Juan Carlos Girauta-ABC

  • La energía que realmente compramos antes de la estocada del Estado se ha encarecido tanto que está poniendo en peligro a miles de empresas

La factura de la luz se tomó hace unos años como baremo para comparar la capacidad intelectual por países. Cuanto más entendías la factura más listo eras. Salimos muy mal parados. Cierto es que aparecer en la cola de los ‘rankings’ empieza a ser una costumbre española, pero aquella comparación no fue justa, pues aquí la factura de la luz está pensada para que no se entienda.

Uno imagina a los expertos recurriendo al truco más viejo del mundo: mantener su estatus a base de ocultar las claves de la materia que conocen. Ya lo hacían los sacerdotes egipcios y los mesopotámicos con las crecidas del Nilo, del Tigris y del Éufrates, respectivamente. Lo hacemos a menudo los juristas con la jerga, no tanto para conservar ventajas -que la cosa está de baja- cuanto para aturdir a los que disparatan sobre Derecho. Curiosamente, el Legislativo se ha llenado de estos últimos.

Pero con la luz pasa otra cosa. El peso de los impuestos, cargos y peajes en el total se acerca al 60%. Tratan de disimularlo con una hojita que aburre antes de abrir el sobre. Se podría poner en colorines cada concepto, destacando la parte que efectivamente pagas por la energía consumida y el total. Sería eso que llaman un ejercicio de transparencia. Lo curioso es que, por más terminología incomprensible que se utilice y por más tipografía adormecedora y traicionera que nos echen, lo del mordisco fiscal es ampliamente conocido. Pero no es lo mismo haberlo leído un día en el diario que toparte con el abuso ostensible y subrayado cada mes o dos.

Ahora está sucediendo algo más preocupante: la energía que realmente compramos antes de la estocada del Estado se ha encarecido tanto que está poniendo en peligro el futuro de miles de empresas. Por supuesto las intensivas en consumo energético, pero también los comercios, que luchan contra la desaparición subiendo precios y devolviéndonos al infierno de la inflación, que habíamos olvidado. No es la recuperación económica la amenazada: es la economía española misma.

En el origen de esta grave crisis subyacen dos factores: la renuncia a las centrales nucleares más una insuficiencia de generación que es connatural a los parques eólicos. Esas son las razones que han obligado a recurrir con mayor intensidad a las centrales de ciclo combinado, dependientes de un gas cada vez más caro (por circunstancias internacionales que están pasando de coyunturales a estructurales) y que tienen que pagar derechos de emisión por quemar ese gas.

La solución que se le ha ocurrido al Gobierno español ha sido satanizar al sector para, acto seguido, recortarles los ingresos a las empresas con tecnologías que no utilizan gas. Aparte de introducir más inseguridad jurídica, se ha dirigido la atención de la opinión pública hacia unos odiosos e inexistentes ricachones con chistera, olvidando que las empresas afectadas son propiedad de centenares de miles de pequeños inversores.