PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 22/04/17
· La historia nos permite sacar la lección de que la corrupción suele ser el síntoma más característico del declive de un imperio o de un régimen político. La cuestión es si la corrupción es causa o efecto.
Esta pregunta es pertinente en unos momentos en los que la sociedad española está sacudida por el escándalo que ha provocado la trama mafiosa que encabezaba Ignacio González, que llevaba años actuando con absoluta impunidad hasta que la Justicia ha decidido actuar.
Desde que este periódico reveló el asunto de su apartamento de lujo en Estepona, tengo muy pocas dudas de que el ex presidente madrileño ha aprovechado su cargo para enriquecerse. Los rumores sobre sus actividades ilícitas eran un clamor, pero nadie había podido lograr las pruebas, ya que él mismo se ocupó en crear una red de sociedades opacas en paraísos fiscales para tapar sus prácticas.
Su detención e ingreso en prisión no es una sorpresa para nadie en los círculos de poder de este país. Pero lo grave de este asunto es que las conductas de González no podrían haber prosperado sin la complicidad de su partido, de los empresarios a los que pedía dinero, del poder judicial y de algunos medios de comunicación.
Fue Mariano Rajoy quien le apartó del poder hace dos años, cuando impidió que se presentara candidato a volver a presidir la Comunidad de Madrid. Pero esa decisión llegó demasiado tarde, cuando la dirección del partido tenía más que sospechas de que González había utilizado el Canal para cobrar comisiones y que el PP de Madrid se había financiado ilegalmente. Fue un error de cálculo porque el escándalo les ha acabado por estallar.
Igualmente responsables son los empresarios de la construcción que le han pagado por favores políticos. En lugar de plegarse a sus exigencias, podían haberse negado. Pero prefirieron ceder al chantaje para poder seguir obteniendo contratos en Madrid. De aquellos polvos vienen estos lodos.
Pero también hay una importante responsabilidad en la falta de diligencia de la Justicia, que durante muchos años ignoró las evidencias de su enriquecimiento. Más grave todavía es la actuación de la cúpula fiscal en la investigación que ha llevado a cabo la UCO, obstaculizada por quien debería haber procedido con el mayor celo posible para perseguir el delito. Ello pone de relieve que la Fiscalía sigue mediatizada por el poder político, lo cual lleva sucediendo desde que Felipe González ganó sus primeras elecciones e impulsó en 1985 la Ley Orgánica del Poder Judicial.
Hay, por último, un oscuro papel de los medios de comunicación, todavía por esclarecer, que han sido en algunos casos cómplices activos del ocultamiento de abusos de poder y de una gestión fraudulenta.
Podríamos apelar a la frase de Jesús cuando dijo aquello de que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero lo cierto es que este caso pone al desnudo las carencias de nuestra democracia, los límites de la separación de poderes y la falta de controles de quien gobierna.
Vuelvo a la pregunta inicial sobre la corrupción: ¿es causa o efecto del deterioro del sistema? Probablemente la respuesta correcta es que es causa y también, efecto. La democracia no consiste sólo en votar cada cuatro años y en respetar unas reglas formales. Es, sobre todo, un conjunto de controles y contrapesos, que en nuestro país ha fallado de forma estrepitosa. Ante este tremendo fracaso, las soluciones deben venir desde dentro y son los partidos los que tienen que afrontar el dilema de regenerarse o morir por descrédito. El populismo aguarda a la vuelta de la esquina.
PEDRO G. CUARTANGO – EL MUNDO – 22/04/17