Escabeche a la parrilla

Juan Pablo Colmenarejo-ABC

  • En la última semana, Francia y Alemania han tomado más decisiones sobre España por el rebrote juvenil del Covid que nuestro Gobierno

El escabeche ministerial se sirvió frío, como corresponde, mientras en la calle caían a plomo los 40 grados de una ola de calor corta, pero con aroma de parrilla: el ‘imbatible’ chuletón al punto. Primero el fuego de sarmiento y después el manto de brasas, tan necesario e imprescindible, para tender encima un buen pedazo de carne.

El presidente juega a la política. Se mueve para estar. En Lituania presenció una alerta real de combate, negó sin inmutarse la crisis gubernamental, volvió a España para su segunda dosis de la vacuna y recibió a Ayuso: el 4-M no fue una ensoñación. Desde que se contaron los votos en Madrid (Tabernia, según Tezanos), empezó el ajuste de cuentas de Sánchez. Al gurú Redondo le rompe el frasco de la poción mágica y al saliente ministro de Justicia lo condena tras el trago del indulto. Sánchez purga para sentirse nuevo. Ya hay una ristra de cabelleras cortadas, culpables de la debacle de Madrid, tras el frustrado desalojo del PP en Murcia.

En ese ajo estaba el nuevo ministro de Presidencia como secretario general de La Moncloa, enviado por Sánchez y Redondo a negociar la moción de censura el 10 de marzo, pero Félix Bolaños asciende y no paga los platos rotos. La reencarnación del Gobierno bonito se topará de nuevo con la tozudez de los hechos.

En la última semana, Francia y Alemania han tomado más decisiones sobre España por el rebrote juvenil del Covid que nuestro Gobierno. La quinta ola entra sin llamar en los centros de salud, confina a los jóvenes y a sus familias, desborda las peticiones de cita para las vacunas y mete mucho miedo, zozobra e inquietud al turismo, el motor económico. Hasta el recibo de la luz da la bienvenida al remodelado Gobierno marcando ayer domingo otro leñazo récord. Como si nada estuviera pasando, el presidente se enroca en sí mismo, cierra aún más la fila única del PSOE, mirando de reojo al calendario, para buscar la fecha de unas elecciones que le permitan seguir, incluso quedando segundo, gracias a la mano atornillada de Frankenstein.