El «hombre del maletero» cuenta con siete votos en el Congreso de los Diputados. No son muchos, pero sí los suficientes como para exigir, en la macabra danza que estamos presenciando, siete concesiones a las que el separatismo no piensa renunciar. Está seguro de su fuerza; pero también debería ser consciente de que enseña, con esa media docenita cumplida de sufragios, una gran debilidad. Porque si bien es cierto que su apoyo ha sido imprescindible para mantener al presidente en la Moncloa, también lo es que, sin la coyuntura favorable que le brindan las debilidades del sanchismo, Junts no sería nada. De ahí el “ahora o nunca” que enarbola esa menguante tribu. En realidad, son dos fragilidades tributarias la una de la otra: como boxeadores sonados que se abrazan para no dar con sus huesos en la lona.
Seguimos sin saber por qué los independentistas catalanes se empeñan en citar los precedentes de Escocia y de Quebec en apoyo de sus tesis. Alguien debería decirles que, tras el fracaso del referéndum escocés y la crisis del separatismo canadiense, ambas experiencias ya son el pasado. Quienes siguen defendiendo, con sectarias y supremacistas sonrisillas, el relanzamiento del «procès» –el chulesco y repetido «lo volveremos a hacer»-, no se enteran de que sólo un espejismo –como pronto se verá- les permite jugar sus cada vez más pobres cartas. Porque no tienen futuro. Tras cuarenta años como embajador, poseo la experiencia suficiente como para estar seguro de esta doble realidad: que el separatismo catalán es incompatible con el proyecto europeo, y que la fractura de un país del peso específico de España no sería tolerable en el marco del esquema geoestratégico mundial. Lo saben en París y Londres, en Washington y Berlín. Y lo sabe Putin, muy a su pesar; pero los independentistas no se han enterado todavía. Y se aferran a la bienaventuranza que les brinda la menesterosa situación de la Moncloa. De ahí la apresurada y mal medida “danza de los siete votos” en que nos encontramos, donde el «hombre del maletero» va logrando que las sutiles sedas de la tentadora bailarina se esfumen insinuantes al son de la pachanga que han montado golpistas, delincuentes, filoetarras y otros integrantes del “gobierno de progreso”
Hasta ahora, las secuencias se van desarrollando con arreglo al plan previsto: los velos de la bella se desprenden desmayados, uno tras otro, como cabía esperar. Pero, al igual que sucede en todos los destapes, los dos últimas prendas –la amnistía y el referéndum- se resisten, pudorosas, a caer. Y es lo que deseo comentar.
Ni la Carta de las Naciones Unidas, ni las resoluciones de su Asamblea General permiten la autodeterminación en el territorio de un Estado libre y democrático
En lo que respecta a la amnistía, la izquierda ha perdido ese relato, por más que aún lo siga popiciando, por encargo, la prensa apesebrada. Pero no engañan a nadie. Millones de españoles disponen de un monumental acervo de opiniones y análisis jurídicos avalados por especialistas del máximo prestigio, con declaraciones contundentes sobre la ignominia de una norma que pretende liquidar la Transición y romper con los principios que defiende nuestra Carta Magna. No los voy a repetir, para qué. Todos los conocen. Y piensan que, a causa de esas normas y principios, la amnistía no tiene encaje en la Constitución. Es lo que siempre sostuvieron la docena de ministros que opinaron sobre el caso, antes que Moncloa los humillase, forzándolos a pasar por el aro. Y lo mismo que mantuvo el propio presidente hace solo cinco meses, cuando declaró, la víspera de las postelecciones veraniegas, lo que sigue: «El independentismo pide la amnistía, algo que este Gobierno no va a aceptar y que desde luego no entra ni en la legislación ni en la Constitución». Qué risa debe entrarle al del maletero, reclinado en su sofá del lejano Waterloo, cuando alguien le recuerde esas palabras.
El otro velo que aguanta todavía es el de la autodeterminación. También aquí contamos con la firme actitud del señor Conde-Pumpido, que el día de su toma de posesión, al frente del Constitucional, declaró que en Cataluña no es posible ese referéndum por no tener cabida dentro de nuestra Carta Magna. Solemne y tajante afirmación que conviene recordar, por si acaso. En efecto, ni la doctrina internacional, ni la Carta de las Naciones Unidas, ni las resoluciones de su Asamblea General permiten la autodeterminación en el territorio de un Estado libre y democrático. En nuestro caso, por mucho que los funambulistas habituales traten de envolver sus opiniones en papeles de regalo, tal norma significaría romper con el Estado de Derecho, suprimir el imperio de la ley y dinamitar este precepto clave: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Así de claro. Es verdad que últimamente estamos aguantando las mayores vilezas, con Pamplona regalada al «progresismo» de Bildu; pero tragarse un referéndum contra la unidad de España es mucho tragar.
Ni las palmas y saltitos de las agradadoras, ni los rudos exabruptos de los fieles, ni las togas manchadas por el polvo del camino pueden nada contra unas masas que han inundado las calles y plazas con su rabia y su verdad
Escribas y fariseos, por seguir con la secuencia evangélica, cumplen dócilmente los diversos cometidos asignados por Moncloa: el «prietas las filas», la adhesión inquebrantable, el aplauso firme y sostenido. Como en los viejos tiempos. Pero hay dos novedades importantes que el sanchismo no ha sabido calibrar: el levantamiento de los publicanos y la toma de conciencia del Sanedrín europeo. Aunque parecía adormilado junto a las riberas del Mar de Tiberíades, tras su hartazgo de panes y de peces, el pueblo fiel ha desenterrado sus talentos. Y eso ya no hay quien lo pare. Ni las palmas y saltitos de las agradadoras, ni los rudos exabruptos de los fieles, ni las togas manchadas por el polvo del camino pueden nada contra unas masas que han inundado las calles y plazas con su rabia y su verdad. En cuanto al Sanedrín de Europa, también ha despertado. Ahora resulta que en Venecia, Bruselas y Estrasburgo se van abriendo paso las tesis contenidas en la documentación enviada por jueces, fiscales, diplomáticos y empresarios españoles. Consecuencia: a la vista de esa información, los Doctores de la Ley han abierto los ojos, y saben quién les miente y quién les dice la verdad.
Los idus de marzo
La «danza de los siete velos», con la deslumbrante Salomé, la pérfida Herodías y el rijoso Tetrarca como protagonistas, acabó como acabó. Quien precise de más información la encontrará en los evangelios de Mateo (16.4) y de Marcos (6.24) que relatan la tragedia con detalle. Yo no voy a consignar mayores precisiones, no vaya a ser que alguien se dé por aludido. Sólo apuntaré que, en su versión española del siglo XXI, una vez que el Sanedrín y los airados publicanos han tomado la palabra, no podemos descartar un sorprendente desenlace, totalmente inesperado: que ni la hermosa pueda culminar su tarea desnudadora, ni se ofrezca la cabeza del Bautista, en bandeja de plata, como contrapartida por su danza.
Y ahora, señores del «procès», permítanme un consejo, prudente y desinteresado: cuídense de los idus de marzo. Porque si se adelantan las previstas elecciones del País Vasco, según dicen los que saben de estas cosas, es posible que, como referían las crónicas de un comentarista taurino, escuchemos ese mes «risitas en los palcos».