Editorial-El Español
La Constitución española de 1978 cumple hoy 44 años con la salud seriamente dañada. Las Cortes celebran la efeméride sólo unos días después de que se haya aprobado la derogación del delito de sedición, con la consiguiente desprotección del orden constitucional que ello implica.
El texto constitucional sigue vigente, pero su espíritu es pisoteado cada día por los partidos políticos, que la están derogando por la vía de los hechos consumados. Que Vox se haya unido a los partidos separatistas en su desplante al Día de la Constitución es muy sintomático del desprecio hacia la Ley Fundamental que ha traído consigo la evolución del bipartidismo al multipartidismo.
Pero la lógica divisiva que el populismo de la nueva política ha instalado en España no es la única culpable de la erosión del espíritu constitucional. Tampoco PP y PSOE están cumpliendo con la función de garantes de la Constitución que les corresponde.
El PSOE ha consumado su alianza con el bloque que tiene como horizonte un nuevo proceso constituyente bajo la consigna de acabar con el ‘régimen del 78’. La reciente aprobación de los Presupuestos evidencia que ya no se trata de una asociación coyuntural forzada por la aritmética parlamentaria, sino un auténtico proyecto de país que la temeridad de Pedro Sánchez ha homologado políticamente.
Por su parte, el PP está bloqueando la renovación de los órganos constitucionales con su negativa numantina a acordar con el PSOE los vocales del CGPJ. De nada sirve erigirse en paladines del espíritu del 78 si en la práctica se contribuye a agravar una parálisis institucional que va camino de convertirse en crisis constitucional.
Como recuerda en su Tribuna de hoy en EL ESPAÑOL el exministro y catedrático Virgilio Zapatero, la Constitución del 78 «está diseñada para funcionar con acuerdos». Los partidos políticos tienen la misión de «fijar las reglas del juego político y respetarlas», haciendo así funcionar todos los engranajes de la maquinaria constitucional. Sin embargo, los partidos no están cumpliendo con dicha función.
El clima de polarización en el que se desarrolla el juego político hace imposibles los consensos amplios entre PP y PSOE que requiere el pacto constitucional. De ahí que sea también absurdo, en el contexto fragmentario y tribal de la política actual, plantear reformas a la Constitución como un ingenuo bálsamo de Fierabrás.
Y es que, para poder cumplir con su propósito, la Constitución necesita mucho más que el acatamiento formal de un texto legal. Su pervivencia descansa también sobre una dimensión moral y cultural que le da sustento y legitimidad entre quienes se someten a ella. Es decir, descansa sobre la observancia de costumbres políticas, la lealtad institucional y el reconocimiento de los procedimientos establecidos.
Que la Constitución se esté batiendo en retirada en su 44º cumpleaños tiene mucho que ver con esta erosión de la cultura constitucional. Una que tiene su mayor expresión en la renuencia de los dos grandes partidos a alcanzar acuerdos de Estado.
Es inexcusable que los actores políticos, mediáticos y culturales comprometidos con la Constitución Española asuman una labor de pedagogía para que el imaginario constitucional arraigue con renovada fuerza entre los ciudadanos. Especialmente entre las nuevas generaciones que ya han nacido en democracia y que, por tanto, son menos conscientes del magno edificio jurídico e institucional que ha amparado el periodo más pacífico y próspero de la historia de España.