Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha intentado borrar sus propias huellas. No busca soluciones sino olvido, no persigue eficacia sino amnesia
Toda crisis de gobierno reconoce y revela la existencia de un gobierno en crisis como condición previa. De idoneidad, de crédito, de cohesión o de eficiencia. Pocas veces, sin embargo, se acaban los problemas mediante un simple relevo de piezas; a menudo esa función taumatúrgica ni siquiera brota de espasmódicos volantazos de estrategia que en lugar de facilitar soluciones las ahuyentan. Con la escabechina del día de san Cristóbal, Sánchez ha intentado desmarcarse de sus propias huellas, conjurar su desgaste ajusticiando sombras de la forma más cruenta, poner distancia con sus fracasos y abrir la expectativa de una nueva época. No busca soluciones sino olvido, no persigue eficacia sino amnesia. Siente en el cogote el aliento de la derecha y pretende enderezar las encuestas arrojando por el barranco los fantasmas junto a los que ha atravesado la pandemia y cruzado la línea roja de la humillación ante los enemigos de la convivencia.
Pero ni la memoria colectiva del agravio se puede borrar por decreto ni su línea de alianzas le permite variar de derrotero. A estas alturas todo el país sabe que no tiene otro proyecto que el de estirar al máximo su tiempo. La opinión pública ha percibido con claridad el blindaje de los ministros de Podemos, prueba nítida de la debilidad de un presidente obligado a cohabitar con ellos para preservar el equilibrio interno. Ese flanco intocable deja en evidencia los aires de hacedor supremo, amo y señor de los resortes del poder, que la trompetería oficialista proclama a los cuatro vientos: tendrá muchos reflejos y todo eso pero en su cortijo hay una parcela labrada por colonos ajenos. Y luego está el resto de los socios que le dan soporte en el Parlamento a costa de explotar su precariedad en el mercado negro de los privilegios. La exhibición de este fin de semana es otro artificio pirotécnico; fuera de su partido carece de potencia de fuego.
Ése es el gran punto débil del mandato sanchista. Ningún cambio de equipo va a alterar la correlación de fuerzas que determina el signo de su política. Los dueños de su agenda son la extrema izquierda y el independentismo: dos minorías anticonstitucionales con desaprensiva vocación chantajista. Y por mucho que las caras nuevas logren proyectar una imagen rejuvenecida, amable o líquida, no podrán soslayar su manifiesta falta de autonomía. Como tampoco Sánchez es capaz de reinventarse al punto de renunciar a la mentira, una pasión cínica que ha acabado por volvérsele destructiva. Ahora, además, ha retirado todos los parapetos; éste es un Ejecutivo de ‘pedrettes’, sin personalidades de contrapeso, pensado sólo para difuminar el recuerdo de los indultos con la ficción de un nuevo comienzo, de una vuelta a empezar desde cero. Pero los rescoldos de ese incendio están demasiado vivos para apagarlos con un golpe de efecto. La verdadera crisis es este Gobierno.