esclarecedores:
«El surgimiento de ‘Londongrado’ fue planificado. Los gobiernos británicos de todas las tendencias abrieron el país al capital ruso. En 1994, bajo el mandato de John Major, los conservadores introdujeron un plan de ‘visado dorado’ que otorgaba derechos de residencia a cualquiera que invirtiera 1 millón de libras (1,3 millones de dólares). El gobierno laborista de Tony Blair lo llevó a cabo con entusiasmo. Ken Livingstone, alcalde londinense de izquierdas de 2000 a 2008, dijo que quería que «las empresas rusas consideraran Londres como su base natural en Europa». Boris Johnson, sucesor de Livingstone, era buen amigo de Evgeny Lebedev, propietario del Evening Standard, hijo de un antiguo agente de la KGB y multimillonario. El Sr. Johnson, ahora primer ministro, nombró al anglo-ruso como par [miembro de la Cámara de los Lores] en 2020″.
Y continúa:
«Para los que llegaban de la Rusia de Vladímir Putin, Londres ofrecía seguridad, protección y secreto. Gran Bretaña cuenta con leyes complacientes en materia de impuestos, difamación y propiedad, aplicadas por un sistema judicial eficiente, aunque costoso, que es, además, complaciente en materia de requerimientos judiciales. La extradición a Rusia, con su corrupto sistema judicial, es un no a los ojos de los jueces ingleses. Además, los colegios privados son buenos y las compras también. Londres es un «paraíso de todo», según la descripción de Oliver Bullough, autor de un libro de próxima aparición, ‘Butler to the World: How Britain Became the Servant of Tycoons, Tax Dodgers, Kleptocrats and Criminals’ (Mayordomo del mundo: cómo Gran Bretaña se convirtió en el servidor de magnates, evasores de impuestos, cleptócratas y criminales). La discreción es la clave».
En estas frases lapidarias, la revista de mayor crédito en el Reino Unido y una de las que más lo acumulan en toda Europa, resume la benignidad frívola con la que ese país, pero también el nuestro, Francia, Italia y Estados Unidos, han permitido la expansión de los oligarcas rusos, firmes puntales del poder de Putin, hasta convertirse en la nueva KGB tras la caída de la Unión Soviética en 1991. Hasta entonces el acrónimo de las tres letras respondía a la denominación ‘Comité para la Seguridad del Estado’ y sus objetivos consistían en el espionaje, la represión interior y la desestabilización de terceros países. El último responsable de la KGB fue Vadim Bakatin, que ejerció el cargo entre agosto y noviembre de 1991. En esta siniestra organización se formó Vladímir Putin.
Pero Rusia no renunció a disponer de un servicio similar a la KGB y lo sustituyó —con el mismo personal de la época soviética— por la FSB, acrónimo del Servicio Federal de Seguridad bajo la directa dependencia del presidente de Rusia. No es en modo alguno casualidad que, entre el 25 de junio de 1998 y el 9 de agosto de 1999, la dirección general de la FSB correspondiese a Vladímir Putin, que saltó de esa responsabilidad a la de primer ministro (1999-2008) y luego a la presidencia de la Federación de Rusia de 2012 hasta la actualidad.
Desde que en 1997 culminó la expansión de la OTAN, Putin, instalado en los servicios de inteligencia y luego en el poder político, se preparó para que Rusia dominase la región (caso de Georgia) y recuperase la salida al Mar Negro por la península de Crimea —territorio nacional de Ucrania— que invadió y ocupó en 2014 sin una auténtica respuesta por parte ni de Estados Unidos ni de la Unión Europea. Simultáneamente, sembró de terminales rusas los países más prósperos de occidente mediante una oligarquía integrada por personas afines a las que permitió robar impunemente —petróleo, gas, carbón, minerales— hasta el punto de que —como refirió en El Confidencial Felipe González el jueves de la semana pasada— han llegado a acaparar el 45% del PIB de aquel inmenso país.
Los oligarcas se han hecho simbióticos con las sociedades europeas democráticas. Han adquirido residencias multimillonarias en las costas de Italia, Francia, USA y España; han comprado participaciones dominantes en empresas estratégicas de distribución, transporte e infraestructuras; son mayoritarios en capitales de compañías de medios de comunicación; se han introducido en la primera línea de las expresiones culturales (teatro, opera, música, ballet); son actores, a veces decisivos, en el mundo del deporte y pertenecen a los grandes clubs financieros europeos y disponen de participaciones —frecuentemente opacas— en los grandes fondos accionistas de las mayores empresas de varios países. Los hijos de estos magnates han ingresado en los mejores colegios privados y en las más acreditadas universidades, obteniendo formaciones técnicas de altísimo valor profesional.
Pues bien: la oligarquía rusa no es solo una cuestión de dinero y riqueza, sino también compone una extensa red de poder, de sofisticado espionaje y de florentina diplomacia que ha cubierto durante mucho tiempo de respetabilidad a Vladímir Putin y le ha franqueado puertas antes cerradas. Decapitar a la oligarquía cuajada en la cleptocracia del régimen ruso es una de las prioridades para deteriorar su poder interno, hacer flaquear a su entorno y lograr que —lo mismo que él hizo con Yeltsin— un nuevo dirigente le releve en el Kremlin. Pero hay que destruir su peana: la oligarquía cleptómana, el nuevo-viejo KGB soviético.
Como ha escrito Thomas TL. Friedman el pasado día 3 de marzo en ‘The New York Times’, «si Putin sigue adelante y arrasa las mayores ciudades de Ucrania y su capital, Kiev, él y todos sus compinches no volverán a ver los apartamentos de Londres y Nueva York que compraron con sus riquezas robadas. No habrá más Davos ni St. Moritz. En su lugar, todos estarán encerrados en una gran prisión llamada Rusia, con la libertad de viajar solo a Siria, Crimea, Bielorrusia, Corea del Norte y China. Sus hijos serán expulsados de los internados privados, desde Suiza hasta Oxford». Esperemos que así sea y que el coste le resulte insoportable a la oligarquía de Putin y lo derribe.