Las elecciones andaluzas llevaron a los socialistas a hacer correr la voz de que Gobierno y partido iban a responder al envite reactivándose. Una semana ha sido suficiente para que Pedro Sánchez desplegara toda una panoplia de posturas. Una secuencia de declaraciones sobre el salto masivo de la valla de Melilla que fueron del «bien resuelto» al lamento por los migrantes fallecidos, y a la información infundada de que también murieron gendarmes marroquíes. La concesión a EH Bildu de extender hasta 1983 el período a expurgar en nombre de la «memoria democrática». La aceptación de dos destructores estadounidenses más en Rota, cuya llegada anunció Joe Biden en Moncloa. El alineamiento sin reservas con las democracias de la OTAN frente a la guerra de Putin y un futuro inquietante. Y reiteradas manifestaciones sobre la existencia de una trama «económica, política y mediática» que iría contra el Gobierno hasta pretenderlo «derrocar», sin que vaya a conseguirlo.
La conclusión está clara. Es una temeridad arremeter contra el Gobierno Sánchez, porque defiende «a las clases medias y trabajadoras y a las familias más necesitadas». Motivo suficiente para soslayar el pacto de rentas. Mejor el ruido de la confrontación que la sintonía del consenso. El hombre aferrado a las buenas noticias durante la pandemia necesita ahora alarmar en primera persona.
El poder metaboliza sus contradicciones con facilidad. Forman parte de él porque la coherencia es exclusivamente suya. Pero resultan insoportables en la oposición. Léase Albert Rivera, Pablo Casado o el propio Iglesias. En la semana más incómoda para los socios de Unidas Podemos, estos han permanecido extrañamente dóciles, limitándose a señalar que ya se sabe cuál es su posición. La plasticidad es una característica del poder que experimenta también, a su manera, el socio minoritario de la coalición. Una plasticidad tal en el caso del presidente que lo mismo puede aferrarse a la «política ideológica» denunciando la existencia de poderes al parecer innombrables que, en el fondo, estarían haciendo el juego a Putin al tratar de cambiar de ciclo político en España, que declarar al Estado inhábil para contener la curva ascendente de la inflación o, en su caso, la eventualidad de una recesión el año que viene.
Aunque la plasticidad no es un atributo exclusivo de Pedro Sánchez, está presente en todos los gobiernos democráticos. Hasta la caída imprevista del Muro y un poco después se le llamaba ‘realpolitik’. Ahora es más líquida, incluso gaseosa. Veamos el caso de Emmanuel Macron, tan admirado por todos los líderes a los que les sobra el partido. Se mantuvo al teléfono con Putin hasta la víspera de las legislativas francesas del 19 de junio, y se despidió de la cumbre de la OTAN advirtiendo que la Alianza es un poder nuclear del que Francia forma parte con sus propios misiles. Ni Biden ni Johnson se acordaron de ello. Aunque quizá Macron lo esgrimió para seguir llamando al Kremlin.