- Las grandes decisiones de inversión y gasto vienen de la confianza, y un Gobierno que se inventa previsiones para que cuadre lo que no cuadra, no despierta mucha
En el mundo de las inversiones, normalmente el que gana más dinero es el optimista, el que no se deja llevar por lo que se llama el “ruido de los mercados” y confía en la tendencia de largo plazo que, en la inmensa mayoría de índices o de carteras diversificadas, es alcista. Otro tema es que, puntualmente, lo mejor sea quedarse en liquidez. Por eso siempre he pensado que el mejor inversor es aquel que espera lo mejor, pero se prepara para lo peor. Y así es como deberían ser nuestros gestores políticos.
Una cosa es ser optimista y otra engañar en los Presupuestos Generales del Estado que son la base para la Administración. Eso ha hecho, y sigue haciendo, este gobierno como ya avisamos cuando anunció el cuadro macro con el que acompañaba a los citados PGE. Estamos hablando de hace apenas un mes y hablaban de un crecimiento del PIB para 2021 del 6,5%. Ellos ya saben que es irrealizable pero no son capaces de admitir su error, un error que no es tal, es una mentira.
O hay una revisión al alza posterior (ojalá) o acabaremos 2021 creciendo incluso menos del 5%, ya que no parece que en el actual trimestre las cosas estén yendo tampoco muy bien
Primero llegó la revisión del INE del crecimiento del segundo trimestre, en el cual se redujo el 2,8% inicial al 1,1%. Pero esto fue el 23 de septiembre, aún habría dado tiempo a modificar el cuadro macro. No lo hicieron, empezaron a salir los analistas más afines al Gobierno a decir que seguro en el tercer trimestre se compensaban esos casi dos puntos de diferencia. Alguno llegó a hablar de un 3,5%… pero volvió a decepcionar. Salió un 2% cuando se esperaba un 2,5%. ¿Qué significa este baile de números? Que o hay una revisión al alza posterior (ojalá) o acabaremos 2021 creciendo incluso menos del 5%, ya que no parece que en el actual trimestre las cosas estén yendo tampoco muy bien.
Y todos nos preguntamos, ¿por qué España crece tan poco, tanto respecto a las previsiones como en comparación a nuestros vecinos? ¿Cómo es posible si fuimos los que más caímos en 2020 y, por tanto, el impulso de la recuperación debería ser mayor? En economía no hay verdades absolutas, sólo teorías. Puede que se calculara mal la rapidez con la que se iban a ejecutar los fondos NGEU (de los 27.000 millones de euros presupuestados en inversiones del Plan de recuperación, se han ejecutado proyectos por un total de tan sólo 5.800 millones según Funcas), que se magnificara el gasto del turista nacional, que no se tuviera en cuenta que la alta inflación (2 puntos superior a la de Francia e Italia, los dos países con mejor crecimiento en el pasado trimestre) retrae el consumo…
Presión fiscal
La riqueza neta financiera rebasó en el primer trimestre de 2021 los niveles de diciembre de 2019. Se esperaba que eso hiciera que las familias aumentaran el gasto. Y lo han hecho, pero se han encontrado con un precio de la luz más alto, un coste de llenar el depósito en máximos desde 2013… ¿Y qué decir de las empresas? O estrechan márgenes o suben precios dado el alza del coste de los materiales y el transporte. Esto sin tener en cuenta los episodios de interrupciones en la cadena de valor.
Todo esto es cierto, pero también lo es que es común a toda Europa. Grecia vive más del turismo extranjero que nosotros y ya en el segundo trimestre superó el PIB de finales de 2019; una previsión realista coloca ese mismo momento, para España, un año después. Y yo me pregunto, ¿no estará la clave de la decepción del crecimiento español en que somos el único país de nuestro entorno que ha subido la presión fiscal? Miremos este gráfico (cortesía de @absolutexe) y veamos cómo en la crisis de 2008, los ingresos tributarios cayeron, algo lógico al caer la actividad económica. Sin embargo, qué diferente ha resultado ahora:
Esto nos muestra con total claridad que se ha abusado del ciudadano subiéndole la presión tributaria y, con ello, a mi juicio, se ha limitado nuestro potencial de crecimiento. Desde el año pasado el Ejecutivo subió el IRPF al 47 % a las rentas de más de 300.000 euros, reducido las exenciones en el impuesto de sociedades, aumentado al 3,5 % el gravamen a patrimonios de más de 10 millones de euros, rebajado deducciones en los planes de pensiones individuales, fijado un tipo mínimo del 15 % a las socimis, elevado el IVA de bebidas azucaradas al 21 % y al diésel. Además de otras medidas que ya se anuncian para 2022 como la subida del impuesto de matriculación o el cobro de peajes en las autovías para más adelante.
Y el Gobierno español no aprende. Tenemos las segundas cotizaciones sociales más altas de la OCDE y se quieren subir más para que los jóvenes puedan pagar las pensiones de los mayores. Es un impuesto al trabajo, una medida que seguro incide en un menor consumo.
Una de las verdades más básicas de la economía es que su crecimiento continuado se basa en un aumento de la productividad. Vale que últimamente muchos salen del paso imprimiendo dinero o creando empleos públicos a costa de un déficit creciente que se convertirá en más y más deuda, pero de poco sirve si no aumenta la productividad de nuestra economía. Y no lo hace: la deuda crece más que el PIB, la inflación va camino de comerse toda la recuperación y el Gobierno sigue confiando en el dinero europeo que se supone llegará con más fluidez en 2022 (cuando espera que la economía crezca un 7%). Ojalá acierte, e incluso que se quede corto, pero muchas veces las grandes decisiones de inversión y gasto vienen de la confianza, y un Gobierno que toma decisiones que van contra el crecimiento, y que se inventa previsiones para que cuadre lo que no cuadra, no despierta mucha.