Juan Carlos Girauta-ABC

  • En cuanto el antilíder Garzón nos prive de la carne, darle a un modesto interruptor también será una ostentación y un acto insolidario

De repente se ha puesto blanco el paisaje en las ventanas de tejado, aquí en la biblioteca, mientras desboco el aire acondicionado. Seguro que coincido con un nuevo récord en el precio de la luz. En cuanto el antilíder Garzón nos prive de la carne, reservándola para el aparato comunista, que es un aparato digestivo, darle a un modesto interruptor también será una ostentación, un lujo y un acto insolidario. No descartemos que la utopía posmoderna se acabe pareciendo a los años cuarenta.

Lo que no sé es por qué se ha puesto todo blanco. No como en una nevada, que caen cuarenta y tres grados en Toledo. Tampoco como si se encapotara la bóveda. Es más raro, parece una fotografía quemada. El blanco solo afecta a la parte donde el cielo alcanza el perfil de los dóciles montículos. Me asalta un pensamiento recurrente en el paisaje que ahora habito. Se relaciona con la visión despejada del mundo que tendrían los oriundos de las tierras llanas. Es, más que una idea, un ritual, ya que siempre le sigue, para contrarrestar, el recuerdo del librito de Unamuno en torno al casticismo. Ve él en Castilla «campos ardientes, escuetos y dilatados, sin fronda y sin arroyos». Y añade: «No es una naturaleza que recree el espíritu». Discrepo, discrepo. «Nos desase más bien del pobre suelo, envolviéndonos en el cielo puro, desnudo y uniforme». ¿Y qué más quiere, don Miguel?

Luego llegamos al hombre castellano: ni una frase sin cadencia, ni una frase sin tópico, con la única virtud, si es tal, de haberlo fundado él: «Allí dentro vive una casta de complexión seca, dura y sarmentosa, tostada por el sol y curtida por el frío, una casta de hombres sobrios». Es leerlo y pensar en mi abuelo materno, ampurdanés. Y luego: «Es calmoso en sus movimientos, en su conversación pausado y grave y con una flema que le hace parecer un rey destronado». O sea, el castellano de Unamuno sería un Miquel Roca o un Valentí Puig. Como fuere, doy por recomendable y provechosa la lectura de los cinco artículos de ‘La España moderna’, publicados en 1895 y trocados en libro. Primero por la cadencia, insisto, que atañe a la parte física del placer lector. Luego por esto: «Don Quijote debe ser nuestro evangelio de regeneración nacional». Porque no dice nada y lo dice todo.

A ese cielo de foto velada se le ha sumado un viento que castiga las persianas medio echadas de la biblioteca. Detengo la redacción y juego a comprobar los intervalos en las notas que soplan. ¿Qué acorde me insinúan? Continúo. Desde que la historia se acabó, pierden sentido las disquisiciones anteriores. Unamuno da por bueno que España se hace en torno a Castilla, tesis central en la historiografía de los llamados visigóticos. Pendiente siempre de que el Romanticismo no se salga de la música y de la literatura (empeño vano), uno se decanta por la corriente contraria, que fue la que se impuso a la postre en la Constitución del 78. Qué calor.