Los reduccionismos esencializan la cultura convirtiéndola en propiedad de un grupo étnico; la reifican como entidad separada al poner un énfasis excesivo en su carácter definido y delimitado; la fetichizan al convertirla en insignia de identidad grupal. Bajo el nacionalismo, la cultura vasca resulta naturalizada, esencializada, cosificada.
En las conversaciones que mantenemos con los demás entablamos pretensiones de validez. Es decir, en un momento determinado, nuestro interlocutor puede cuestionar la verdad o la corrección moral de lo que decimos, iniciándose así una discusión que se resuelve a favor de quien presenta los mejores argumentos. En ocasiones, el mero planteamiento de una cuestión es ya extremadamente controvertido. Eso creo que es lo que sucede con el tema de la cultura. En la actualidad, cultura es sinónimo de identidad, por eso cuando Egibar afirma que «el Gobierno de Patxi López orienta su estrategia a la desfiguración de la identidad del pueblo vasco» está diciendo que el objetivo del Gobierno vasco es deformar la cultura vasca. Pero, ¿a qué cultura se refiere Egibar? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿De quién? ¿De qué modo practicada?
El modelo nacionalista de cultura es el del romanticismo alemán. Para Herder, ‘Kultur’ aludía a los valores, significados y símbolos de un pueblo considerado como una totalidad. ‘Kultur’ era la vía por la que se expresaba el espíritu de un pueblo. Por su parte, ‘zivilisation’ aludía a los procesos impersonales de racionalización compartidos con otros pueblos. ‘Zivilisation’ significaba reproductibilidad, inautenticidad, superficialidad. Aunque hoy se ha abandonado la oposición entre ‘kultur’ y ‘zivilisation’, para dar paso a una concepción de cultura más igualitaria, todavía persiste el énfasis herderiano en las características singulares e irreducibles de cada cultura, y, en consecuencia, se mantiene el ‘desiderátum’ de que toda cultura es única y hay que protegerla.
Seyla Benhabib dice que los conservadores desean preservar las culturas y mantener a los grupos separados porque creen que la hibridación genera conflictos. A su vez, los progresistas desean preservarlas para corregir los patrones de dominación, deformación y daño simbólico que unas culturas pueden ejercen sobre otras. Ahora bien, Benhabib cree que estos enfoques comparten tres premisas falsas: 1. Que las culturas sean totalidades perfectamente delimitadas; 2. Que las culturas sean congruentes con grupos poblacionales y que sea posible realizar una descripción no controvertida de una cultura; y 3. Que, como a un grupo le corresponde una cultura, no puedan existir elementos culturales diferentes y diversos grupos humanos no puedan compartir los mismos rasgos culturales. Aplicado al caso vasco, ¿existe algo llamado cultura vasca? ¿Qué manifestaciones presenta? ¿Cómo habría que caracterizarla? ¿Dónde está? ¿Constituye una totalidad delimitada y coherente? ¿A eso llamado cultura vasca le corresponde un grupo poblacional determinado? ¿Qué grupo? ¿Existe más de un grupo? ¿Existen elementos culturales compartidos con otros grupos?
No es nada fácil dar una respuesta inequívoca a estas cuestiones que apuntan a un núcleo de contradicciones en la cultura vasca. El multiculturalismo que entiende las culturas como partes de un mosaico está errado. Las culturas son porosas y las demarcaciones entre ellas, frágiles y delicadas. Las culturas hay que considerarlas en constante cambio y evolución, con fronteras lábiles donde ‘lo otro’ está en nuestro interior y se transforma con nosotros. Frente al multiculturalismo, hay otra perspectiva que distingue entre el agente social y el observador. El agente social es la persona de la calle que experimenta las tradiciones, mitos, historias, símbolos, rituales y condiciones materiales de existencia a través de relatos compartidos que buscan la congruencia, pero que son controvertidos y presentan contradicciones y fisuras. Por ello, desde esta perspectiva, la cultura no es una totalidad cerrada, diferenciada, coherente y armoniosa. Por otro lado, se encuentran los observadores que desde fuera intentan tener una visión global de la totalidad. Es el caso de los políticos nacionalistas que simplifican la realidad y observan totalidades coherentes y definidas, purifican las narrativas y velan por las formas de vida ‘auténticas’ con el objetivo de controlar. En este sentido, Benhabib dice que «los movimientos nacionalistas rechazan la ‘otredad’ inherente en toda cultura. Buscan ‘purgarla’ de elementos impuros (�). Intentan crear unidad forzada a partir de la diversidad, coherencia a partir de las incoherencias y homogeneidad a partir de la discordancia narrativa».
Las culturas son construcciones porosas y contradictorias que apuntan a un orden inestable. Hermann Broch, Franz Kafka y Mario Onaindía combatieron los relatos nacionalistas que tratan de homogeneizar. Molestaban porque eran personas que entraban y salían, hacían preguntas raras y no se dejaban clasificar. Eran considerados extraños porque estaban dentro y fuera, se situaban a horcajadas de las culturas, las abrazaban y con ello señalaban sus contradicciones y el orden inestable en el que se asientan. Broch, Kafka y Onaindía lucharon contra la cosificación de la cultura, combatieron los reduccionismos que, como dice Turner, esencializan la cultura convirtiéndola en propiedad de un grupo étnico; la reifican como entidad separada al poner un énfasis excesivo en su carácter definido y delimitado; la fetichizan al convertirla en insignia de identidad grupal. Bajo el nacionalismo, la cultura vasca resulta naturalizada, esencializada, reificada, fetichizada, cosificada. Es lo que hace Ibarretxe con su última aportación contumaz: «Solo hay una manera de hacer más rico lo universal y es que los que tenemos una cultura propia y diferente la podamos aportar». El ‘maelström’ es un violento remolino de las Lofoten que engulle todo lo que se acerca a él. Si pudiéramos detenerlo, aunque solo fuera por un instante, lo destruiríamos. La cosificación de la cultura impide su renovación, la empobrece y la destruye.
(Iñaki Unzueta es profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco)
Iñaki Unzueta, EL DIARIO VASCO, 15/12/2010