El hormiguero

Ignacio Camacho-ABC

  • Como símbolo de reconciliación y voluntad pacífica, los herederos de ETA han llamado terroristas a las víctimas

Si queda algún socialdemócrata en el PSOE, o algún alma cándida que se haya creído la autodefinición de Sánchez en el congreso valenciano, debió de pasar un mal rato al ver el sábado en San Sebastián el desfile de sus aliados. Bildu, Esquerra, Junts, las CUP y Podemos juntos para reclamar la libertad de los etarras presos, más el PNV, que aunque presume de partido de orden no está dispuesto a ceder protagonismo en su terreno. Y la UGT, por si faltaba algún apoyo fraterno. He ahí el núcleo de poder paralelo con el que el presidente va a negociar y probablemente aprobar los Presupuestos. Esas cuentas cuyas partidas sociales había despreciado Otegi unos días antes para fijar sus verdaderas prioridades en la salida de sus colegas de la cárcel. Daban fe de que puede llevarlas adelante los recién indultados independentistas catalanes, si bien es de justicia consignar que al menos no tienen las manos manchadas de sangre.

Hubo en la concentración un pequeño problema cuando aparecieron enfrente algunos colectivos de víctimas, saludados al afectuoso grito de «vosotros, fascistas, sois los terroristas». Toda una demostración humanitaria en línea con el flamante comunicado leído en Ayete por el mismo Otegi y Rufi Etxeberria con gesto solemne y retórica contrita. Nótese el afán de reconciliación y arrepentimiento, la finura de espíritu, el talante compasivo: los amigos de los verdugos acusan de terrorismo a los huérfanos y viudas que han dejado por el camino. Sin duda hemos mejorado mucho desde que ETA abandonó las armas; en los años de plomo los recibían a escupitajos y pedradas. Esta clase de pacíficas bienvenidas -¡¡ongi etorri!!- son en el fondo un testimonio de tolerancia, una expresión de compromiso con la concordia democrática. Conviene apreciar el significativo avance de que estas marchas ya no acaban en quemas de contenedores y enfrentamientos con la Ertzaintza.

Así que pasito a pasito, los herederos de la banda se están ganando el derecho a ver en la calle a sus reclusos. «Tenemos doscientos presos y hay que sacarlos», dijo el lunes el líder batasuno sin reparar en que la primera persona del plural revelaba quiénes son los suyos. Y saldrán, de permiso o en tercer grado, porque las llaves las maneja ahora el Gobierno vasco. La presencia peneuvista en la manifestación constituía un aval diáfano a las decisiones de alivio penitenciario que Marlaska inició con su política de traslados. Ocurrirá con cuidado, a ritmo lento, y al principio habrá protestas cuyo eco irá disminuyendo hasta disolverse en el silencio de una sociedad indulgente con sus propios remordimientos. Está todo claro: los participantes en la reunión donostiarra atesoran una influencia decisiva en la gobernación de España. Y le han dado una «patada al hormiguero» según sus propias palabras. Sólo que en vez de hormigas han salido a la luz otros insectos de seis patas.