La derecha en depresión

José Antonio Zarzalejos, LA VANGUArdia, 12/4/12

La sospecha de que Mariano Rajoy se comporte en el Gobierno como lo hizo en la oposición -estatuariamente- provoca en la derecha sociológica española una inusitada alarma que comienza a traducirse en una sensación de acusado hastío hacia la clase política y de amarga resignación ante sus pautas de actuación. Al gallego y al PP se les entregó el poder -10.800.000 votos directos y 4.000.000 indirectamente, por abandono al PSOE- para que aplicasen un modelo de gestión fiable para salir de la crisis. Se confiaba en una de las características más definitorias del líder popular: su previsibilidad. Si ya desconcertó que a las primeras de cambio incrementase de forma terminante el IRPF, la atribución de la medida al remedio de una herencia socialista inmanejable amortiguó las críticas al presidente aunque no las evitó. Pero la errada campaña electoral en Andalucía -a cuyas elecciones se supeditó la presentación de los presupuestos-, el resbalón con la Unión Europea sobre la cifra del déficit -se pasó del 5,8% al 5,3% en cuestión de días- y unas cuentas para el 2012 ambiguas y que incorporaban el golpe moral de una amnistía innecesaria pulsaron todos los timbres de la alarma. El lunes (un 9-A que tiene algún parentesco con el 12-M del 2010 de Zapatero), con una intempestiva decisión -pésimamente comunicada- de acometer recortes adicionales a los presupuestarios en sanidad y educación, ha hecho que cuaje un estado de opinión decepcionado con el Gobierno del PP que nos mal conduce por el proceloso territorio de la crisis de la deuda soberana y las convulsiones bursátiles.

Esperanza Aguirre es el mejor sabueso de los olores que desprenden las hormonas políticas de la derecha española. Al advertir la lideresa el bajo nivel de serotonina en el electorado popular, le aplicó el martes un tratamiento de choque: hay que revisar el Estado autonómico y devolver competencias por partida doble: a la Administración central, las de educación, justicia y sanidad, y a los entes territoriales -municipios y provincias- las de gestión inmediata. Si de ese planteamiento revisionista excepcionase Catalunya, el País Vasco, Navarra y Galicia, y de lo que se tratase fuera de desterrar el malhadado café para todos, quizás Aguirre no estaría errada -Mas ha advertido que sobran las «comunidades artificiales»- y Rajoy habría encajado un puñetazo político de la presidenta de Madrid en un asunto que el presidente «ni se plantea». Como no hay seguridad de que Aguirre se abone a la España posible -que requeriría la apertura de un proceso constituyente-, conviene mantener la cautela, no sea que el planteado remedio abriese en canal un debate descontrolado de pertenencias e identidades, con los socialistas atrincherados en Andalucía, desde donde partió la emulación autonómica distorsionadora. Buena parte de la derecha sociológica se crispa con estas bifurcaciones entre Aguirre y Rajoy. Y esta tensión crea un estrés adicional a la decepción, de tal modo que el uno y la otra conducen a la depresión. No es nuevo en el conservadurismo liberal español. Un Ortega y Gasset de nuestros días exclamaría, como en septiembre de 1931, el «no es esto, no es esto».

Silencio…
Callar, como hace Rajoy, implica, en el mejor de los casos, prudencia, y, en el peor, ignorancia o desconcierto. El beneficio de la duda del que gozaba el presidente permitía suponer que su silencio era el del político prudente. Pero incurrir en espantadas como la del martes en el Senado, o comunicar recortes multimillonarios mediante una nota de prensa, abona la sospecha de que no hablar es síntoma de perplejidad. Regresamos al debate de la comunicación como instrumento de valor añadido a la acción política. Rajoy no cree en ella y paga las consecuencias. Torpe tozudez.

… y sordera
Pero la gran duda a este respecto es si el jefe del Ejecutivo dispone de asesores en materia comunicativa que le tracen un guión adecuado. Existe la convicción de que en la Moncloa hay profesionales -la secretaria de Estado de Comunicación, por ejemplo- con experiencia y capacidad, pero se alberga la inquietante duda de si el síndrome de la Moncloa se manifiesta en una suerte de autismo político. Si Suárez, González y Aznar quedaron apresados en ese mal, ¿por qué no lo iba a padecer Rajoy precozmente? Mudez y sordera políticas son el cortejo sintomático de la ebriedad involuntaria que provoca el poder.

José Antonio Zarzalejos, LA VANGUArdia, 12/4/12