Ignacio Varela-El Confidencial
Cada línea de la carta de Arrimadas transpira la admisión terminal de que todo lo hecho por Cs desde la moción de censura hasta el día de ayer ha sido una funesta concatenación de errores
Es imposible no sentir un pinchazo de melancolía —y, en parte, de compasión— ante la carta a Sánchez que Inés Arrimadas hizo pública ayer, atribuyéndose por la vía de hecho un liderazgo partidario que no ostenta formalmente, pero que materialmente nadie le discute.
El texto de la carta presenta una propuesta política: para muchos, la única sensata que puede hacerse en el momento presente. El subtexto contiene una confesión dramática: cada línea transpira la admisión terminal de que todo lo hecho por Ciudadanos desde la moción de censura hasta el día de ayer ha sido una funesta concatenación de errores. Funesta para España y, a la postre, funesta para el propio partido.
Además, el estancamiento de la economía preludia un repunte del desempleo, problemas para las empresas, graves dificultades para reducir la deuda y el déficit y más que probables conflictos sociales. La sociedad española está en plena convalecencia de la crisis anterior y una recaída —cualquiera que sea su intensidad y duración— es una noticia pésima que exigirá pocas alegrías y mucha responsabilidad.
La tercera pata del diagnóstico de Arrimadas es la constatación de que todas las reformas estructurales que España necesita están tenazmente paralizadas desde hace años. Ella cita varias: la educación, el modelo laboral, las pensiones o la crisis demográfica. Pero podrían añadirse unas cuantas más del mismo calado.
La causa de la parálisis es evidente: la sucesión de gobiernos débiles y precarios, combinada con la polarización política que disuade todos los consensos y con el predominio de pulsiones centrífugas que ponen los gobiernos en manos de fuerzas extremistas y destituyentes o de otras territorialmente disgregadoras.
Arrimadas llega a la conclusión de que es imposible afrontar con éxito una agenda semejante sin la reconstrucción de los consensos transversales en el espacio de la constitucionalidad. Un Gobierno como el que Sánchez intenta formar está condenado al fracaso porque hay una contradicción objetiva entre las necesidades del país y la herramienta con la que se pretenden abordar. Los pactos polarizadores y el frentismo político no son la solución, sino la principal fuente del problema. Son la gangrena que nos infecta.
La confesión implícita está también ahí: durante demasiado tiempo, Ciudadanos, pudiendo ser un agente clave de la solución, eligió formar parte del problema y alimentarlo. Arruinar la posibilidad de un Gobierno de socialdemócratas y liberales con 180 diputados detrás fue un disparate mayúsculo. El hecho de que Sánchez jamás diera el menor síntoma de querer esa solución no exime de culpa a Rivera. En ambos casos, se postergó el interés del país por estrategias de partido totalmente ofuscadas. En justicia, ambos debieron pagar a medias la factura electoral. Rivera lo hizo íntegramente y al contado; Sánchez —o lo que deje del PSOE cuando salga del poder— pagará en diferido, pero no quedará impune. Una cosa es errar en el manejo de una crisis económica y otra jugar con la estabilidad constitucional del Estado y con la unidad del país.
Durante demasiado tiempo, Ciudadanos, pudiendo ser un agente clave de la solución, eligió formar parte del problema y alimentarlo
No hay una sola línea en la carta de Arrimadas que no debiera haber sido escrita inmediatamente después de las elecciones generales del 28 de abril. O un mes más tarde, cuando Ciudadanos se lanzó en toda España a cerrar pactos frentistas con el PP y Vox, estimulando al PSOE a hacer lo propio con Podemos y los nacionalismos. O el 30 de julio, tras la investidura fallida de Sánchez.
Ciudadanos desperdició una por una todas las ocasiones que tuvo de contribuir a un desbloqueo razonable; y en el camino de la locura extravió su identidad y cavó su propia tumba. Algún día, los políticos de esta generación comprenderán que no hay nada tan eficaz estratégicamente como hacer lo correcto.
No hay una sola línea en la carta de Arrimadas que no debiera haber sido escrita inmediatamente después de las elecciones generales del 28 de abril
Lo que mató a Ciudadanos fue apostar visiblemente por un escenario que era objetivamente dañino para España. Especuló con las ventajas que obtendría combatiendo a un Gobierno Frankenstein que dio por hecho. Es poco recomendable hacer pivotar tu estrategia sobre supuestos de hecho que no dependen de ti. Y es mucho peor que se vea que no solo asumes una contradicción entre el interés general y tu propio interés, sino que en esa dicotomía eliges el lado incorrecto de la historia.
Ciudadanos emergió en su día como un instrumento útil para superar el bifrontismo cainita y sectario de la política española. Eso y no otra cosa fue lo que hizo de él un producto político atractivo para millones de personas. En lugar de persistir en esa línea, en el peor momento decidió encabezar uno de los frentes; y además, fracasó en el intento. Era de esperar, porque en la carrera hacia las barricadas, un partido con su carga genética es necesariamente caballo perdedor.
Arrimadas formula ahora la propuesta que Rivera debió haber puesto sobre la mesa cuando tuvo 57 escaños y una posición privilegiada en el tablero
Arrimadas formula ahora, con 10 diputados y un partido arrasado, la propuesta que Rivera debió haber puesto sobre la mesa cuando tuvo 57 escaños y una posición privilegiada en el tablero político. Lo hace tras haber perdido el oremus y dos millones y medio de votos. Cuando su participación en el pacto que propone ni siquiera es necesaria, porque Casado y Sánchez podrían permitirse el lujo, en un hipotético acuerdo (altamente improbable), de prescindir de la naranja mecánica averiada.
Sin embargo, la carta de Inés es el primer movimiento inteligente de ese partido en 15 meses. El primero que, por ir a favor de lo que España necesita, va en su propio favor. El que podría iniciar la reconciliación con Ciudadanos de los millones de personas que lo abandonaron porque no entendían nada.
Sánchez ha tomado su camino y no se apeará de él salvo que los peligrosos acompañantes que ha elegido para este viaje lo apuñalen en alguna esquina. Aparentemente, la carta de Inés llega tarde y servirá de poco. Pero todo lo que se dice en ella es sensato y suena sincero. Transmite más serenidad y claridad de ideas que oportunismo o desesperación. Y qué diablos, en medio de tanto oscuro cerrilismo, siempre se agradece que alguien encienda una luz, por tenue que sea.