La última sesión parlamentaria de Pablo Iglesias estuvo en su estilo. El tipo que más veces ha repetido que en democracia los conflictos políticos deben resolverse políticamente y que no hay que judicializar la política se despidió del Congreso anunciando a García Egea la presentación de la denuncia contra él ante la Fiscalía Anticorrupción.
Hay más ejemplos. Después de aquella magistral intervención de Cayetana Álvarez de Toledo: “Usted es el hijo de un terrorista. A esa aristocracia pertenece usted; a la del crimen político”, su ‘señor padre’ puso una demanda que acabará inevitablemente en el archivo. Iglesias se jactaba de ser hijo de un frapero y Jiménez Losantos publicó en su libro ‘La vuelta del comunismo’ un comunicado en que el Comité Pro FRAP reivindicaba el asesinato de “un esbirro de la policía fascista” el 1º de mayo de 1973.
Esto era para Iglesias, padre e hijo, “luchar por la democracia”. También para la marquesita de Galapagar que expresó su parecer en Twitter: “La libertad de Cayetana para decir sus miserias existe gracias a los que como Javier Iglesias se jugaron el tipo por la democracia cuando hacerlo costaba torturas, cárcel o la vida”. Mayormente le costó la vida al joven subinspector (21 años) Juan Antonio Fernández, no al padre de su novio.
Pablo Iglesias trataba de explicarlo en Zaragoza ante una audiencia de la UJCE en 2012: “La palabra democracia mola; por lo tanto habrá que disputársela al enemigo. La palabra dictadura no mola, aunque sea la dictadura del proletariado, no hay manera de vender eso. Aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia, etc, etc”.
En aquella misma charla fue en la que Pablo Manuel Iglesias Turrión sentó la necesidad de “cabalgar contradicciones”, después de haber hecho un ejercicio de manipulación del lenguaje del que Orwell se habría ocupado muy gustosamente.
No hay manera de saber qué significados tienen para el joven Iglesias Turrión los términos ‘democracia’ y ‘dictadura’, pero Carrillo sí los tenía claros: “dictadura, ni la del proletariado”. Me van a perdonar que para hablar de Pablo Iglesias tire de mi memoria y mis vivencias, pero es obligado frente a un desaprensivo que exhibe recuerdos de los asesinatos de Atocha, 22 meses antes de que él naciera o el de Enrique Ruano, que tuvo lugar antes de que sus padres se conociesen. Y habla de ellos como si fueran parientes. Carrillo había promovido en 1956 el Manifiesto por la Reconciliación Nacional cuyo párrafo 2º decía: “al acercarse el XX aniversario del comienzo de la guerra civil, el PCE declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco”.
No hay propósito más lejano a las aspiraciones del joven Pablo Manuel. Carrillo y Fraga ejemplificaron esta reconciliación en la conferencia del primero en el Club Siglo XXI donde fue fue presentado por el segundo en octubre de 1977, en el mes en que el Congreso aprobó la amnistía. Carrillo y Fraga nos encarrilaron a los comunistas de entonces y a los franquistas por la senda constitucional. Fraga perdonó a Carrillo lo de Paracuellos y Carrillo a Fraga haber participado en el Consejo de Ministros que dio el enterado a la pena de muerte contra Grimau. Más de 40 años después este botarate vino a reivindicar el Santiago Carrillo que a él le gusta, el de Paracuellos del Jarama.