JUAN CARLOS VILORIA-El Correo
- Tiene que haber un modo de preservar el medio ambiente sin obligarnos a ser hippies
El informe IPCC para la ONU que responsabiliza a la Humanidad del aumento de fenómenos climáticos extremos irreversibles, subida de temperaturas, olas de calor, lluvias torrenciales, deshielo va a marcar un punto de no retorno para la política medioambiental. Una vez arrinconados los indiferentes, los negacionistas y, también, los escépticos, el clima se trasladará a la política como nunca antes. En esta carrera para salvar el planeta, la derecha parte con desventaja porque la defensa del medio ambiente es una bandera que de manera automática, sea o no real, se ha identificado con la izquierda. De hecho el sanchismo, experto en detectar las emociones que mueven al electorado, supo desde el minuto uno que había que ser feminista y sostenible. Luego puedes tomar el Falcon para ir de Madrid a Logroño a un concierto soltando CO2 a toda caña o poner 1.700 millones de euros encima de la mesa para ampliar el aeropuerto del Prat que se carga todo el equilibrio ecológico del delta del Llobregat. Es lo mismo. En el relato del medioambiente Sánchez va en cabeza.
La batalla en estos próximos años será intensa también en este terreno. Los conservadores tienen que lograr ser identificados como conservacionistas, como ocurre ya en Reino Unido, donde el movimiento CEN (Red de Conservadores ambientales) ha alistado a más de un centenar de diputados ‘tories’. El laboratorio de ideas Oikos afín a la derecha europea va a tener un peso importante a la hora de diseñar una política medioambiental realista, progresiva, no fundamentalista, que pueda ser compatible con las reglas del libre mercado y las economías globalizadoras. Ya no tiene importancia si los expertos que han lanzado el catastrofista informe sobre el cambio climático han utilizado modelos realistas o no para sus proyecciones. Es lo de menos si quienes son incapaces del predecir el tiempo que hará el próximo mes se arriesgan a pronosticar el tiempo dentro de milenios. Las emociones climáticas de momento han venido para quedarse con su dosis de populismo y demagogia.
El pulso climático entre liberales y socialistas tiene un transfondo en el modelo de sociedad que unos y otros quieren impulsar. Los movimientos radicales están por un mundo con menos consumo, menos comercio, menos transporte, menos progreso, todo sacrificado en el altar verde. Quieren cambiar nuestra vida personal, compartir los recursos (copropiedad), preferir el tiempo libre al dinero. Pero tiene que haber otro modo de preservar el medio ambiente sin necesidad de obligarnos a todos a ser hippies. Ese es el reto de la derecha liberal climática.