Antonio Casado-El Confidencial
- Los amigos de Sánchez nos distraen de los retos sobre el futuro de la Alianza y el desenlace de la guerra de Ucrania
El Gobierno de España muestra su peor imagen ante los hombres más poderosos del mundo, al menos en el plano militar. Es difícil ignorar el pecado de esquizofrenia política que comete en asunto tan decisivo como la defensa sindicada de unos países unidos en la adhesión a los principios de las democracias.
El bochorno internacional de medio Gobierno organizando la cumbre de la OTAN, que arranca de hecho mañana martes, aunque se inaugura oficialmente el miércoles, y el otro medio reclamando en la calle su desaparición nos distrae de lo importante: el futuro de la llamada Alianza Atlántica y el desenlace de la guerra de Ucrania.
A la espera de las conclusiones de la cumbre en los dos retos mencionados (nuevos conceptos estratégicos y cómo seguir arropando a Ucrania frente a la agresión rusa), es imposible que la perspectiva española del acontecimiento se quede en celebrar que Madrid sea la sede de la cumbre de la OTAN más importante desde la caída del telón de acero.
Imposible olvidar que una parte del Gobierno inspiró los lemas de la manifestación del domingo: «No a la OTAN», «No a la guerra»
Imposible hacer como si no nos hubiéramos enterado de que una parte del Gobierno inspiró las frases enlatadas que se gritaron el pasado fin de semana: «No a la OTAN», «No a la guerra», «Por la paz», como si la pertenencia al bloque militar de esta parte del mundo civilizado fuera una apuesta por la razón de la fuerza y el poder de las armas como la mejor forma de resolver los conflictos internacionales.
¿Pondrían los amigos políticos de Sánchez la otra mejilla de España, por amor a la paz, si su país hubiera sido invadido unilateralmente por una potencia militar vecina, mientras los misiles seguían cayendo sobre la población?
Véase el tercero de los tres grandes asuntos a tratar en esa cumbre de la OTAN: la apremiante solicitud de ingreso por parte de Finlandia y Suecia, dos países sacralizados en los altares del pacifismo y la neutralidad. Pero, ante lo ocurrido en Ucrania, su situación geoestratégica explica perfectamente las razones que ambos alegan para defenderse del vecino ruso.
¿Pondrían los aliados de Sánchez la otra mejilla si su país hubiera sido invadido unilateralmente por una potencia militar vecina?
A nadie se le oculta que la petición desencadena una dinámica infernal: la apuesta por uno de los bloques irrita al otro. Y Putin no tardó mucho tiempo en advertir de que el ingreso de los dos países nórdicos en la OTAN «es una provocación que puede tener consecuencias, incluso militares»
Eso supone un apagón del derecho internacional alumbrado después de la Segunda Guerra Mundial (renuncia al uso de la fuerza como medio de resolver conflictos entre los países miembros de la ONU).
Tener la razón no frena al que no la tiene. Y si Putin se sigue creyendo con derecho a preservar militarmente su parachoques geoestratégico bajo amenaza de recurrir a la fuerza si la OTAN se acerca a sus fronteras, lo de Ucrania vendría a ser un anticipo de lo que nos espera si seguimos tocando la lira ante los excesos del autócrata ruso.