JOSEBA ARREGI-El Correo

La retirada de una obra de arte titulada ‘Presos políticos en la España contemporánea’ de una de las galerías privadas presentes en la feria de arte ARCO ha creado un gran revuelo. La acusación de censura y de actuar contra la libertad de expresión ha sido rápida y generalizada, la llamada a defender la libertad de expresión también, pues sin libertad de expresión, se argumenta, corre peligro la democracia misma.

Nada que objetar a todo ello. Pero leyendo las noticias me vino a la memoria el nombre de José Luis López de Lacalle. Probablemente por asociación. José Luis escribía en un diario. En sus escritos criticaba a ETA, condenaba los atentados mortales de ETA, marcaba una distancia crítica argumentada con el nacionalismo en general y con el vasco en particular, defendía el Estado de derecho como la garantía de las libertades y derechos fundamentales. Por expresar estas ideas en público le señalaron como objetivo a liquidar y ETA lo mató.

José Luis sufrió en su propia carne la persecución de la libertad de expresión, consecuencia de la persecución por parte de ETA y de su nacionalismo radical de su libertad de conciencia, de su voluntad de ser vasco en libertad, como a él le daba a entender su pensamiento, su sentimiento compartido de vasco y español. José Luis sufrió la consecuencia de la persecución por parte de ETA de la libertad de identidad, la de José Luis y la de todas las víctimas de ETA y la de otros muchos vascos.

No sé si en el caso del creador artístico Santiago Sierra la retirada de su obra implica persecución de su libertad de conciencia, aunque parece que él así lo piense, ni tampoco creo que implique persecución de su libertad de identidad. Podrá seguir creando y vendiendo sus obras en libertad, podrá exponerlas en todos los espacios privados que quiera, y tras el revuelo, también en espacios públicos. José Luis ya no puede escribir nunca más, no puede manifestar su opinión adversa a ETA y su manera de entender y querer imponer la forma correcta de ser vasco.

La asociación con la figura de José Luis López de Lacalle quizá me haya venido porque en la obra de Santiago Sierra los presos políticos de la España contemporánea son algunos de las actores principales del proceso catalán, pero también está Otegi y los jóvenes de Alsasua que agredieron a miembros de la Guardia Civil y sus parejas. La libertad de expresión del artista legitima que él considere que son personas que están en la cárcel por lo que piensan y manifiestan sin recurso a la violencia. Los jóvenes de Alsasua pusieron de manifiesto su «pensamiento» agrediendo físicamente a los guardias civiles y sus parejas, si bien el artista considera que se trató de una «trifulca»; Otegi fue condenado por secuestrar a un dirigente de empresa, no recuerdo que condenara el asesinato de José Luis López de Lacalle y fue miembro activo en crear un ambiente hostil en la sociedad vasca para quienes no comulgaban con el nacionalismo radical obligatorio y no se ha desligado de la historia de terror de ETA.

Dicen algunos sociólogos que la situación actual se caracteriza por la desaparición de fronteras al estar en cuestión el continente principal estructurador de la cultura moderna, el Estado nacional. Esta disolución de fronteras también afecta al arte. Después de estar al servicio de las religiones, de los poderes políticos modernos, el surrealismo lo liberó para que fuera arte por amor al arte. Pero este período parece no haber durado demasiado, pues hoy el arte y los artistas reclaman la desaparición de fronteras, entre el arte y la sociedad, entre el arte y la realidad, entre el arte y la política. El arte debe servir para criticar la sociedad, para provocar, para hacer pedagogía de lo que el artista crea conveniente. Es curioso que se reclame la libertad de expresión en el arte cuando los artistas se sumergen en ámbitos en los que rigen otras lógicas distintas a la propia del arte, quizá queriendo cambiar esas lógicas, pero no terminan de aceptar ser juzgados según estas otras lógicas y vuelven al reducto del arte por el arte y su libertad absoluta.

Raúl Guerra Garrido sabe lo que ha sido la persecución de su libertad de expresión: dificultades para publicar sus obras en tiempos difíciles; Agustín Ibarrola sabe algo de la persecución de la libertad del artista cuando no se somete a la identidad nacionalista radical que ha gobernado, y aún gobierna en buena medida, la sociedad vasca, sabe de persecución de sus obras. Algunos simples redactores de artículos de opinión sabemos de censura de nuestros sencillos trabajos y de la imposibilidad de publicarlos en determinados medios –que siendo privados pueden ejercer el derecho de admisión, por supuesto–.

Estoy seguro de que Raúl, José Luis, Agustín defienden, defenderían la libertad de expresión de Santiago Sierra. Desconozco si este artista plástico ha producido obras para condenar la persecución de la libertad de conciencia, de la libertad de identidad y de la libertad de expresión de los citados y de todos los vascos que no comulgaban con el nacionalismo obligatorio mientras duraba la historia de terror de ETA. Pero deduzco de la inclusión de Otegi y de los jóvenes de Alsasua que no le molesta la coacción a la libertad de conciencia que sus actos han supuesto para muchos vascos y navarros.

Durante mucho tiempo las víctimas del terror de ETA han sufrido una dificultad grande para acceder a los medios de comunicación, mucho mayor de la que han tenido ETA y sus organizaciones llamadas políticas. La libertad de expresión de las víctimas ha estado muy coartada durante mucho tiempo. Son personas como José Luis, Raúl y Agustín los que realmente con silencio y valentía han luchado primero por la libertad de conciencia y de identidad, y en consecuencia por la libertad de expresión. Y en tiempos difíciles y asumiendo consecuencias económicas desfavorables. Ese, creo, es el camino para defender realmente la libertad de expresión.