IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Hay un bloque de cambio cohesionado por el rechazo. Una mezcla de fobia, convicción, desconfianza y cansancio

SI me preguntasen mi opinión sobre la fecha electoral en alguna encuesta, creo que me acogería al socorrido «no sé/no contesto». Por un lado me irrita, como a casi todos, la innecesaria disrupción de un fin de semana estival y el colapso —no albergo más temores al respecto— que presagia el incremento exponencial del voto por correo. Por otro, es una manera de resolver cuanto antes el problema de un Gobierno cuyo agotamiento terminal no puede prolongarse más tiempo. La primera cuestión quizá no sea tan importante más allá del fastidio que va a causar en muchos planes; el efecto de la eventual abstención tiende a repartirse, según los sondeos, en el mismo sentido de las tendencias generales. Y en cambio resulta verosímil que el cabreo de muchos votantes por la interrupción vacacional acabe rebotando contra Sánchez y frustre su remota esperanza de obtener ventaja en el lance. En cualquier caso ya no hay vuelta atrás y conviene centrarse en el modo de solventar este asunto cuanto antes.

Las elecciones las tiene hoy por hoy ganadas la derecha y por tanto sólo ella puede perderlas. Por falta de vigor, por relajación veraniega o por exceso de remilgos sobre la contundencia en la defensa de sus ideas. Pocas veces volverá a flotar en una corriente favorable tan intensa, una verdadera coalición social dispuesta a cambiar de ciclo y abrir una etapa nueva. Militan en esa liga espontánea desde conservadores recalcitrantes hasta socialistas desencantados que maquinan un relevo en el liderazgo, pasando por el liberalismo centrista huérfano tras el desplome de Ciudadanos. Ese bloque alimentado por un sentimiento común de rechazo —el famoso ‘antisanchismo’, mezcla de fobia, desconfianza, convicción y cansancio— es claramente mayoritario y sólo un improbable acontecimiento excepcional, un ‘cisne negro’, podría disolverlo o fragmentarlo. No será, desde luego, el empeño en agitar el miedo a Vox como un espantajo desgastado.

El vuelco, sin embargo, depende del coeficiente aritmético que la ley D’Hont introduce en la distribución de escaños. El orden y la distancia entre PP y PSOE, y entre Vox y Sumar, serán circunstancias decisivas en las veinticinco provincias con menos de cinco diputados donde se ventila la cristalización de la mayoría. Tampoco ahí tiene el PSOE buenas cartas por su retroceso en Andalucía, Aragón y las dos Castillas, pero es el único factor en el que aún puede depositar alguna expectativa, siempre a expensas de una facturación aceptable en el balance de Yolanda Díaz. La sensación en el sanchismo y sus satélites, por más optimismo artificial que trate de insuflar el presidente, es de un pesimismo rayano en la melancolía y los estados de ánimo son fundamentales en política. Nada está escrito, decía Lawrence de Arabia, pero la lógica de una secuencia de seis derrotas consecutivas sugiere que a la séptima será la vencida.