La costumbre de fallar

Ignacio Camacho-ABC

  • Este Gobierno hace mal incluso lo que está bien hecho. Cualquier medida razonable la convierte en un descalzaperros

Son conocidos los lazos de Felipe González con el ‘majzén’, la casta dirigente del régimen alauita, pero es posible que tenga razón cuando defiende el giro del Gobierno español en el Sáhara como «la solución más seria y realista». Lo ha dicho en Nueva York, a sabiendas de que son los Estados Unidos los inspiradores de la pirueta sanchista porque necesitan consolidar a Marruecos como aliado estratégico en una zona donde el yihadismo -en el Sahel-, Rusia -en Libia y Argelia- y China -en todas partes- ganan cada vez más influencia sobre el terreno. Sin embargo, en su quite torero el ex presidente ha guardado discreto silencio sobre la infumable ejecución del movimiento: sin contrapartidas escritas, sin debate previo, a espaldas de los socios de coalición, quizá del Rey y desde luego del Parlamento. Es decir, con deliberada falta de respeto a las reglas democráticas y al consenso. Y es que Sánchez, como ha señalado aquí Carlos Herrera, tiene la rara habilidad de equivocarse incluso cuando acierta y de hacer mal hasta lo que está bien hecho.

Lo ha vuelto a demostrar esta semana con el intento de aplacar el descontento por la subida de los carburantes subvencionando su precio. Tenía un camino fácil que era el de rebajar los impuestos como prometió -a Feijóo- en un primer momento, pero en su afán recaudatorio lo ha complicado improvisando un sistema de descuento que ha provocado en las gasolineras un auténtico descalzaperros. De este modo una medida bienintencionada que la calle estaba reclamando se convierte de nuevo en un caos por plantearla desde el prejuicio dogmático de mantener intacto el paradigma tributario. Algo similar ocurrió con la pandemia, cuando España fue la única nación europea que incumplió sus propias leyes sobre los estados de emergencia y el necesario confinamiento derivó en un atropello a la Constitución y un período de autocracia encubierta. Cada vez que el país está en un aprieto, el Ejecutivo entero se desorienta atrapado en una pinza de sectarismo e incompetencia que lo incapacita para encontrar las soluciones correctas. Y cuando se las señalan desde fuera, como ha podido ser el caso del conflicto saharui, las estropea en el empeño de aplicarlas a su retorcida manera.

Sucede, simplemente, que el problema es Sánchez. Su estilo bonapartista, su obsesión propagandística, su ego insaciable, su sesgo excluyente, su concepto narcisista del oficio de gobernante. Ningún dirigente contemporáneo ha actuado con tal desdén por los procedimientos institucionales. La inconsistencia de su palabra y de su criterio lo vuelven un personaje infiable… salvo cuando se trata de escoger las compañías menos adecuadas. En ese trance siempre se las apaña para rodearse de lo mejorcito de cada casa, aunque ni siquiera haya logrado que lo acompañen en el viraje del Sahara. El mal lo hace bien y el bien lo hace mal. No falla.