La democracia tarada

EL MUNDO 12/09/15
ARCADI ESPADA

· Convergència y Esquerra hicieron una obscena apropiación del llamado día nacional de Cataluña

Al contrario de lo que se dice, la fiesta nacional de Cataluña no conmemora una derrota, sino una guerra civil. Una doble guerra civil. La que libraron catalanes contra catalanes y la que libraron catalanes contra otros españoles. No hay mayor problema en conmemorar una guerra civil. Lo hizo el franquismo el 18 de julio; y hasta tal punto la conmemoró que incluyó entre sus celebraciones una paga doble. Pero es preciso decirlo, como lo decía el franquismo: el 11 de septiembre, desde su origen, nunca fue, ni quiso ser, la celebración de una reconciliación. Fue, siempre, la celebración de una Cataluña contra otra. Una característica que, como tantas otras, tardaron en ver los partidos constitucionalistas. Aún ayer el socialista Jaume Collboni fue a rendir homenaje a Rafael de Casanova y se humilló ante la propia bandera estrellada. Y el Partido Popular asistió durante muchos años a la ceremonia hasta que dejó de hacerlo, pero solo porque se vio desbordado por los abucheos.

Este carácter roto de la fiesta nacional se ha ido haciendo más evidente conforme el nacionalismo se ha hecho declaradamente secesionista. Pero en el día de ayer la apropiación se hizo puramente obscena: la celebración del llamado día nacional de Cataluña se convirtió de manera arrogante en el primer mitin de campaña de la coalición que integran Convergència y Esquerra.

La conmemoración guerracivilista no solo ha introducido una quiebra ideológica o política. La cuestión se ha hecho desdichadamente más extrema. Por tercera vez consecutiva la manifestación del 11 de septiembre se ha convertido en la versión disney de la toma del Palacio de Invierno. Masas felizmente encuadradas han desfilado con sus recortables siguiendo las instrucciones de los animadores y componiendo vistosos y abigarrados mosaicos. Nadie habría distinguido sus maniobras, su ánimo o sus sonrisas de las de cualquier celebración deportiva o de cualquier carnaval familiar y flou. Nunca, en ningún lugar, en ninguna época, la xenofobia se había exhibido con tantas sonrisas, lo que es el mayor mérito y la mayor inmoralidad del secesionismo catalán.

La formidable y ya tradicional evacuación de cursilería y sonrisas ha tenido una ardua preparación técnica. Todo lo que uno ha de saber sobre el secesionismo se encuentra en los dos vídeos de instrucciones a los celebrantes que los organizadores han difundido. Para rendir homenaje a la inmensa cremallera que avanzaba cerrándose (¡punto en boca!) hasta el parlamento los asistentes debían realizar diversas maniobras con cartulinas amaestradas. Los dos vídeos las detallaban. El primero era puramente infantil y con la estética convencional de los dibujos animados. Poca novedad pueril. Pero el segundo es una novedad y un paso adelante. El vídeo, que puede encontrarse fácilmente en Youtube, lo protagonizan los actores Lloll Bertrán y Toni Albá. Cuando lo vi por primera vez pregunté, y juro que con absoluta buena fe, si estaba dirigido a personas con deficiencias cognitivas de algún género. Era una contorsión global, mental y física, demasiado extrema. Y me molestó profundamente que las personas fuera del modelo cognitivo estándar fueran tratadas de ese modo. Me desengañaron como si el idiota fuera yo. Y me aseguraron que estaba dirigido al público en general.

La división más profunda de la sociedad catalana no es entre nacionalistas o no, entre secesionistas o no, entre catalanes que son españoles y que no. La fractura está entre las personas que consideran este vídeo una broma o los que lo consideran una ofensa. Entre los súbditos y los ciudadanos. Entre los alfabetizados o no. Pasé un momento por TV3. Su cobertura del movimiento cremallera era perfectamente coincidente con el manual de instrucciones al que estoy refiriéndome. Una cobertura nerviosa y beocia. Mi amigo Sostres habría escrito que los locutores participaban en ella con el mismo entusiasmo excitado del día que ponen las marionetas en el manicomio. El nacionalismo catalán ha destruido la ciudadanía en sus formas más elementales. Va quedando una democracia tarada.

Lo más sucio, e imprescriptible, de la estrategia del presidente Mas ha sido no haber tenido aún el coraje, la elemental decencia democrática de decirle a sus súbditos que la independencia solo podría alcanzarse con sangre, sudor y lágrimas. Lo que ya he dicho mil veces que dijo el independentista Josep Fontana: «Toda independencia necesita una guerra de la independencia». Pero Mas añade a la xenofobia que sonríe una guerra de almohadas. Y lo realmente impresionante: miles le han creído. Ayer, como de costumbre, volvieron sonrientes a sus casas; con sus cartulinas y sus cuatro barras de chuches. Hay gente concienzuda y grave que augura que en el seno de la sociedad catalana va a producirse una peligrosa frustración cuando la ley y la realidad se impongan al desorden de la ficción. No lo creo. Siempre hay alguna lagrimita y algún niño que no quiere volver a casa cuando la fiesta se acaba. Pero la altura del compromiso de los cientos de miles que ayer desfilaron no supera por el momento las contorsiones envilecedoras de Lloll Bertrán y Toni Albá y los melismas babosos de los hombres y mujeres de TV3.

Lo que no impide, naturalmente, que yo sienta por esos cientos de miles un profundo desprecio.