La dejadez es el estilo

LIBERTAD DIGITAL – 22/03/16 – IÑAKI ARTETA

Iñaki Arteta
Iñaki Arteta

· De todos los análisis que se pueden hacer respecto a por qué el presente político y social es como es en la España de hoy, hay uno que se me ha ido presentando a lo largo de los últimos años con la suficiente gama de argumentos válidos como para que pueda ser merecedor de reflexión.

Hay dos pecados humanos principales, de los cuales se derivan todos los demás: la impaciencia y la despreocupación. Kafka

Siempre he sostenido que la larga existencia del terrorismo en la España democrática ha sido un factor determinante en la historia de nuestros últimos cincuenta años. En todos los sentidos. Su existencia ha atravesado todo el tejido social, político, educativo, condicionando, influyendo o modificándolo perversamente.

La Comunidad Autónoma Vasca, Euskadi, ha sido un laboratorio para España. Un laboratorio en el que se han puesto a prueba las más delicadas actitudes políticas, sociales, ideológicas y, llevadas al extremo, las actitudes cívicas. La falta de racionalidad, coherencia y pensamiento crítico, la merma del sentido de la autoridad, del compromiso o de la concienciación social y el asentamiento del sectarismo, el relativismo y la fascinación por lo identitario, crearon corrientes de comportamiento de efectos contagiosos que se extendieron geográficamente al resto de España y aún hoy perduran.

Los políticos, los artistas, los profesionales, los profesores, la policía, el ciudadano, la derecha y la izquierda, ricos y menos ricos, todos nos vimos envueltos en situaciones críticas, en tomas de decisiones marcadas por el miedo, por el oportunismo o la confusión.

España sufrió un continuo examen en profundidad a sus valores provocado por una actitud violenta envuelta en una ideología extremista a la que no ha sabido responder de la misma manera que a otra a la que sí se empeñó en eliminar y lo consiguió, a la de extrema derecha.

La impaciencia política
La impaciencia política ligada a la tendencia a la baja del mantenimiento de los grandes valores democráticos llevaron a repetidos intentos negociadores, a la búsqueda de atajos, cuyo resultado no sólo no sirvió para su bienintencionado propósito sino que fue socavando los cimientos de una sociedad que pretendía hacerse madura y sólida democráticamente.

La impaciencia condujo a continuas cesiones a los nacionalismos porque se dio por bueno el argumento de que a más autonomía menos violencia, y a pesar de haberse revelado como tenazmente falso, se consiguió crear una injusta rutina política que premiaba cualquier solicitud nacionalista respecto a las demás.

Este ha sido un país en el que se admitía como opinión respetable que tras un asesinato se acusara al gobierno de turno en vez de únicamente a los asesinos. La política actual es el resultado de las respuestas que se dieron y de las que no se dieron a tantos años de terrorismo ultranacionalista, de la blanda actitud ante tantas provocaciones, de las concesiones o ambigüedades respecto a la ideología que inspiraba a los asesinos, de la atención desbocada por sus pretensiones, por integrarles en la sociedad en lugar de perseguirles con la fuerza de la ley, de la injusta actitud frente a las víctimas que iban dejando año tras año. Ahora se va recogiendo el destilado de todo ese tiempo oscuro de actitudes poco defendibles.

¿Qué queremos?
¿Qué queremos si, mientras unos morían otros, en su mismo partido se forraban, si mientras unos morían, su mismo partido negociaba con los asesinos, si se premiaba a una comunidad cuyo partido contemporizaba con los asesinos? ¿Qué queremos si a los (no muchos) que se la jugaron plantándose en primera fila contra el terror, se les recuerda como reaccionarios, si a los que dieron la cara en ayuntamientos, universidades, foros cívicos, parece que se les ha premiado únicamente con su supervivencia?

¿Qué queremos si se ha permitido a los simpatizantes de los terroristas que nos den sus mismos discursos de siempre desde las tribunas públicas?

España es como es, los españoles somos como somos por cómo nos comportamos frente a ese gran problema que nos tocó en suerte: la lucha contra el terrorismo de corte nacionalista y la gestión de sus víctimas. Eso puso a prueba todo y a todos. Los españoles somos como somos hoy por la despreocupación con que se pensó que Euskadi estaba lejos y que sería difícil que a otros les tocara de cerca, que aquello terminaría enseguida, tras cualquier mesa de negociación, tras unas pocas cesiones y silenciando a las víctimas.

Lo que podría haber dado como resultado el asentamiento de valores como la solidaridad, la piedad, la justicia, generó un agujero propicio para el relativismo, el infantilismo y el vicio de mirar para otro lado.

Indiferencia y conformismo
Dice el filósofo español Aranguren que la moral es un estilo de hacer las cosas. Sin que nos diéramos cuenta hemos generado un estilo de comportamiento social y político del que ahora se nos revelan las consecuencias. La dejadez nos ha arrastrado a la falta de principios básicos, a la indiferencia, el conformismo, a no saber lo que tiene auténtico valor, a no distinguir los principios democráticos de cosas que no lo son, a desistir discutir acerca del «todo vale», a ser simples espectadores de un espectáculo sin contenido.

LIBERTAD DIGITAL – 22/03/16 – IÑAKI ARTETA