IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Los datos de la recaudación fiscal que conocimos ayer nos dan una buena (¿?) muestra de la profundidad de la crisis. La falta de actividad castiga las cuentas de resultados de las empresas y, en la misma medida, penaliza los ingresos fiscales de las haciendas. Nada menos que 1.600 son los millones que se han volatilizado en las arcas públicas a lo largo de los ocho primero meses del año de la pandemia. La extrapolación a diciembre es difícil pues faltan por conocerse muchos datos, pero no será menor de los 3.000 millones. De momento son ya un 16,6% menos que los recaudados el pasado ejercicio. Esta es la cruda realidad. Y mientras que los recursos para hacerles frente han mermado, las necesidades aumentan sin parar. Un buen dilema para el nuevo Gobierno vasco, cuyo presupuesto absorbe el 70% de los ingresos forales y que se reducirá en la misma proporción que estos bajen.

Todo ello para hacer frente a las grandes exigencias sociales del momento. Los enfermos quieren más médicos para atajar la pandemia; los padres más profesores para gestionar un curso escolar anómalo; los empresarios más dinero para recomponer sus deterioradas tesorerías; los trabajadores más ayudas para recomponer sus menores ingresos; los pensionistas mejores pensiones; el mundo de la cultura mayores ayudas para sustituir a una demanda desaparecida. Hasta el deporte se ha puesto a la cola y quiere apoyo público, ahora que carece de público en las gradas… Desde luego, este no es buen momento para ser lehendakari. Pero no tiene excusa, ya lo sabía. Aquí no se necesitan políticos aguerridos ni economistas concienzudos; se necesita , y urgentemente, a alguien que repita el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces.

¿Cómo saldremos del embrollo? No sueñe con que el sector público se vaya a apretar el cinturón y revisar la eficacia y la necesidad de todos y cada uno de sus abultados gastos, nunca lo ha hecho y no lo hará ahora. Así que serán los impuestos quienes carguen con una parte del esfuerzo, además de proceder a un traslado hipopotámico de deudas hacia las generaciones venideras. El respeto hacia los déficits y la deuda, que siempre ha sido débil, se ha tornado en inexistente. No le interesa a nadie, así que el aumento del endeudamiento será tremendo. Luego, ya veremos. ¿A quién le preocupan hoy las próximas legislaturas cuando tenemos todavía esta sin estrenar? Dicen que la política es el arte de lo posible y hoy hablamos de algo muy difícil, casi imposible, de solucionar.