Rubén Amón-El Confidencial
- La reclamación del acercamiento de presos escenifica un desfile de ERC, PNV, Bildu y UP que simboliza el gran motín nacional contra Sánchez y que desluce el giro centrista con una pugna memorable: Calviño contra Díaz
Puede interpretarse que los socios de Sánchez —ERC, Unidas Podemos, PNV, Bildu— desfilaron este sábado en San Sebastián para exigir el acercamiento de los presos etarras en las cárceles de Euskadi, pero la entrañable imagen de la cuadrilla, con Fray Junqueras en cabeza del estandarte, sobrentiende el amotinamiento de la coalición en el umbral de la aprobación de los Presupuestos.
No cabe escena más elocuente de la respuesta al volantazo centrista de Sánchez. Aspiraba el líder socialista a okupar la moderación socialdemócrata y presumía de haber aglutinado la dispersión de la familia del PSOE, incluida la adhesión del patriarca González, pero el paseíllo siniestro de Donosti le ha recordado los deberes con el soborno y el chantaje del soberanismo. Y ha servido para exteriorizar un nuevo desencuentro con los socios preferentes de Unidas Podemos. Allí estaban alojados en la ‘mani’ donostiarra para reclamar al Gobierno de la Moncloa la política de reagrupación carcelaria, aunque el valor simbólico del auto de fe en las calles de San Sebastián describe la situación precaria en que se encuentra la coalición parlamentaria.
Junqueras reclama las obligaciones con la mesa bilateral; el PNV amenaza con romper el pacto si no se reconduce la crisis energética; Yolanda Díaz declara la guerra a Nadia Calviño; Podemos denuncia a la presidenta Batet por atreverse a ejecutar la sentencia del Supremo (caso Alberto Rodríguez), y Bildu destripa al PSOE con un gesto de compunción fingido, profanando de manera obscena las ‘celebraciones’ del décimo aniversario de la capitulación de ETA. La fecha era el pretexto con que los satélites del sanchismo organizaron la manifestación lastimera de San Sebastián. Y se les puede dar la razón cuando reclaman el acercamiento de los presos, pero la sensatez de esta medida resultaría más verosímil si no fuera porque las transferencias de la política penitenciaria concedidas por Sánchez al Gobierno de Euskadi —y vigentes desde el 1 de octubre— predisponen un tratamiento de privilegio y de mansedumbre hacia los pistoleros, tanto en materia de permisos y condiciones como en la situación de los grados.
Es la punta de lanza de unas ambiciones megalómanas a las que dio cuerpo esta semana el cinismo de Arnaldo Otegi. Con una mano insinuaba el perdón —sin llegar a pronunciarlo—, y con la otra mano exponía a sus feligreses el salto cualitativo de una reforma del Código Penal gracias a la cual se aliviarían las penas de los delitos de sangre.
Sería el precio que Bildu pondría a la aprobación de los Presupuestos. Un soborno siniestro que Sánchez ha rechazado —¿cuánto vale la palabra de Sánchez?— y que intoxica la convivencia de la inestable coalición entre socialistas, podemistas, nacionalistas moderados y soberanistas radicales. Es la razón por la que impresiona la manifestación de San Sebastián. Estaba prevista antes del congreso socialista de Valencia. Y se había organizado como una terapia de grupo del independentismo vasco-catalán, pero la presencia de algunos próceres —Junqueras, el más destacado— y la extravagancia del viaje de Sánchez al planeta centro han transformado el alarde filoetarra en una ‘mani’ contra el propio Sánchez, predisponiéndose un escenario incendiario al que pone imagen el desencuentro de las vicepresidentas: Nadia Calviño restriega a Yolanda Díaz la vigencia de la reforma laboral, mientas Yolanda Díaz exige retirarla no ya recordando la palabra de Sánchez —¿cuánto vale la palabra de Sánchez?— sino llevando la coalición a una implosión cuya imagen premonitoria y definitiva es la parada de los monstruos de San Sebastián.